Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Sunday, December 31, 2006

¿Quién no tiene defectos?



“Jorge Tocornal tiene una particularidad, es de una corrección extrema, 17 años empleado bancario, interrumpida bruscamente su carrera en el banco, hoy día se encuentra sin trabajo, nadie lo contrata, ha sido un hombre preocupado de sus niños...” (Del testimonio de la defensa del acusado)

Síntomas alarmantes de que “algo huele mal en Dinamarca”.

A saber: uno de los 16 nietos del pastor evangélico Javier “Papito” Vásquez, pope de la Iglesia Metodista Pentecostal, golpea hasta dar muerte con un bate de aluminio al ciclista Alejandro Inostroza en una riña en la plaza Pedro de Valdivia en Providencia, el 28 de octubre pasado. Aarón Vásquez confirma su participación en los hechos aduciendo que estaba bajo la influencia del alcohol.

A saber: el ex ejecutivo bancario Jorge Tocornal Babra es condenado a once años de prisión sin beneficios por haber violado a su hijo mayor de once años y haber sometido a diverso tipo de abusos sexuales a su otro hijo, de seis años de edad.

A saber: La jueza del 32º Juzgado del Crimen de Santiago, Blanca Rojas, ordena el procesamiento de José María Balmaceda Montero, director del Patronato Nacional de la Infancia (PNI), entidad de beneficencia, por el delito de apropiación indebida, ocasionando un perjuicio económico a la institución a su cargo de alrededor de 343 millones de pesos (¡Y justo en vísperas de la Teletón, cuando el sentimiento de caridad del chileno es nuevamente puesto a prueba!).

A saber: Un hombre se quita la vida colgándose de la baranda del séptimo piso de un edificio ubicado en la calle La Concepción, en Providencia, y los peatones –repitiendo un gesto que ya se había producido antes con un caso similar- echan mano a sus celulares y proceden a inmortalizar la escena, cuando no se hacen retratar por algún amigo u ocasional fotógrafo contra este fondo macabro que tanto excita su morbo. Luego se sabe que se trata de un arquitecto, de “muy buena familia” y, en consecuencia, buena situación económica, que se suicida desesperado ante un cáncer terminal.

A saber: El caso Chiledeportes y toda la comedia de equivocaciones que a partir de él se ha suscitado. Un “operador político” que sale desde los tribunales cubriéndose el rostro con un gorro de lana y luego, ante el acoso, termina reconociendo que metió la pata, pero que fundamentalmente actuó de buena fe y como militante comprometido del PPD. Partido que debe estar viviendo sus más bajos niveles de popularidad y sus más altos niveles de vergüenza. Y no necesito ni un sondeo Adimark ni uno del CEP para afirmarlo. Me bastan las autoincriminatorias declaraciones del senador Guido Girardi, quien declaró algo así como “si vamos a investigar, investiguemos a todos los partidos políticos”. Lo que en buen romance viene a significar algo así como “¿porqué me cargan a mí con algo que hacen todos?”

A saber: Una encuesta revela que los padres chilenos siguen confiando, en forma mayoritaria, en el infalible método del cachuchazo bien dado o el mechoneo para educar a sus hijos. Ya se sabe, “la letra con sangre entra” y después de haber sido moldeados bajo una dictadura, el valor empírico de dicho aserto para muchos tiene un sustento mucho más que comprobado.

A saber: el señor Melnick (Sergio) pregona moralidad desde la tribuna de “Tolerancia Cero”, mientras se repantiga sobre un cómodo sillón. Parece un rabino entusiasta que nos recuerda el infierno que nos aguarda si seguimos por este camino de corrupción y libertinaje, mientras pontifica sobre la falta de liderazgo de Michelle Bachelet. Es una suerte de cristiano nacido de nuevo, como Bush. Y en su caso, vaya que sí lo es, porque el hombre se salvó nada menos que de la caída de un helicóptero y después surgió como una especie de Mesías circunciso para pregonar las bondades del libre mercado. Bondades que, como se sabe, deben ir siempre acompañadas de un buen maridaje con el Estado para combinar sabiamente las ventajas que da algún puesto público –en su caso, en Odeplan- para ir echando las bases de una fortuna privada.

A saber: Se cae a un río en Cañete, Octava Región, un bus con los integrantes de una banda instrumental del Ejército. Fallecen 19 personas, el 90% de ellos por inmersión. Gran conmoción, como es de imaginar, por la pérdida de vidas humanas de los uniformados y civiles implicados en la tragedia. Pero, en medio del dolor, no faltan los familiares que, indignados, intentan aprovechar la exposición mediática que estos sucesos generan para buscar las negligencias culpables en un hecho que, al parecer y por lo que se sabe hasta el momento, sólo puede ser calificado como accidental. ¿Apetitos que se despiertan, quizás, en busca de una indemnización generosa como las que contribuyeron a silenciar de plano el reclamo por hechos anteriores, donde sí hubo clara negligencia institucional, como fueron los de Antuco o la Antártida?

De estos ocho fragmentos de la crónica policial y política que conforman el cotidiano de nuestros días, el hecho que, sin duda, personalmente más me ha impresionado es el primero. Por la violencia gratuita y absurda que deja en evidencia. Según lo que se ha sabido, el nieto del pastor le pidió un cigarrillo a uno de los acompañantes del joven Inostroza, diseñador gráfico y experto en mountain bike. La negativa provocó una pelea generalizada entre dos grupos, que culminó con Aarón Vásquez –un muchacho con promedio nota 6 en su colegio y recién cumplidos 18 años- golpeando en el suelo con un bate de béisbol, en forma inmisericorde, a Inostroza.

¿Qué hace que un joven, que a juzgar por las primeras evidencias no tiene ningún rasgo sicopático, actúe como un monstruo y se transforme en un asesino despiadado? ¿Qué sociedad hemos construido para que un chico recién salido del cascarón o cualquiera de nosotros se transfigure ante la menor provocación –un rayón en el auto, una mirada un poco más fuerte que lo normal o una palabrota- para sacar al mister Hyde que llevamos adentro y no calmarse hasta no ver sangre corriendo por el suelo?

Durante muchos años la violencia en este país estuvo sólo asociada, por el abrumador peso de la misma, a la violencia política con un Estado que tenía el monopolio del horror. Por eso es que nos resulta difícil creer, por ejemplo, que en el caso de la muerte del pequeño Rodrigo Anfruns no estuvieran involucrados los “conocidos de siempre”. Pero una vez que vino el armisticio de los 90, aparecieron con fuerza otras formas de violencia soterradas pero siempre existentes: la violencia familiar, la violencia en el fútbol, la violencia de las pulsiones más primarias e incontrolables que aflora tanto en el estadio como en el descontrol para afrontar una discusión doméstica.

Tenemos que hacernos cargo de ella. Cuestionarnos una vez más si está bien que nuestros hijos se críen presionando los controles del Mortal Combat o el Killer Instinct y nosotros los contemplemos con paciente y amable aquiescencia, como si estuvieran coleccionando estampillas o jugando al ludo. Recuerdo que tiempo atrás el hijo de un ex director de Fonasa, Alvaro Erazo, se vio envuelto en un incidente parecido –una pelea callejera de pandillas de amigos, que finalizó con golpes a mansalva-, aunque tuvo la buena suerte de que el joven agredido, pese a sufrir también un profundo TEC, libró con vida del embrollo.

Una reflexión final: ¿Será pura coincidencia la proliferación de Balmacedas o Tocornales adornando con sus patricios apellidos las páginas de la crónica roja? ¿O están saliendo a la luz cosas que antes no salían? Si es así, bienvenida la nueva reforma procesal penal, que al menos en términos de transparencia demuestra que las cosas se están haciendo mejor.

Y si tienen dudas al respecto les recomiendo leer el fallo del Tercer Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Santiago, que condenó a Jorge Tocornal Babra. Es una pequeña novela que ya hubieran querido escribir Balzac o Zola, dos grandes críticos de las costumbres de su época. De ese fallo les he seleccionado, mis queridos y fieles lectores, un pequeño párrafo imperdible, aquel que resume el quinto argumento de la defensa de Tocornal, que por otra parte ya ha pedido la nulidad del juicio, única forma de librar a su cliente de la cárcel.

Disfruten el párrafo, no tiene desperdicio y a mí, en lo personal, me dio el título (ver la frase final) de esta humilde columna:

“... Jorge Tocornal es un hombre normal, común y corriente, buen padre de familia, estructuró su vida y luchó por ver a sus hijos, tuvo que demandar las visitas, las que obtuvo con costas en perjuicio de la parte querellante, no es cierto que no existe una motivación, la madre quiere que se aleje al padre de la familia, lo dice la carpeta de Fiscal, de la vida de los niños, ella contrae nuevo matrimonio y los niños le dicen papá Juampi al segundo marido, hay motivación; Jorge Tocornal tiene una particularidad, es de una corrección extrema, 17 años empleado bancario, interrumpida bruscamente su carrera en el banco, hoy día se encuentra sin trabajo, nadie lo contrata, ha sido un hombre preocupado de sus niños, de ordenar su vida en torno a ellos, nunca estuvo solo en su departamento siempre estuvo presente una nana cuando estaban los niños ahí, es un hombre decente, psicológicamente sano, tiene una vida sexual común y corriente, nunca ha tenido un comportamiento perverso, no ha experimentado y no ha tenido tendencias homosexuales, van a escuchar a las dos últimas pololas del señor Tocornal, dispuestas a narrar su propia intimidad y contar cómo era la vida sexual del señor Tocornal, no existe ese perfil de derecho penal de autor, por ejemplo que es narcisismo, éste, en el señor Tocornal, es porque le gusta hacer deportes e ir al gimnasio y desde ahí se construye el argumento que permite sostener esta acusación no tiene el perfil descrito por la Fiscalía que constituye el argumento de la acusación, en consecuencia, el perfil psicológico de la Fiscalía es una debilidad probatoria, la incapacidad de probar directamente las imputaciones, por eso él declarará en el juicio, pero no es eso el objeto del juicio, éste es si violó o no a su hijo Jorgito, si lo penetró o no, por más que él sea muchas cosas, quién no tiene defectos...”

Tuesday, December 26, 2006

Los libros del año


Leo en El medio blog, de Angélica Bulnes, los títulos que 34 ilustres del mundo de los mass media criollo consideraron como aquellos que “podrían interesarle a la gente a la que le gustan los medios y el periodismo”. Como toda elección, ésta es, sin duda, arbitraria y atrabiliaria. ¡Era que no! Pero de cualquier forma no dejaron de llamarme la atención algunos ‘’tics’’ de nuestra elite intelectual y comunicacional que se transmiten por ósmosis en la famosa listita. Y como nadie me invitó a dar mi opinión, igual decidí meter mi cuchara en forma inconsulta, pese a que, reitero, nadie me ha dado velas en este entierro.

Pero antes de la nómina a lo Nick Hornsby, algo sobre los tics de los notables. De los 34 encuestados vía mail por Angélica (no la conozco, pero me cae bien), doce –es decir, casi un tercio de ellos- se sienten en la obligación de citar títulos en inglés para demostrarnos lo políglotas y viajados que son.

Es más: un despistado al que se le perdona el nombre menciona películas en vez de libros, pero lo hace en inglés, of course... Y el ecléctico Fernando Paulsen recomienda “Un matemático lee el periódico”, de John Allen Paulos (Tusquets), pero recuerda que también está disponible una versión del mismo en la lengua de Shakespeare, porque la traducción no es muy feliz.

¿Será por eso que los chilenos tenemos fama de pro-yankis en Latinoamérica? ¿Vocación de cipayos o simple deseo de presumir? Busco la definición de siútico en el diccionario y encuentro dos. La primera es de la RAE: "1. adj. coloq. Bol. y Chile. Dicho de una persona: Que presume de fina y elegante, o que procura imitar en sus costumbres o modales a las clases más elevadas de la sociedad". La segunda sostiene que “la palabra ‘siútico’ en Chile se refiere a una persona que presume ser muy elegante, o sea un ‘snob’. Esta palabra viene del inglés ‘suit’, que quiere decir traje...”

La lista es larga y sesuda, pero yo me quedo con dos proposiciones, que por otra parte no tienen nada que ver con el periodismo. O por lo menos no con el periodismo de los manuales españoles, que sirven para sacar adelante el “pituto” de dar clases en alguna universidad, aunque dudo de su utilidad real a la hora del reporteo o la experiencia directa en una redacción. Me refiero a “Ilusiones perdidas”, de Honorato de Balzac (la sugerencia de Pedro Gandolfo, el editor de Artes y Letras) , Y “Troya y Homero, hacia la resolución del enigma”, de Joachim Latacz (Ediciones Destino), la recomendación de Beltrán Mena, simplemente porque rayo con la antigüedad clásica, como ya se habrán dado cuenta si me han leído más de una alguna vez.

A los demás, en su inmensa mayoría, les digo “no, gracias”, porque a alguien que se desayuna y se acuesta con el periodismo en su cabeza, como un sueño recurrente, lo que menos se le ocurre es más de lo mismo cuando hablamos de literatura gratificante. Sospecho (no lo he estudiado estadísticamente) que a los que más les interesan esos temas es a aquellos que nunca han reporteado y que entraron al periodismo por la ventana o por un puesto jerárquico heredado desde la cuna. Como es el caso de Felipe Edwards, subdirector de La Segunda, que propone “Los elementos del periodismo”, de Bill Kovach y Tom Rosenstiel (Ediciones El País).

Lo divertido, en todo caso, es la justificación: “Conozco a pocas personas en nuestra profesión en todo el mundo que estén a la altura de Bill Kovach por su experiencia, honestidad, transparencia, profundos valores éticos (la negrita es mía). Los autores se concentran en el ejercicio del periodismo en Estados Unidos, pero sus reflexiones son válidas y adaptables para cualquier país en donde se valorice la libertad de expresión”. Es decir, “el diablo vendiendo cruces”, como diría mi abuela, para cualquiera que conozca algo sobre la historia reciente de El Mercurio en nuestro país y lo que dice al respecto, por ejemplo, el Informe Church.

Otras ''joyitas'': un libro sobre management (¿?) (Lorena Medel, revista Capital); una guía para comprar revistas de papel couché (Camila Berger, directora de arte de Paula); y un texto sobre la saga artúrica (Cecilia Rodríguez, académica de la UAH), el toque naif y tiernucho propio de la Navidad.

Lo de Carlos Peña, por otro lado, no está mal (biografía del Che Guevara, de Jon Lee Anderson) y tampoco lo de Miguel Paz ("Galimberti: De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA", cuyos autores son Marcelo Larraquy y Roberto Caballero), salvo en la “caída” de comparar a los montos con el MAPU.

Y sin más que decir paso, entonces, a lo mío. Mi propia lista de opciones para posibles regalos atrasados o armar bibliografía para el verano. Si es que existe la posibilidad de tomarse algunos días lejos del mundanal ruido y de las sandeces del revival pinochetista o el último escándalo de corrupción, promovido por Jorge Schaulsohn con el gentil auspicio de La Tercera.

1) Metamorfosis, Ovidio. Publio Ovidio Nasón (43 a.C.-17 d.C.) recrea los mitos fundacionales de la imaginería greco-latina. Bellamente escrito, no por nada se ha mantenido más de veinte siglos más lozano que nunca y ha sido fuente de inspiración inagotable para pintores, escultores y artistas de variada musa.

2) Historia de los griegos, Indro Montanelli. Un paseíto o sobrevuelo por el mundo de la Hélade. Desde su vida cotidiana hasta la filosofía de Epicuro, un señor que, pese a las deformaciones posteriores que ha sufrido su doctrina, sólo se alimentaba de pan y queso, y no tenía nada que ver con la gula, la glotonería o el sibaritismo. Imperdible la teoría de Montanelli sobre la decadencia de los griegos. A los helénicos, dice este polígrafo italiano, los habría “matado” la globalización; es decir, cuando la polis les quedó chica y se expandieron demasiado por el mundo.

3) Cuentos imprescindibles, Anton Chejov. Editado por Lumen, con prólogo de Richard Ford. Ideal para encargarlo a alguien que viaje a España o Argentina, porque acá debe salir, presumo, algo carón.

4) 2666, Roberto Bolaño. Una sola prevención: No lo compren en Mendoza, a riesgo de ser estafados. Yo me ensarté como un gil. Para ahorrarme unos cuantos pesos, adquirí esta meganovela en la vecina ciudad de allende los Andes. Craso error: me leí todo el libro, las mil y tantas páginas, porque siempre es un placer leer a Bolaño, y al final descubrí que le faltaba un folio decisivo –diez o doce páginas justo antes del desenlace-, lo que fue bastante frustrante, por decir lo menos. Parece que Anagrama argentina imprimió una versión fallida y en vez de destruirla, como hubiese correspondido, decidieron venderla en la frontera a quienes están de paso en la ciudad y no pueden volver a reclamar. Una clásica avivada porteña que tiene a los ''chilenitos'' como víctimas predilectas.

5) Cantos, Catulo. Los “Catulli Carmini”, una gema que también pasó la prueba de los dos mil años y sigue ahí, moderna y vanguardista. Cayo Valerio Catulo era un joven patricio, del siglo I a.C., que vivió sólo 33 años y formó parte de la escuela de los llamados neotéricos o “poetas nuevos”. Corriente que se inspiraba en la poesía griega alejandrina de Calímaco y otorgaba gran valor a la concisión y el epigrama. Catulo despreciaba al poder y escribió ácidos poemas atacando a Julio César, que era amigo de su padre, y a su círculo de corruptos lugartenientes. U ''operadores'', como les dicen ahora.

Catulo celebró también la sexualidad desenfadada y abierta en sus textos dedicados a su amada Lesbia, nombre que ocultaba el de una dama bella y licenciosa, y además casada, que lo castigó con múltiples engaños. Un buen ejemplo de su poesía beatnik es el siguiente: “La mujer mía dice que prefiere no entregarse a nadie más que a mí, ni aunque el propio Júpiter se lo pida. Lo dice: pero lo que una mujer dice a su amante ansioso, debe escribirse en el viento y en una corriente de agua". Y privarse de ella sería, en palabras de Jorge Luis Borges, un curioso ascetismo. Sobre todo considerando que una muy buena edición bilingüe de esta obra se puede encontrar, gratis, en esta dirección de internet: http://www.babab.com/biblioteca/books/rosario_gonzalez.pdf. De modo que no hay excusas, hay que puro leerlo y disfrutarlo.

Strange fruit


“No maldigas el alma que se ausenta, dejando la memoria del suicida, quién sabe qué oleajes qué tormentas lo alejaron de las playas de la vida...”



Pienso en las almas tiernas de Pamela Pizarro, alumna de 13 años del colegio Javiera Carrera de Iquique, y de Francisca Badilla, estudiante de 18 años del colegio Concepción de Talca, que se ahorcaron en días recientes, dando pasto al sensacionalismo y al horror de los bienpensantes.

De hecho, a más de alguno se le atragantó la tostada al desayunarse con semejantes novedades, pero el tráfago de las noticias cotidianas, donde una va a reemplazando a la otra, sin tregua alguna y sin darnos la posibilidad de detenernos a reflexionar sobre nada, hizo que cayeran de cartel, siendo suplantadas por la Teletón –el gran día de bondad de Chile-, el partido de ida de Colo Colo contra el Pachuca y el triunfo de Juvenal Olmos en “El Baile”, que sirvió para recomponer su imagen perdedora y hacer olvidar un poco que todo el Estadio Nacional lo había puteado a coro cuando Chile quedó eliminado penosamente en las clasificatorias del último Mundial de fútbol.

Así es. La vida a ciertas personas les da siempre una segunda oportunidad. Pero ése no fue el caso de la pequeña Pamela, quien cansada de ser hostigada por espacio de dos años en su escuela decidió colgarse al interior de su casa, en la calle Los Chunchos, de Iquique. Parece que algunos de sus pares no toleraron que Pamela fuera una buena chica, que se sacaba excelentes notas y que no molestaba a nadie. Además, era bonita y de seguro era considerada insoportablemente “perna” por los piolas de siempre que se entretenían acosándola y que llegaron hasta a agredirla físicamente porque no la aguantaban. Ya se sabe: si la envidia fuera tiña, muchos andarían ostentando su calvicie en este país de chaqueteros y apatotados.

La cosa llegó al colmo, cuando incluso después de que se supiera el infausto final de esta niña algún infame malnacido o malnacida subió a un fotolog nuevas expresiones de su mala leche, al asegurar que si ella no se hubiera matado por su propia mano sus acosadores lo hubieran hecho. Qué decir ante tanta exhibición de malformación moral irremediable. Si hasta la Presidenta se vio obligado a señalar que algo debemos estar haciendo mal como sociedad para que ocurran estas situaciones.

Por esos mismos días, en Arica, no muy lejos de allí, afloró otro caso que muestra uno de los rostros más innobles de nuestro país: el de la xenofobia, teniendo como víctima a otra niña, una menor de 14 años, de nacionalidad colombiana, que fue agredida a la salida de la Escuela Centenario, donde cursaba octavo año, por los parientes de la alumna de otro octavo básico, que las había emprendido contra ella por el solo hecho de ser extranjera y probablemente más morenita que el resto. Las autoridades educaciones se lavaron olímpicamente las manos ante estos hechos, diciendo que habían ocurrido fuera del establecimiento y por lo tanto ellos no tenían nada que ver con el asunto. Consecuencias: la madre de la menor A.K.A.A. terminó anunciando que iba a tener que mudarse a Santiago ante la indefensión en la que se encontraba su hija.

Último eslabón de la cadena: el suicidio de Francisca Badilla, aunque en este caso no hay, que se sepa, agresiones ni acoso en su contra sino simplemente un estado depresivo, mediado por un traslado escolar de Linares a Talca y el estar lejos de sus padres y hermanos. La adolescente se despidió de sus amigas a través de un fotolog, medio que también es empleado (así ocurrió en el caso de Pamela) como vía de agresiones que quedan impunes merced al anonimato. Lo cierto es que en función de toda esta cadena macabra se conocieron datos que impactan. Por ejemplo, que los sucidios juveniles se triplicaron en Chile en los últimos diez años, según cifras oficiales del Ministerio de Salud. Y la última encuesta de salud escolar de la OMS indica que un 21% de los adolescentes chilenos han pensado alguna vez en el suicidio.

Por eso es que, como les decía, al principio me he puesto dark, sombrío. Y he recordado unos versos que recitaba mi padre y que, según él, pertenecían a un autor latinoamericano de la época de José Santos Chocano o José Asunción Silva, si es que no era acaso de uno de ambos; en todo caso, fieles seguidores y adláteres de Rubén Darío y el modernismo.

En el caso de Pamela, sin lugar a dudas, no hay mayores misterios: la humillaban, la insultaban, le ponían sobrenombres, le tiraban el pelo, le robaban objetos, le abrían la mochila, la amenazaban a través de correos y del messenger, etcétera, etc.. Con esa maldad en estado puro que exhiben los impúberes y algunos bastante ya creciditos. La última perla era anunciarle que la iban a ahogar en el paseo de fin de año.

En el caso de Francisca, en cambio, no está muy claro finalmente que la llevó a tomar esta determinación y a escribir en su álbum virtual de fotografías “comienzo un nuevo camino”, antes de ahorcarse en el parrón de su casa. “Quién sabe qué oleajes qué tormentas la alejaron de las playas de la vida...”

Como sea, la respuesta del Estado frente a estas situaciones no ha podido ser más débil. En Iquique, el seremi de Educación resolvió abrir un sumario para establecer una posible negligencia por parte de la directora. Y no se necesita ser Mandrake el Mago para saber que seguramente todo esto terminará en nada. Pura hojarasca de papeleo inútil, para emplear la metáfora de Ricardo III. Y de paso, como quien no quiere la cosa, cerrar por anticipado el año escolar de los octavos básicos de las escuelas para que los acosadores respiren tranquilos, teniendo la certeza de que no deberán dar cuentas a nadie de su proceder, pues el acoso o mobbing, como se sabe, no es fácil de probar judicialmente.

Ese Estado ausente y que renuncia a asumir sus responsabilidades se contradice de lleno y se da de narices con lo que decía Michelle Bachelet, de que algo debemos estar haciendo mal. Pero, a esta altura, qué le hace una raya más al tigre y una contradicción más al paraíso de las contradicciones, donde Augusto se apresta a recibir honores de jefe de estado o, en su defecto, de comandante en jefe del Ejército, cuando deba pasar del reino de los vivos al de los muertos.

Mientras tanto, sin embargo, pienso en las niñas. En sus cuerpos meciéndose desde las vigas en que las puso nuestra indeferencia. En esa “extraña fruta” colgando de los árboles que inspiró uno de los más feroces blues de Billie Holiday. La música que en estos momentos mejor rima con mi dolido corazón.

Wednesday, December 13, 2006

Epitafio personal para Pinochet



"Yo los estoy viendo desde arriba porque Dios me puso ahí, la Providencia, el destino, como quieran llamarlo, me ha puesto ahí" (Augusto José Ramón Pinochet Ugarte, 2 de julio de 1987).

Se murió el dictador, vaya novedad... Y supongo que deberé decir algo a título de ciudadano de a pie de este país del fin del mundo que vio pasar durante 91 años su figura cuartelera, de matón de barrio enfundado en gafas negras y con la impunidad que le daban los galones y las armas.

No necesito decir que este señor en vida no concitó ninguna de mis simpatías. Pero, cosa extraña, lo cierto es que al enterarme de su deceso en la tórrida tarde de un domingo de tardía primavera no sentí ganas de descorchar champaña, ni de ponerme prendas de colores vivos ni tampoco de correr a abrazarme con nadie.

En suma, no sentí la exaltación de un momento de júbilo, sino apenas cierto alivio, como el de quien comienza a descubrir que se abría o se cerraba una bisagra en la historia de Chile, aunque el capítulo dominado por su figura está aún lejos por cierto de estar saldado.

Digamos que algunas veces me asombra mi corazón de abuelita. Pero así como me pareció indigno y propio de gente malnacida el que algunos hayan destapado botellas de vino espumante cuando murió Allende en 1973, no creí justo que se pagara con la misma moneda a los que ahora se vieron sumidos por el dolor y la rabia por la partida del “Tata”.

Es mi opinión, y no pretendo imponérsela a nadie, pero con ella no ofendo ni temo. ¿Cuál fue entonces mi reacción, además de la ya mencionada, cuando empezaron a decantarse las emociones? Me acordé de episodios de mi historia familiar que me marcaron hasta los huesos.

Recordé una visita a la morgue en compañía de mi madre, durante un aciago verano en que mi padre estuvo desaparecido por espacio de una larga semana. Tuvimos la suerte, casi ofensiva para otras familias que no tuvieron la misma fortuna, de que volviera con vida de su descenso al Hades, pero no olvidaré jamás su rostro alucinado por los muchos dolores y traumas sufridos mientras mi abuela afeitaba su barba crecida de varios días en el patio de su casa.

Me acordé de uno de mis hermanos presos (y en la foto de un diario más encima) por desórdenes en el Paseo Ahumada, que no sé si en rigor si era peatonal o no ya en esa época. De otro de mis hermanos, procesado por la justicia militar por “maltrato de obra a carabineros”. Y de mi única hermana, también detenida por revoltosa en tiempos de la dictadura, y a la que el paco que la agarró le preguntó si tenía algo que ver con el mártir de la institución fulano de tal, caído en cumplimiento del deber al intentar detener a un delincuente. Y cuando supo que sí, que era su nieta, le dijo: “¿Entonces por qué te andái metiendo en tonteras, cabra conchetumadre...?" , mientras le retorcía el brazo y al final, magnánimo, la dejaba irse libre por la sombrita.

Me acordé de mi madre, democratacristiana recalcitrante, que se tuvo que aguantar en carne propia cada una de estas expresiones de la pequeña épica mayor de un pueblo que se resistió a que la pusieran la bota encima por todos los medios a su alcance. Y en las muchas plegarias atendidas que sin duda su Dios le concedió para poder pasar indemnes, o mejor dicho sólo con daños menores, como clan familiar la larga noche de la tiranía.

Me acordé de los vivos y los muertos. De los dañados para siempre por atropellos que se llevan anidados en el corazón y en la memoria. De los allanamientos a las poblaciones. De los que murieron “explosionados” mientras intentaban atentar contra el orden establecido por la paz de los cementerios y de los que perecieron en falsos o verdaderos enfrentamientos.

Me acordé de todos, se los juro, sin olvidar a nadie. Y me prometí que no iba a celebrar, ni aunque fuera para callado, el trabajo de Plutón, el dios de la muerte.

Con respecto a la momia, a ese despojo humano que ya inició su tránsito hacia el panteón de los impiadosos, no malgastaré mi tiempo hablando más de él. El hombre se retrató hasta el hartazgo con palabras que desnudaban, en distintas ocasiones, al huaso ladino y cazurro que llevaba dentro suyo.

Lo recuerdo hablando golpeado, con su tono de voz atiplado, que le quitaba cualquier intento de marcialidad a su entonación, contra los “señores políticos” y la conspiración internacional del marxismo en su contra. La cantilena de siempre. Lo recuerdo también cuando, amenazante, advertía que ninguna hoja se movía en este país sin que él lo pusiera. Y lo recuerdo después cuando, siguiendo el mismo libreto, decía que si le tocaban a su gente se acababa nomás la democracia.

Lo recuerdo además con ese cínico humor del que se sabe bien resguardado por las bayonetas y respondía, toda vez que le sacaban a colación, los desentierros de desaparecidos en el norte: “Pero. qué economía, dos cadáveres en un solo ataúd...”. Y lo recuerdo, por último, ya terminal y más cerca del arpa que de la guitarra, cuando al ser consultado en relación a si había estado a cargo de la DINA se despedía del público y hacía mutis por el foro con ese silogismo que ronda el absurdo del teatro de Ionesco: "No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto, y si fuera cierto, no me acuerdo".

Lo más triste de todo, pienso ahora, al momento de cerrar esta suerte de epitafio personal, es que sin duda muchos miles llegarán a llorarlo a su velatorio en la Escuela Militar Bernardo O’Higgins. Este es un pueblo necrolífico, ya se sabe, y así como Gladys Marín cosechó más simpatías muerta que en vida, así seguramente aflorarán de hasta debajo de las piedras muchos pinochetistas que sienten el agobio de la pérdida de su añorado caudillo.

Entonces, me digo: “Apaga y vámonos...” Porque Pinochet, qué duda cabe, no vino en un platillo volador ni nació de un repollo. Es una expresión acabada del fascista y autoritario mandón que todos llevamos dentro. Del que se espanta con los marihuaneros y los melenudos, y se lleva la mano al revólver cada vez que escucha hablar de la palabra cultura.

Y para muchos chilenos (demasiados para mi espanto, tal como lo descubro en estas horas), Pinochet Ugarte sigue siendo el “Tata”, el guardián tal vez un poco desprolijo que vino a poner a salvo sus vidas y haciendas en tiempos de desorden, y destrozó algunas plantas del jardín en el empeño. El tierno y dulce abuelito de los ojos celestes que, claro, para hacer una tortilla –nuestro maravilloso milagro económico- tuvo que romper algunos huevos.

Pero en el balance final, piensan estos caballeros y estas damas tan puntillosos y de sagrada misa semanal, que de seguro toman la taza de té con dos dedos y no se atreverían a matar una mosca, enderezó al país. Y lo único que tal vez podría reprochársele es que, de paso, incurrió en algunas irregularidades financieras que contribuyeron a hacer más amable su pasaje por este valle de lágrimas, mientras lo de los derechos humanos no es más que una molesta nota al pie al lado de su “obra”.

Tuesday, December 12, 2006

Once formas de la soledad


''Aquellos a quienes los dioses aman, mueren jóvenes'' (Lord Byron)



Hoy ando con la mente partida, esquizofrénica. Visión caleidoscópica, que le dicen. Fragmentos que no llegan a componer un todo, pero que juntos tienen y hacen sentido. Sobrevuelo el blog de Lola Copacabana , una chica argentina posmo que ya publicó un libro a partir de su bitácora descarnada y solipsista. O pincho la música de Kahlo, mi musa catalana, con quien comparto una extraña debilidad por las canciones de Francis Cabrel (les recomiendo La cabane du pêcheur). Y me doy cuenta de que la virtualidad tiene el extraño poder de hacernos más íntimos y cercanos de una lejana dirección IP que del vecino con el que te topas todos los días en el ascensor.

Como sea. Lo cierto es que el viejo Artemio –más sombrío y refractario a las bromas que nunca- da vueltas y vueltas sobre sus obsesiones como un burro alrededor de la noria. Ciertas imágenes lo desvelan. Ciertas pesadillas lo inquietan. Y ciertas preguntas sin respuestas lo sacan de quicio. Se contenta, eso sí, como siempre, con el paliativo vicario de la literatura. Le gusta una frase bonita que le lee a Gustavo Nielsen, pero sabe que, como todas las frases bonitas, es una joya falsa. Brillo que no se sustenta en nada sólido. La frase: “Todo lo que sé, excepto amar, lo he aprendido en los libros”.

Bullshit... He aprendido algunas cosas en los libros, pero no todo. Y en cuanto a amar, quién sabe. Nadie puede decir que alguna lectura no haya expandido las fronteras de su imaginación. Por lo menos en lo que al amor físico se refiere. Los libros... Tal vez pienso en ellos porque acabo de ordenar mi biblioteca y esta labor ha sido también una forma de ordenar el caos de mi existencia. Olerlos de nuevo con el placer vicioso de quien se acerca a un cuerpo terso, a estrenar. O recorrer con los dedos los lomos descuajeringados de los antiguos. Esos llenos de arrugas amorosas y queridas. Y con subrayados y orejas dobladas que dan cuenta del trajín que llevan sobre sus espaldas.

Me encuentro, por ejemplo, con los cuentos de Richard Yates (Eleven kind of loneliness), y decido que tengo que hacerme espacio un día de estos para releer esas historias chejovianas, pletóricas de humanidad, pergeñadas por un veterano de guerra que zozobró en el alcoholismo después de haber tenido su porción de los sueños de Camelot, como redactor de los discursos de Robert Kennedy. Cambio de sitio el tomo 1 de los relatos de John Cheever, y aprovecho para banquetearme con “Adiós hermano mío”, el primer texto de la recopilación.

Desentierro el ladrillazo de los cuentos completos de José Miguel Varas, que abulta como mil demonios, y me prometo que tengo que hincarle el diente antes de que llegue la jubilación o la muerte. Que en algunos casos pueden ser sinónimos. En fin, tanto libro por leer y uno tan distraído con las malditas ocupaciones de todos los días. Para colmo, cierta “melancolía intercostal” (Neruda dixit) tiende a arruinarnos esta primavera tardía que no se decide a estallar todavía con calor y cervezas y chicas que se comiencen a aligerar de ropas para hacernos la vida más placentera.

Me explico: Ocurre que en una de esas noches interminables de zapping, cuando el insomnio no te deja dormir y no encuentras una puta película decente en los sesenta y tantos canales del cable, me estacioné en el Film and Arts con un documental potentísimo que se puede encontrar en youtube.com. Tema: la exagerada vida de Jacqueline Du Pré, una violonchelista inglesa im-pre-sio-nan-te, que tocaba ese instrumento de cuerda con una pasión y una genialidad absoluta. Más que eso: Jacqueline era una especie de ángel caído sobre la tierra que tenía sobre los labios una eterna sonrisa, lo que hacía que sus cercanos la apodaron Smiling.

Cito a Wikipedia para hacerla más corta: “Du Pré tenía 5 años cuando escuchó el violonchelo por primera vez, en la radio. Inició estudios de música con su madre Iris du Pré. Dos años más tarde, empieza a recibir lecciones en Londres, compitiendo musicalmente con su hermana. A los diez años gana un premio en una competición internacional, y a los doce realiza su primer concierto en la BBC de Londres. Estudia con William Pleeth en la Guildhall School of Music and Drama en Londres, con Paul Tortelier en París, y con Rostropovich en Rusia y con Casals en Suiza”.

“En las navidades de 1966, Jacqueline conoce a Daniel Barenboim, un año después se casan, siendo una de las relaciones más fructíferas en el mundo de la música, algunos la comparan con la de Clara y Robert Schumann. (...) En 1973 empieza a tener problemas para interpretar el chelo debido a la pérdida de sensibilidad en sus dedos. Fue diagnosticada de esclerosis múltiple, la enfermedad que le produce un deterioro progresivo hasta su muerte en Londres el 19 de octubre de 1987, a la edad de 42 años. Barenboim estaba con ella cuando murió. Dejó su violonchelo Stradivarius a Yo Yo Ma...”

Lugar común la muerte, uno podría decir. Hacia allá vamos todos, con más o menos prisa. “Morir es una costumbre que suele tener la gente”, diría Jorge Luis Borges, en “Milonga para Manuel Flores”. El punto es la tremenda ironía, la mueca casi burlona de un destino que hace que una muchacha rubia y llena de vida, que nos transporta a la edad de oro de los griegos cada vez que toma su instrumento y lo convierte en parte de su cuerpo para arrancarle notas transidas de emoción y belleza (¡escuchen, por favor, el concierto de Elgar!), deba morir justamente de una esclerosis múltiple. Como si tuviera que pagar un alto precio por el desafío prometeico a los dioses de traerles el regalo de esa música tan celestial a los mortales.

En fin. Como verán, hoy me he ido por las ramas. Hoy no he hecho “crítica social”, habiendo tantos temas que darían mucho paño para cortar en ese ámbito (Chiledeportes, facturas falsas y todo ese rollo). Y no es por ser evasivo ni por sacarle el traste a la jeringa. Es sólo que me ha puesto triste hasta la médula la historia de esta joven siempre sonriente a la que evocan, en distintos tramos del documental, Zubin Mehta, Pinchas Zuckermann y por supuesto su esposo Daniel Barenboim, el director judío-argentino que creó la primera orquesta árabe-israelí. Una iniciativa que, por cierto, enardeció a los halcones de ambos bandos.

Su historia, su breve historia de vida, me ha hecho pensar también, como es obvio, en Ludwig van Beethoven luchando contra la sordera. O en Goya pintando con velas sobre su sombrero para espantar la sombra de su incipiente ceguera. O en el propio Borges, quien comenzó a perder la visión mientras era director de una biblioteca. Lo más parecido dentro de su religiosidad laica al paraíso. Y aun así tuvo la entereza de escribir: “Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esa demostración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a su vez los libros y la noche...”

Tiempo atrás leí en un suplemento de Página/12 la emotiva necrológica que un amigo le dedicó a una escritora argentina, promisoria y talentosa, que murió antes de los 40 años. La narradora en cuestión, cuyo nombre por desgracia no recuerdo, era doctora en física, entre otras cosas. Y en sus investigaciones en laboratorios estadounidenses se había especializado en la indagación del córtex y la materia gris, y se ufanaba de haber logrado escuchar los leves sonidos –casi música para sus oídos- que emitían las neuronas al entrar en sinapsis. ¿Razón de su muerte?: Un cáncer declarado a partir de un tumor cerebral.

Ves llorar la Biblia junto al calefón...


“¡Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor!.../¡Ignorante, sabio o chorro,/generoso o estafador!/¡Todo es igual!/¡Nada es mejor!/¡Lo mismo un burro/que un gran profesor!/No hay aplazaos/ni escalafón,/los inmorales/nos han igualao./Si uno vive en la impostura/y otro roba en su ambición,/¡da lo mismo que sea cura,/colchonero, rey de bastos,/caradura o polizón!...”


Nunca como ahora el filósofo porteño Enrique Santos Discépolo (Discepolín) ha tenido tanta razón. Miro a mi alrededor, ¿y qué es lo que veo? Robos a mansalva en Chiledeportes, donde los operadores de los distintos partidos se encargan de arreglarse los bigotes para hacer más productivo su sacrificado paso por el “servicio público”. El canciller Foxley que dice tener datos “fidedignos” sobre el millonario depósito en lingotes de oro de Daniel López en el HSBC (¿en manos de quién está nuestra política exterior, ése es el tipo de información que guía las grandes decisiones a adoptar en esa delicada materia?).

Y la “guinda de la torta”: el señor Longueira, entrevistado en The Clinic, diciendo verdades de a puño con las que lamentablemente (digo lamentablemente porque jamás me imaginé en su compañía), deberé coincidir: “Digamos las cosas como son: ¿cuál es el problema de Chile? Que todos estos grupos económicos (AFPs, Isapres, etc.) tienen contratados a puros izquierdistas burgueses. Porque la izquierda chilena se aburguesó y le gustó tener plata y está metida entera en el sistema”.

Lo curioso es que más o menos lo mismo, pero con otras palabras, había dicho en un número anterior de la misma publicación Alvaro Saieh, el dueño de Copesa, el imperio mediático que incluye entre sus filas a La Tercera y a La Cuarta. Saieh, que de paso recordó que había hecho la mayor parte de su fortuna desde 1990 hasta acá –es decir, en la era de la Concertación-, olvidando que lo que importa en estas materias es cómo se amasan los primeros millones de dólares, hechos gracias a sus fluidos contactos con la dictadura militar, fue presentado en la interview de marras poco menos que como un héroe de la libertad de expresión, que se la había jugado a fondo por la existencia del diario Siete.

El diario en cuestión, como ustedes recordarán, fue un joint venture o sociedad en la que se unieron Saieh más un grupo de empresarios concertacionistas, liderados por Genaro Arraigada, que había creado tiempo atrás la revista Siete + Siete. Como proyecto periodístico finalmente terminó yéndose a pique y el ingeniero comercial y hombre de negocios, que es propietario –entre otras cosas- de Corpbanca, le echa a la culpa de ese derrumbe a sus socios que no apuntalaron el proyecto con la decisión (y las lucas) que lo hizo él.

Y dio una razón de peso para ello (con la cual, lamentablemente de nuevo, también coincido): a la gente de Concertación, dice Saieh, la deslumbraron los flashes de la Vida Social de El Mercurio, descubiertos a poco de su llegada al poder, y estimaron que no era necesario tener medios alternativos cuando en el diario de Edwards salían tan fotogénicos.

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¡Qué falta de respeto, qué atropello/a la razón!/¡Cualquiera es un señor!/¡Cualquiera es un ladrón!/Mezclao con Stavisky va Don Bosco/y "La Mignón",/Don Chicho y Napoleón,/Carnera y San Martín.../Igual que en la vidriera irrespetuosa/de los cambalaches/se ha mezclao la vida,/ y herida por un sable sin remaches/ves llorar la Biblia/contra un calefón... ..........................................................

El fenómeno, advierto, no es sólo nacional sino mundial. La búsqueda del poder por el poder mismo. El pragmatismo a ultranza, justificado por aquello de que los sueños y los utopías sólo nos condujeron a pesadillas. La “izquierda moderada”, estilo Gumucio, que se clava puñales por sus locuras juveniles y poco menos que exculpa a los Mamos y a los Romos, que habrían sido una especie de impresentable pero necesario batallón sanitario que extirpó este cáncer que empezó como un acné rosáceo de adolescencia.

Ejemplo máximo del momento: el “comandante” Daniel Ortega, quien se presenta por enésima vez a las elecciones en Nicaragua –esta vez, dicen, con probabilidades de éxito-, en alianza con sus ex enemigos de la “contra”. Poco importa que la guerra civil financiada por EEUU (caso Irán-contras) haya dejado cerca de 30 mil muertos, que se sumaron a los que dejara antes la lucha contra el somocismo. Lo que vale ahora es cerrar heridas y permitir que Daniel, quien antes de retirarse del poder, practicó junto a algunos de sus allegados el juego de la “piñata”, para compensar en algo los esfuerzos de una vida dedicada al combate, llegue de nuevo a donde le gusta estar: bajo los focos de la primera línea del poder.

Por eso el señor Daniel Ortega no tiene ningún empacho en pactar con el Vaticano y ordena a sus diputados votar la derogación de la ley que permite el aborto terapéutico, instaurada durante el gobierno sandinista. O sea: ''Patria libre o morir'', pero mejor ni lo uno ni lo otro, aunque ello signifique que haya mujeres, la mayoría de ellas jóvenes o adolescentes, que deban seguir poniendo en peligro sus vidas con tal de actuar de acuerdo a los dogmas sacrosantos del Estado papal.

Un poco más al norte, el señor George W. Bush anuncia que construirá una muralla high tech de mil 200 kilómetros de largo en la frontera con México para dar una solución definitiva al tema de la migración ilegal y parar a los “espaldas mojadas” que permean su territorio y que se han transformado en un problema de seguridad nacional. Bush se pone de este modo a tono con lo que hicieron en Medio Oriente los israelíes con respecto a los palestinos. Así que ¡viva el mundo unipolar!, donde las personas bienpensantes que se escandalizaban por la existencia del muro de Berlín hoy no tienen nada que decir con relación a esta nueva y brutal forma de apartheid entre ricos y pobres, que en el caso de Europa se resuelve con medidas más económicas puesto que el mar donde naufragan las “pateras” colmadas de norafricanos hace las veces de muro.

Último pero no menos importante: en un programa de televisión de alto ráting veo la patética escenificación del crimen de un hijo de desaparecidos, emparejado con una hija de desaparecidos, que no tuvo mejor idea que arrojar a su hija desde un sexto piso para hacer una catarsis de los dolores que vivía desde su más tierna infancia. Es cierto que la tónica del “Mea Culpa”, en general, tiende a victimizar a los autores de delitos aberrantes, desde el chacal de Alto Hospicio hasta cualquiera que se le ponga por delante a Carlos Pinto, pero en este caso se les pasó la mano. La madre de la niña muerta, Javiera, que hoy tendría 7 años, quedó en schock después de ver el programa donde su ex sale en la cárcel, donde se cuenta que se ha convertido al cristianismo y nunca dice estar arrepentido de lo que hizo.

Claudia Neira Oportus, en un mail que circula por diversos netgroups, se pregunta, con legítima indignación: “Cuáles serán los argumentos para justificar el crimen, serán acaso los años de dictadura, (que vivimos miles de chilenos y chilenas), la muerte de su padre (historia de muchos y muchas), su pobre infancia (la de muchos y muchas). Y probablemente la locura, la pobre locura manoseada nuevamente. Estoy segura que no será la violencia de género, esa que mata, que históricamente ha matado mujeres, niños y niñas, en un acto egocéntrico y de destrucción de todo aquello que quedó fuera de su control”.

Y se responde: “El asesinato de mi hija tiene un sólo antecedente, misoginia, femicidio y patriarcado”. Lo dicho: “Ves llorar la Biblia junto al calefón”.

La delgada línea amarilla



Un mal día para el pez banana. Degradaron a Plutón de noveno planeta del sistema solar a “planeta enano”. Los empresarios y la gran prensa le saltaron al cuello a Camilo Escalona por haber cometido el despropósito de hablar de “chupasangres” justo en vísperas de que la Presidenta se reuniera con la cúpula del CEP. Y se supo, además, que unos personajillos menores de nuestro fucking fútbol –un circo pobre, a decir verdad- se dedicaban a arreglar los resultados de partidos de clubes de última categoría con el fin de engrosar las faltriqueras de la mafia rusa.

Cartón lleno para una semana que ya se perfiló mal cuando el martes tuve que tragarme una columna en El Mercurio del señor Eugenio Tironi, que pasó en pocas décadas de enfant terrible de la izquierda ultrarrevolucionaria a celoso guardián de los intereses del establishment, por una módica suma, desde luego, a cambio de sus servicios como gurú experto en anticipar los derroteros de la sociedad.

Too much... al menos para mí. Mi imprecisa edad y los estragos asociados a la madurez no han conseguido, sin embargo, afectar mi larga memoria. Y es por eso que, como por obra y gracia de la máquina de tiempo de H.G. Wells, me vi transportado a los años 70, cuando éramos jóvenes e indocumentados, y Tironi peroraba, desde su condición de intelectual orgánico del Mapu-Garretón, una de las dos facciones en que se dividió el partido de Rodrigo Ambrosio, acerca de la exasperante lentitud reformista del gobierno de Salvador Allende y la necesidad de tomar el cielo por asalto a la brevedad posible.

Recuerdo, incluso, que en una ocasión, paseando por la facultad de Arquitectura de la U. de Chile, vi los panfletos y manifiestos de los “maputones”, donde llamaban a crear el poder popular obrero armado y revolucionario, lo que superaba por varios adjetivos calificativos a las proclamas del MIR, que por lo general se limitaban a uno o sólo dos, pero no caían en esta suerte de redundancia verborrágica maximalista.

Pasaron los años, y la gente del MIR tuvo al menos la decencia de ser consecuente con sus dichos y asumir el enfrentamiento asimétrico que se vino después del golpe, pagando un alto precio por ello, mientras que del Mapu- Garretón, con honrosas excepciones (Carlos Montes, una de ellas, y varios desaparecidos de los que hoy poco se habla), nunca más se supo.

Oscar Guillermo Garretón, el líder iluminado de este Mapu “bocamaro” y proletario, reapareció con el tiempo en Buenos Aires, tras una estada en Cuba, administrando unas pollajerías, y con el retorno de la democracia saltó de un brinco desde las Pyme hasta el empresariado más empingorotado, llegando a ser incluso presidente de Iansa. Se reconcilió con los militares y los marinos, en lloradas sesiones, que le llevaron guitarreadas y emociones varias, y hasta el buen o mal gusto (depende de cómo se lo considere) de recordar que hubo gente que murió por defender las ideas que él ayudó a inocular en la sociedad chilena.

Tironi, en cambio, según me dicen, tras ser comisario de la pureza ideológica en Europa, decidió que era mejor prepararse en La Sorbona para la transición a la democracia que inevitablemente algún día iba a llegar. Y cuando la anhelada transición arribó, tras un breve paso por La Moneda, donde decidió que la mejor política comunicacional era no tener ninguna, se privatizó y estableció su propia empresa de lobby e imagen comunicacional para empresas de gran calado, utilizando a la inversa los rudimentos del marxismo que alguna vez aprendió.

Así fue como, de pronto, se vio en el mismo rubro de negocios de su antaño jurado enemigo, Enrique Correa, quien cuando los rojiverdes se dividieron partió con Gazmuri hacia el ala más reformista y conciliadora del partido, la que frente al “avanzar sin transar” prefería el cauteloso “avanzar consolidando”, y donde estaban, entre otros, Insulza y Viera Gallo.

Ahora, Tironi es razonable. Ya dejó atrás hasta a Gramsci en su camino de renovación a ultranza. Y la derecha lo aplaude de pie cuando sostiene cosas como éstas: ”Mucho se ha hablado en el último tiempo de la necesidad de fomentar la participación de los chilenos y chilenas. De promover un clima de libertad en que cada uno pueda plantear sin temor sus demandas. De "empoderar" a los ciudadanos para que exijan sus derechos, resistan el abuso, se sobrepongan a la resignación. Está bien: esto es necesario, y por ello hemos ido evolucionando al tipo de autoridad que hoy tenemos. Pero uno se pregunta si no habrá que reflexionar sobre los peligros que pueden surgir si este ímpetu no es adecuadamente canalizado. ¿Estamos dispuestos a caer en una cultura donde cada uno reclama por lo suyo con los medios que tiene a su alcance, al margen de cualquier principio de disciplina, solidaridad o racionalidad más sistémica? ¿Queremos, efectivamente, sustituir a las instituciones por la ley de la calle o, lo que es peor, por el matonaje?”

¡Eugenio, querido, quién te ha visto y quién te ve! El revolucionario avant la lettre ha devenido un defensor del orden y un oráculo que alerta sobre las turbulencias sociales que augura el mañana. Ni Ricardo Claro lo podría hacer mejor. “Entre la empatía y el vacío que deja una autoridad que no ejerce su función normativa, entre el poder ciudadano y el colapso del orden público, hay una delgada línea roja”, advierte monsieur le professeur, pegándole de paso a la Presidenta con el rencor del lobbysta que ha perdido acceso a los despachos oficiales.

Como dijo alguien que posteó a la columna mercurial, aparece detrás de sus palabras el viejo fantasma del miedo a la gente, la idea de que la chusma se pueda tomar en serio eso de “empoderarse” y quiera disputarle franjas de poder a la elite que maneja el país a su antojo.

Algo no muy diferente a la labor de los picantes émulos de los Sopranos que arreglan los resultados de los partidos y siempre se las ingenian para llevarse la pelota para la casa.

Revolución pingüina



La rebelión estudiantil ha traído, qué duda cabe, un soplo o, mejor dicho, un ventarrón de aire fresco en esta clima enrarecido que respiramos de otoño que no se atreve a ser tal. Como decía un editorial de El Mostrador.cl, los liceanos le han cobrado la palabra a las políticos que se desgañitaron durante la campaña con su múltiple y repentina preocupación por el tema de la educación como caballito de batalla. Y después, si te he visto no me acuerdo.

Y aquí estamos, con los muchachos en las calles o en sus establecimientos tomados, en “paro cultural”, arrojándonos a la cara nuestras vergüenzas, nuestra conciliación con un estado de cosas del cual alguna vez abominamos pero al cual tuvimos que integrarnos, bajo pena de marginación o muerte. Los que ya atravesamos los 40 o estamos por dar ese paso trascendente después del cual ''somos los únicos responsables de nuestros rostros'', según una frase famosa de no me acuerdo quién, nos hemos convertido en todo aquello que odiábamos. Y esta sublevación inopinada nos pone de nuevo frente a la constatación de que todavía quedan almas nobles que se dejan guiar por el altruismo y los principios, y que no están (aún) prisioneras de las fuertes cadenas de los créditos, los dividendos, las tarjetas y los pagarés. En fin, las pesadas responsabilidades que implica el transformarse en un ser adulto y autosuficiente.

Por eso, lo primero es la envidia. Junto con el deslumbramiento por la lozanía invicta de los ideales de aquellos que no han sufrido (aún) –reitero- la pérdida de la inocencia y que plantean, al igual que sus pares del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible...” Lo segundo, por cierto, es la sorpresa al descubrir que esos seres extraños, que a primera vista nos parecen autistas, enchufados permanentemente al MP3, al Messenger o al teléfono, son capaces de reconocerse con sus iguales y gestar un movimiento colectivo que por su masividad es, lejos, el más potente desde la derrota negociada de la dictadura.

Por sus edades, claro está, ya no son “Pinochet boys”. Por lo tanto, no llevan sobre su frente la marca estigmatizadora del trauma del golpe que hizo que todos fuéramos por mucho tiempo mucho más prudentes de lo que quisiéramos. A ellos ya no los inquietan los “amarres”, los “boinazos” ni otros fantasmas de un pasado que se niega a morir, ya que “el caballero”, al igual que Franco, se encargó de dejar todo “atado y bien atado” antes de dar un paso al costado. Saben que no se arriesgan a la tortura ni a la desaparición forzosa, si es que extreman su radicalidad, sino que a lo sumo a un lumazo, un baño en agua de zorrillo y tal vez un pasaje nada agradable en un bus verde que no pertenece, desde luego, al Transantiago. Y además que la sociedad tolera con mucho menos paciencia que antes los abusos de poder, vengan de quien vengan.

De allí que cuenten con una extendida simpatía. Y que aun los que no están de acuerdo con sus propuestas, pues éstas les parecen un retroceso inadmisible hacia ese 'estatismo' malsano de corte socializante de los años de la UP y la Revolución en Libertad, disimulen su molestia, al menos “pour la galerie” y digan que las propuestas de los jóvenes les parecen tremendamente razonables.

Efectos impensados de la revolución pingüina, que ha venido a sacudir lo que parecía inconmovible. Nada menos que al “modelo”. Las grandes verdades consagradas que han presidido la transición. Con cuestionamientos básicos pero muy efectivos. ¿Por qué crestas, por ejemplo, en realidad, los jóvenes de clase media y baja (más del 80% del universo total) deben pagar por una Prueba que sólo sirve para humillarlos y para que saquen patente de “porros” por culpa de una mala educación de la que no son, en absoluto, responsables? Eso es como pasarle a un condenado a muerte la factura del costo de las balas, pues ya se sabe que en Chile, más que en cualquier otro lugar y más que nunca en la historia reciente, la cuna y la escuela determinan el futuro.

Lógico, entonces, que se rebelen, que digan “no va más”.

Así, en pocos días los “péndex” se han tomado el centro del escenario mediático. Y no parecen dispuestos a soltarlo por las bolitas de dulce que se les ofertan en las mesas de diálogo. Y tras empezar por lo accesorio- la PSU, el pase escolar, etc.-, ya han llegado al corazón del modelo educacional instaurado por la dictadura: la LOCE (Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza) que antepone la ilusoria libertad de elegir en esta materia a través de los “sostenedores” (¡mercanchifles a cargo de colegios!) y la municipalización, al derecho a la educación. Un principio republicano consagrado que asegura la igualdad de oportunidades para quienes no vienen dotados desde la cuna.

Me gustan los estudiantes, decía la Violeta. Y a mí también me gustan, qué joder. Me gusta que se resistan a ser cómplices de una estafa, porque eso es lo que hoy la educación media y básica. Con Jornada Completa Escolar y con mayor cobertura, como se jactan los tecnócratas, que sólo sirven para ocultar el hecho de que los estudiantes hacen como que estudian y los profesores hacen como que enseñan. Pero, en rigor, nadie enseña ni nadie aprende nada. Y todos los tests internacionales así lo demuestran. Acá las personas tienen sólo la educación que pueden pagar. Y si no tienes, pues, te embromas. A lo máximo que podrás aspirar es a ser junior, estudiante de un instituto profesional o, en el mejor de los casos, empleado público. El mundo de las oportunidades no fue hecho para ti, a ver si lo entiendes de una buena vez.

Mientras tanto, los muchachos nos han recordado una vez más, con la fuerza de los hechos incontrastables, que el rey está desnudo. Y que todos hemos podido sentirnos por unos días un poco más rejuvenecidos, no por obra de una crema antiarrugas ni un antioxidante, sino del poder de los sueños y de las utopías que, entrelazados, hacen posible creer que todavía se puede cambiar algo. Porque la vida sin esas ensoñaciones sólo es, como decía Serrat, un largo y fatuo ensayo para la muerte.

El mundo ha vivido equivocado



Debo el título y la inspiración de este humilde columna a Roberto Fontanarrosa, hijo ilustre de Rosario y dilecto habitué del café “El Cairo” de su ciudad natal, donde seguramente entre cortados y cigarrillos negros se han gestado muchas de las historias de “Boggie el Aceitoso’’ e “Inodoro Pereyra”. Dos de los personajes, entre muchos, que han inscrito su nombre en letras doradas en el planeta cómic y han alegrado mi vida en años de desolación y desesperanza.

El “Negro”, que así es como lo conocen sus amigos, empezó a dibujar sus celebradas tiras de monitos (es un decir, claro, porque lo suyo es un arte mayor) en la mítica revista Hortensia y terminó publicando novelas y libros de cuentos. El primero de los cuales, dado a las prensas en 1982, lleva el rótulo que cito en estas líneas por dos razones al menos: 1) Me parece uno de los títulos más geniales de estos últimos cien años de historia y 2) Creo que encierra, como tantas de esas boutades, arrojadas con displicencia sobre la mesa de un café, en una charla entre amigos, una de esas verdades grandes como una casa que sólo pueden surgir de la atmósfera de filosofía peripatética que suele animar a esos sitios de encuentro y alterne.

“El mundo ha vivido equivocado”, pienso yo, con todo respeto, es algo más que un retruécano o un juego de palabras. Es un aforismo -creo yo e insisto con mi osadía de lego- que no desluce al lado de los escasos fragmentos que han llegado hasta nuestros días del pensamiento de los presocráticos griegos. Como Tales de Mileto, Anaximandro, Parménides, Demócrito o el nunca bien ponderado Heráclito, con aquello de que jamás nos bañamos dos veces en un mismo río.

Me explico: de un tiempo a esta parte me he puesto a reflexionar sobre la historia, la ética y la existencia. Un cóctel (ya lo sé) sumamente peligroso y que puede producir vapores mucho más peligrosos que los etílicos. Para no hablar de los delirium tremens... Pero, bueno, es lo que hay, como se dice ahora, y supongo que lo que gatilló mis reflexiones fue la lectura de una gran novela –“Soldados de Salamina”, de Javier Cercas-, que tiene la virtud, como todas las obras mayores, de generar reverberaciones mentales aun mucho tiempo después de haber sido leída.

Resumo el argumento, para los que no lo conocen: Escritor dudoso de su vocación se topa con un amigo –nada menos que nuestro compatriota Roberto Bolaño-, quien le regala un anécdota que se transforma en el punto de partida de una obsesión que lo trastorna. Le cuenta que, trabajando en un camping en la costa catalana, conoció a un viejo republicano español que después de luchar la guerra civil en el bando de los derrotados, pelea junto a los franceses libres en África y termina entrando en París con las tropas que la liberaron del dominio nazi.

Miralles, que así se llama este héroe de nuestros días, vive en Francia de un modo discreto, sin hacer demasiados aspavientos de su pasado (como todos los verdaderos héroes, por otra parte). Cercas, el autor, que es también protagonista de la novela, hace un link entonces entre la pequeña historia de Miralles, por aquella época un joven miliciano, y la de Rafael Sánchez Mazas, un escritor y poeta falangista que luego de pertenecer a la “Quinta Columna” en Madrid e intentar huir a territorio “nacional” es capturado en Barcelona por los “rojos”.

Cuento corto: en 1939, con los alzados respirando en sus nucas y ya prontos a cruzar los Pirineos hacia el exilio, alguien da la orden de fusilar en masa a los prisioneros que permanecen en el santuario de Santa María del Collell, entre los cuales está Sánchez Mazas, padre del Premio Cervantes 2004, el también narrador Rafael Sánchez Ferlosio. Sánchez escapa a las balas y corre hacia un bosque cercano donde se oculta. Un miliciano (¿Miralles?) lo busca y pese a que lo encuentra, decide salvarle la vida haciendo como que no lo ve entre el follaje.

A partir de ese momento, guiado por la intuición y la ambigüedad, esos dos grandes motores de toda buena escritura, Cercas inicia la cacería de Miralles, de quien espera le confirme su sospecha para completar el círculo de un acto de humanidad desesperado que contrasta con el marco de odiosidades sin límites de la guerra fratricida. “Et tout le reste c’est literature...”

Lo cierto es que otro español, David Trueba, tuvo la buena idea de hacer una película en base a este texto. Y a esa genial iniciativa le agregó la también feliz idea de cambiar a uno de los protagonistas varones del libro, el propio Cercas como hilo conductor de estas “causalidades” por una mujer hermosísima, Ariadna Gil, cuyo belleza andrógina y al mismo tiempo poderosamente ibérica, de rasgos duros y nada complacientes, le sirvió para guiar la búsqueda que conduce hacia Miralles. A quien encuentra, finalmente, en un asilo de ancianos en Francia, desencantado pero no entregado, ya casi a las puertas de la muerte, y sin saber que su vida resumía la tragedia de todo un pueblo desgarrado por los conflictos de la Historia con mayúscula.

Ese viejo, sabio y lúcido, que ha vivido en carne propia traiciones y dolores, exilios y pérdidas, es un hombre que, sin embargo, todavía se pone cachondo con las enfermeras con su orinal a cuestas. Una suerte de Ulises que nunca vuelve a Ìtaca (salvo de vacaciones) y al que nadie reconoce como tal. Pero que, a la par, se alegra bailando un pasodobles y se emociona cuando piensa en España.

La película, digo (y con esto cierro, para no latearlos), me hizo pensar, a su vez, en una larga cadena de links mentales, en un libro de memorias de Ilya Ehrenburg, donde el escritor soviético contaba que Antonio Machado, a punto de emigrar a Francia, le había dicho, contra toda evidencia, que tal vez la guerra civil la habían ganado los republicanos. Al menos en el plano moral, decía Machado. Que es un plano nada despreciable, si se considera que es aquel donde los chilenos, por ejemplo, hemos obtenido nuestros más grandes triunfos deportivos.

Lo dicho por Machado, por cierto, es muy discutible. Pero uno podría pensar que el viejo poeta nacido en Sevilla “llevaba razón”, como se decía en sus tiempos. Pues si la guerra civil española fue el bautismo de fuego del fascismo en Europa, la heroica resistencia de los demócratas españoles ayudó a desangrar la “bestia parda”, que se desplomó después de Normandía o Stalingrado, ya con muchas banderillas sobre su lomo. ¿O alguien piensa que los aliados la hubieron tenido más fácil frente a un Eje que incluyera también a un franquismo robusto y militante, más allá de la simbólica y catastrófica aventura de la División Azul en las nieves de Rusia?

No sé que opinan ustedes, pero el “Negro” Fontanarrosa, “canalla” y “antileproso”, seguro estaría conmigo...

Vascos



Dicen que don Miguel de Unamuno, vizcaíno de rancio abolengo (nació en Bilbao en 1864 y murió en Salamanca en aquel infausto 1936, de triste memoria), consultado sobre cuáles habían sido los principales aportes de los vascos al desarrollo de la humanidad, respondió que existían al menos dos creaciones vascas de las que podía dar fe: esta larga y angosta faja de tierra a la que se ha dado en llamar Chile y la Compañía de Jesús.

He podido comprobar hace poco tiempo la verdad del primero de estos asertos, pues en el curso de unas breves vacaciones tuve oportunidad de conocer el País Vasco y descubrí que allí estaba el origen de muchos de los apellidos que han poblado por siglos esta comarca. Desde el extendido Oiartzun (que así se escribe en euskera), hasta los Olabe y los Aristegi. Sin dejar de lado, por cierto, a los Larraín, los Zubía, los Otano, los Peralta, los Echenique, los Azócar, los Arriagada, los Azcárate, los Uribe, los Echeverría, los Garay, los Barahona, los Egaña, los Irarrázaval, los Mendizábal, los Gumucio, los Sandoval, los Ortega y media guía de teléfonos local. Más otros que, con el correr de los años, se transformaron, en algunos casos, en Chile en apellidos vinosos, en la medida en que sus portadores originales devinieron terratenientes y viñateros, dejando atrás su pasado de humildes destripaterrones o pastores.

Es cuestión, por otra parte, de repasar la lista de los Presidentes de nuestra era republicana para descubrir que la impronta vasca está presente con fuerza en estos lares. Varios Errázuriz, un Sanfuentes Andonaegui, José Manuel Balmaceda, Pedro Aguirre Cerda y, más cercano en el tiempo, Salvador Allende Gossens. Para no hablar del inmenso legado en materia de figuras del mundo de la cultura que va desde el padre Lacunza, desterrado en Imola, Italia, tras la expulsión de los jesuitas a fines del siglo XVIII, hasta historiadores como Diego Barros Arana y Miguel Luis Amunátegui, y nuestros dos grandes poetas consulares: Pablo Neruda (Neftalí Reyes Basoalto) y Gabriela Mistral (Lucila Godoy Alcayaga).

Es cierto: todos los chilenos, de una u otra manera, somos vascos. Llevamos en nuestro corazón una ikurriña, la bandera roja y verde de Euskal Herría, y tenemos ancestros que salieron hace unos cuantos siglos ya o empujados por alguna guerra inesperada desde un caserío con casas de piedra, en medio de colinas en las que crece un suave césped que alimenta a ovejas demasiado bucólicas. Más propias de un cuadro pastoril que de la realidad de un país que es sacudido también por pugnas de larga data.

De allí la emoción que uno experimenta en el casco viejo de Pamplona, bebiendo un zurito en alguna taberna o devorando un gorrín, un lechoncillo tierno que se puede partir con el filo del plato, mientras se da cuenta de un txacolí o un vino navarro. O en Zarautz, en la costa cantábrica, o más al norte aún, en Getaria, la aldea de pescadores, de la que un día partió Juan Sebastián Elcano, el primer hombre que dio la vuelta al mundo por vía marítima.

Euskadi, como diría un amigo, más hincha que yo del fútbol, más que una pasión es un sentimiento. Son tipos que juegan al mus en un comedero, y discuten como si estuvieran a punto de irse a los manos, y luego brindan con patxarán y se despiden con un “agur” antes de emprender el camino a casa. O adolescentes que se dan cita en la barra de una herriko taberna, adornada con retratos de próceres de la Guerra Fría (el Che, Mandela y otros) y fotos de presos que se secan en la cárcel, en tanto bailan punk rock sin ninguna culpa al compás de Barrikada o Fermín Muguruza, y toman cerveza, sin ponerse imbéciles a causa de su ingesta.

Los vascos, como se sabe, para no pasar por alto el lugar común, son gente obstinada y dura de matar. Por ahí pasaron algunos pilotos de la Luftwaffe nazi, en plan de ensayo de los horrores que la Segunda Guerra Mundial se encargó de multiplicar al cuadrado. No sé si les suena Guernica, la ciudad donde está el árbol que simboliza la independencia y los fueros de un pueblo orgulloso de su autonomía y que fuera inmortalizada por Picasso. Y antes que ellos anduvieron los romanos impulsando la pax imperial, por medio de acueductos y de legiones. Y después los francos o los merovingios (no lo tengo muy claro), que mordieron el polvo de la derrota en Roncesvalles, donde nació la épica chanson de Roland. Y los árabes, que se las arreglaron para pasar a Francia por los Pirineos, sin molestar demasiado a estos montañeses ariscos con quienes era mejor no meterse.

Pero fuera de eso son gente alegre, que se divierte lanzando troncos, como los escoceses, y jugando al frontón con la mano, aunque si uno no se la venda como corresponde corre peligro de que se le hinche como una empanada en cuestión de minutos. Les gusta además, como es fama, correr delante de toros de afilados cuernos, azuzándolos con un diario y vestidos con ropa blanca y boina y pañuelos rojos. Y de ese placer propio de los carnavales de los antiguos griegos y romanos supieron hacer una industria provechosa que convoca a millares de extranjeros que se agolpan en las calles de Pamplona cada siete de julio, dispuestos a vivir emociones fuertes y a chupar como orilla de playa.

Me caen bien los vascos, qué quieren que les diga. Por eso me alegré cuando a las pocas horas de haber dejado Pamplona (o Iruña, para decirlo en el lenguaje del lugar) rumbo a San Sebastián, y de allí haberme trepado al Eusko Tren que me puso en poco tiempo en Hendaya, en la zona que los vascos abertzales (patriotas en euskera) llaman Iparralde -es decir, la parte vasca del Estado francés formada por tres provincias: Baja Navarra, Lapurdi y Suberoa-, supe a través de los noticieros televisivas que la organización armada ETA había declarado un alto el fuego permanente.

No seré yo, por cierto, este humilde escriba, repatriado con una tardanza de 500 años a la tierra de sus antepasados, quien habrá de explayarse sobre los antecedentes o las consecuencias políticas de esta decisión, pues sin duda habrá otras voces más autorizadas y menos comprometidas sentimentalmente con el tema, que podrán abundar acerca de ello.

Sólo quiero que se me permita clavar una pica en Flandes por la posibilidad de que esta ventanita hacia la paz se vaya ensanchando. Y que de los dolores que todo conflicto engendra emerja la lucidez necesaria como para hallar puntos de encuentro entre posiciones que hoy parecen inclaudicables. Que la obstinación y la terquedad propia de un pueblo industrioso, trabajador y defensor de su lengua y sus costumbres, sirvan para ir consolidando un espacio de diálogo que permita dirimir las diferencias sin bombazos ni balazos en la nuca. Pero también sin la infamia de los Gal que pretendieron acabar con el irredentismo por medio de los métodos de la “guerra sucia” que en Latinoamérica conocimos tan de cerca. Y más encima durante un gobierno socialista.

Es la hora de pacificar los espíritus sin deponer ninguna de las ideas ni los principios. Porque el camino de la violencia, que en algún otro momento fue aplaudido por no pocos (pienso en la sonada muerte del almirante Carrero Blanco, el delfín del “Caudillo”), hoy es un camino estéril. Y a la larga (y esto es válido para cualquiera de los bandos enfrentados en esta contienda), se corre el riesgo de hacer realidad de nuevo la predicción del viejo y sabio don Miguel de Unamuno, quien le advertía a los falangistas triunfantes en las aulas de la Universidad de Salamanca: “Venceréis, pero no convenceréis...’’

La incesante actualidad del género negro


"Por estas calles viles debe ir un hombre que no sea en sí mismo vil, un hombre sin miedo ni mancha. El detective de esta clase de historias debe ser un hombre tal. El es el héroe, lo es todo... Debe ser, para usar una frase gastada, un hombre de honor... Debe ser el mejor hombre de su mundo y suficientemente bueno para cualquier otro mundo. Si hubiera suficientes hombres como él, el mundo sería un lugar muy seguro para vivir..." (Raymond Chandler, El simple arte de matar).

Leo en "Ñ", el excelente suplemento cultural de Clarín, un notable artículo del escritor Carlos Gamerro, donde aborda los límites de un género, la literatura negra, en un país como Argentina. País en el que no existe la figura del detective privado a lo Philip Marlowe o a lo Sam Spade, que espera en una polvorienta y sombría oficina en la que un viejo ventilador combate trabajosamente el calor de California y siempre llega una rubia con aire misterioso que salva al investigador de la ominosa espera de clientes, mientras bebe bourbon del gollete de la botella.

Gamerro plantea que la narrativa tipo “serie negra” es imposible de cultivar en una nación en la que en todos los grandes crímenes está envuelta la policía o los servicios de inteligencia, ya sea como autores o como cómplices (ver si no el caso AMIA), en el que el propósito de la investigación policial es ocultar la verdad y en el que la misión de la justicia es, en la mayoría de los casos, encubrir a los victimarios.

Frecuentemente, además, se sabe de entrada, según Gamerro, la identidad de los asesinos y lo que resta por descubrir es la de la víctima. Los detectives privados son, por lo general, ex policías o ex miembros de la comunidad de inteligencia o actúan en concomitancia con ellos, porque si a cualquier hijo de vecino se le ocurre meter las narices donde no debe lo más probable es que termine flotando en el Riachuelo o acribillado en una zanja.

La figura que más se parece a la del detective de la Continental, creado por Dashiell Hammett a partir de su propia experiencia como investigador de una empresa de seguridad –como se llamaría ahora-, o a la del corpulento Marlowe (cuya imagen quedó inevitablemente asociada a la de Robert Mitchum, quien lo interpretó en el cine), es la de un periodista fisgón que, por imperio de las circunstancias, se convierte en el develador de los misterios que otros debieran develar.

Como sea, lo cierto es que a partir de que Ricardo Piglia se dedicó a divulgar en el país trasandino a los principales autores de ese género típicamente estadounidense, a través de una histórica colección que dirigió como editor, escritores como Jim Thompson o James Cain (“El cartero llama dos veces”) se volvieron familiares para el público argentino y también para el de los países vecinos que pudo acceder a algunos de estos textos fundacionales vertidos al español.

Los escritores locales rápidamente aprendieron que el género negro, con sus héroes hard boiled (“duros de cocer”, según la traducción literal del término), tenía infinitas posibilidades para ser empleado como vehículo de la crítica social, justo en el momento en que el Cono Sur del continente entraba en la noche negra de las dictaduras y la represión ilegal ejercida a gran escala desde los aparatos del Estado.

Surgieron así, siguiendo las huellas de esa promisoria senda trazada por Hammett y por Chandler, creadores como Juan Pablo Feinmann (“Últimos días de la víctima”) y Juan Sasturain (“Manual de perdedores”, en Argentina, mientras que en Chile era el puntarenense Ramón Díaz Eterovic quien, a través del mítico Heredia, siempre en compañía de su gato “Simenon” (otro guiño a Chandler) comenzaba a hurgar en el fango de los bajos fondos de la política y las finanzas.

Pero el fenómeno excede, por cierto, al Cono Sur de América y se reproduce también como hongo en Brasil, donde es Rubem Fonseca el autor que lleva el género hacia el límite de las posibilidades con su alter ego Mandrake y títulos como “De este mundo prostituto y vano sólo quise un cigarro entre mi mano”. El hecho de ser abogado y de haber observado desde cerca, por razones profesionales, el ámbito policial le permite a Fonseca describir, con sequedad y precisión, la atmósfera de las favelas, el narcotráfico, las pandillas y los escuadrones de la muerte.

Y cómo no nombrar, por supuesto, al legendario Pepe Carvalho, creación del ínclito y nunca bien ponderado Manuel Vázquez Montalbán, quien tras su paso por el Partido Comunista español y una fugaz etapa de colaboración con la CIA, desculaba desde su Barcelona natal o en ambientes más exóticos como Tailandia o Alejandría, crímenes en los que siempre estaba detrás la omnipresente mano del poder.

Gozador in extremis, a Vázquez Montalbán se lo llevó hace poco tiempo un ataque al corazón, propiciado sin duda por esos excesos gastrónomicos a los que era tan dado, ya sea en compañía de Biscuter, el lustrabotas falangista que ejercía como una suerte de peculiar escudero de este caballero de adarga en ristre pero no triste figura que era Pepe Carvalho, o de Charo, la prostituta con la que calentaba su humanidad, bajo la lumbre de una chimenea alimentada con los clásicos de un marxismo en desuso.

Su memoria, sin embargo, es perpetuada por infinidad de libros, desde “Los mares del sur” hasta “Asesinato en el Comité Central”, pasando por el mediocre “Quinteto de Buenos Aires” (coincido con Gamerro en que ésta no fue, sin duda, su mejor obra). Y su amigo, el italiano Andrea Camilieri, hizo otro gran homenaje a su permanencia al bautizar al comisario siciliano al que dio vida como Montalbano, en honor al jocundo y productivo escritor catalán.

Y siguen las firmas. Ya que tampoco se puede dejar de nombrar al mexicano Paco Ignacio Taibo II, que escribió al alimón, como se decía antes, o a cuatro manos, para ser más claro, con el subcomandante Marcos, líder y numen del EZLN (y con él de cierto mundo “progre”), una novela policial por entregas a través de las páginas del diario Reforma. O al chileno Luis Sepúlveda, que también ha incursionado en el género, y que apoya de manera permanente la realización de la Semana de la literatura negra en Gijón, Asturias, lugar donde reside.

De todos modos, no deja de ser curioso que los inventores de este género, que se desarrolló por medio del pulp (revistas baratas de relatos policiales, de las que emana el concepto de pulp fiction) hayan sido dos escritores que estaban en las antípodas desde el punto de vista ideológico.

Uno de ellos, Dashiell Hammett (“El hombre flaco”), era comunista y por tal motivo enfrentó la persecución inclemente del macartismo en los años 30, sin variar ni un ápice sus ideas aun cuando los torquemadas inquisitoriales venían degollando. Y si consiguió ser enterrado en el cementerio de Arlington, junto a otros soldados que combatieron bajo el pabellón de las franjas y las estrellas, no fue más que por la perseverante insistencia de su compañera, la escritora Lilian Hellman, quien bregó en forma incansable para que se le reconociera su condición de veterano de guerra.

El otro, Raymond Chandler, fue un norteamericano atípico, pues a pesar de haber nacido en Chicago, tras la separación de sus padres, se educó fundamentalmente en Inglaterra, y ejerció un tiempo como reportero para un par de diarios londinenses. Regresó a EE.UU. a los 24 años, y se inició como tardío escritor a la edad de 45 años, apoyado por su esposa Cissy, una vez que quedó cesante luego de haber sido ejecutivo de una importante empresa petrolera. Hombre de talante más bien conservador (ahora se diría de él que fue un liberal de estilo europeo), Chandler hizo, sin embargo, la más corrosiva crítica que se haya hecho nunca al “sueño americano”, mostrando la asquerosa y abierta corrupción que fue el pilar básico de la construcción de este sueño.

Ambos tenían, no obstante, tres puntos al menos en común: 1) Su afición por el alcohol, que hizo historia y que transmitieron, sin ningún tipo de hipocresía, a los héroes que, cual modernos Pigmaliones, pergeñaron a imagen y semejanza de ellos mismos; 2) Su turbulento paso por Hollywood, luego de que los dos fueran contratados por los productores de la “industria de sueños” para trabajar en proyectos ligados a sus novelas (“El halcón maltés”, de Hammett, con Humphrey Bogart, marca uno de los puntos altos de esa colaboración); y 3) El hecho de que ambos fueron hombres decentes (“hombres de honor”, como quería Chandler), y que para sobrevivir en un mundo de tiburones, vestidos con trajes de 300 dólares o abrigos de visón, debieron refugiarse en la dipsomanía o en la creación de ficciones donde el bien, el honor y la verdad todavía parecían tener una oportunidad frente a los chacales.

Monday, December 11, 2006

Cicerón, Cheyre y una tragedia clásica en varios actos


Pensaba escribir sobre otras cosas. Sobre los autores clásicos, por ejemplo, que te enseñan a cada paso que pretender abordar los temas de siempre desde una óptica nueva no es más que una soberbia y vana presunción, pues todo lo importante ya ha sido dicho (y mucho mejor, sin duda) con antelación.

Quería escribir sobre “La conjuración de Catilina”, de Salustio, donde de una vez y para siempre se revelan los móviles ocultos y las pequeñas grandezas y miserias que hay detrás de toda conspiración. Y de cómo el viejo Cicerón, tan prudente y moderado en otras ocasiones, actuó aquí con mano de hierro, de la única manera en que correspondía acaso que lo hiciera como cónsul de Roma, ante esta rebelión de nobles arruinados cuya principal reivindicación consistía en la tabula nova; es decir, en que desapareciera desde el Capitolio la infamante lista de sus deudas en esa suerte de Dicom de la época, que eran las nóminas de los acreedores.

Quería, ya les digo, escribir sobre el adusto Tácito o sobre Julio César o sobre cómo en el siglo I antes de Cristo se juntaron, en una misma época, una constelación de brillantes poetas como tal vez nunca en la historia volverían a hacerlo. A saber: Quinto Horacio Flaco, Catulo, Virgilio, Propercio, Tibulo, Ovidio, el autor de la Metaformosis y el Ars Amandi, y como todos ellos, excepto Catulo, que murió tempranamente, a la edad de 30 años, contribuyeron a elevar con sus versos la gloria de Augusto, el hombre que inauguró el Imperio y sepultó a la República romana.

Pero, ¡oh!, la maldita actualidad se me cruzó de un modo artero en el camino. Y tuve que volver, querida chusma, a recorrer los trillados caminos del diarismo, donde mi humilde pluma será sólo una raya más en una maraña de opiniones cruzadas. Debo decir algunas palabras, me sugieren, sobre la llamada tragedia de Antuco. Cualquier silencio en tal sentido, me advierten, sería considerado como complicidad o visto bajo sospecha, al menos por los que leen los signos bajo el agua. Vaya entonces pues mi modesta opinión al respecto, para que no se diga que Artemio Lupín no dijo lo suyo.

Para empezar, estimados contertulios, les diré que no me cuadra que este asunto se cierre con el relevo de un coronel, un teniente coronel y un mayor. Cuarenta y cinco muertos –“la mayor tragedia del Ejército en tiempos de paz”, como se la ha caratulado- ameritan mucho más que eso. Al menos la cabeza del jefe de la III División, general Rodolfo González, que debió retirarse lastimosamente entre abucheos de los familiares, cuando la crisis estaba en su paroxismo, y quiso dar explicaciones que no explicaban nada.

En cuanto a la de Cheyre, “fuentes bien informadas” me comentan que el jefe del Ejército puso su cargo a disposición del Presidente ya hace unos días, pero éste habría rechazado su dimisión, pese a que casi en paralelo el Congreso sancionó las reformas constitucionales que le restituyen al jefe de Estado una prerrogativa que tuvo durante muchos años, los de la democracia sin restricciones en nuestro país: destituir a los comandantes en jefe de las FF.AA. Reformas a las que solamente les falta el tercer trámite para que rijan ya en forma plena y efectiva.

No sé, repito, si esta virtual renuncia existió o no. Pero ante situaciones como ésta, en cualquier democracia no controlada por poderes de facto, como es la chilena, el primer mandatario tiene la posibilidad de hacer los cambios que estime pertinente. Y además de las “fallas comunicacionales”, de la inexistencia de una célula de crisis (cosa que pareciera imperdonable en un Ejército que por su razón misma de ser está expuesto a situaciones imprevisibles), lo cierto es que Cheyre debe asumir la responsabilidad del mando en esta comedia de equivocaciones que parecía no terminar nunca.

La guinda de esta amarga torta la puso, por último, aunque suene cruel decirlo, el hecho de que los oficiales implicados en estos hechos –un capitán y un teniente- aparecieran con vida, emergiendo de la terrible tormenta de nieve. Otro oficial, con grado de mayor, actuó como el célebre "capitán Araya": embarcó a su gente y se quedó en la playa. O en un refugio seguro, que es decir lo mismo.

No era obligación, por cierto, que se murieran en estos hechos, pero siempre quedará la sombra de la sospecha, más allá de los relatos sobre abnegados rescates de soldados casi muertos, acerca del por qué se salvaron. Y muchos padres de los conscriptos víctimas podrán pensar, más allá de las indemnizaciones que se les paguen, que sus hijos fueron abandonados a su suerte. Así de duro, así de difícil.

Quería, ya les digo, escribir de otra cosa, pero no pude evitar hablar del tema que nos ocupa y nos ha de ocupar seguramente por varios días más. Prefiero evitar, por obvias, las reflexiones que me mereció la mención a supuestos “agentes infiltrados” que se dedicaron a “agitar” a los familiares en contra de los mandos. Tal tipo de razonamiento paranoico sabemos a qué conduce: al Plan Zeta y, en última instancia, a aviones arrojando cadáveres al mar. Omitiré, por tanto, cualquier comentario.

Para cerrar, entonces, esta columna les diré que yo quería hablar originalmente de la carta de Quinto Tulio Cicerón a su hermano, Marco Tulio Cicerón, el Cicerón que pasó a la historia, cuando éste se candidateó al puesto de cónsul. En su “Breviario de campaña electoral”, Quinto Tulio le recomienda, cual versión avant la lettre de Tironi o Correa, a su famoso hermano mayor que adapte su discurso al gusto del público.

Puedes hacer con dignidad lo que durante el resto de tu vida no podrías hacer”, le aconseja, sugiriéndole que no dosifique los halagos que tanto le agradan al personal. Pues, como bien le aclara, la adulación, que “en la vida corriente es un defecto vergonzoso”, en un candidato (palabra que etimológicamente viene de cándido –“blanco”-, dado que el postulante debía vestir prendas de ese color para llamar la atención) es algo que nunca está de más.

Querrán tu amistad si estiman que deseas la suya”, le dice, al tiempo que le encarece que vaya al Foro (lo más parecido a la tele de nuestros días), rodeado de un séquito de entusiastas adherentes. Y sin olvidar, por cierto, al “nomenclator”, el oportuno asistente que le sople al oído los nombres de quienes se acerquen a saludarlo.

Así que ya lo sabes, Michelle (consejo válido también para "Tatán" Piñera y "Joaco" Lavín): no malgastes tu tiempo y tus recursos en asesores de imagen que le aportarán bien poco a tu campaña. Todo es cuestión de leer con atención a Quinto Tulio Cicerón y seguir sus lecciones. Lo importante (se los decía al comienzo) ya está escrito. Y como dirían los clásicos: los dioses sólo ciegan a los que no quieren ver las verdades que asoman ante sus ojos con la contundencia inapelable de los hechos.

Adiós, Jorge Hevia, no te voy a echar de menos

Año 1983. No sé bien si el Proden, un proyecto motorizado por el actualmente preso ex senador Lavandero, u otra entidad por el estilo, había convocado a una protesta nacional contra la dictadura. Y el resultado fue una inusual receptividad de parte de la ciudadanía, que a diez años del golpe militar comenzó, a golpes de cacerolazos o barricadas, a demostrar que los sentimientos democráticos estaban aletargados pero aún sobrevivían.

Las protestas y la represión subsiguiente dejaron más de una docena de muertos y Pinochet nombró como ministro del Interior a Sergio Onofre Jarpa, el viejo patriarca del Partido Nacional y prócer de Pencahue, que sacó 17 mil soldados a la calle con órdenes de disparar a matar. Fue entonces cuando quien esto escribe (y disculpen la autorreferencia), llegó a Chile como enviado especial de un medio extranjero para cubrir los acontecimientos que despertaban curiosidad en el mundo entero.

Primer paso de todo corresponsal: acreditarse como tal en el edificio Diego Portales, la ex Unctad de los tiempos de la UP. Después de atravesar sucesivas guardias, recuerdo un Santiago donde el esmog se mezclaba en la garganta con la tensión reinante, que se cortaba como con un cuchillo, y el olor de los gases lacrimógenos como telón de fondo.

Una oficina como cualquiera y detrás del anuncio de la secretaria, un funcionario que debía tomar nota y hacer un registro, me imagino, del alud de periodistas y fotógrafos foráneos que de pronto se dejaban caer en un país cuyo gobierno, sin duda, hubiera preferido el olvido antes que ese súbito protagonismo.

Adivinen cómo se llamaba el funcionario.Aunque la adivinanza no tiene gracia, porque en el título de esta columna ya está la pista clave. Sí, señor, no le han mentido: Jorge Hevia, el “rostro” que ha acompañado las mañanas de TVN durante buena parte de la interminable transición a la democracia, era el hombre en cuestión.

Que en ese entonces estaba mucho más joven, y no necesitaba teñir sus canas con Grecian 2000 o Koleston. Pero era el de siempre, con el cabello ensortijado y la mirada ratonil del eterno sobreviviente, de aquel capaz de resistir todas las catástrofes premunido de un sabio olfato que le va a impedir siempre nadar contra la corriente.

El hombre, lo he escuchado, tiene su justificación propia para explicar su paso por esa entidad fiscal nada inocente, la famosa Dinacos, que contiene en su nombre dos sílabas infames que corresponden a otro célebre reducto de “servidores públicos”. Dice, a quien quiera escucharlo, que era sólo un muchacho, que estaba recién casado y que tenía que mantener un hogar, sin poder darse el lujo de elegir el lugar donde ganarse los garbanzos.

Una explicación tal vez plausible si su pega hubiera estado en el SAG, en Impuestos Internos o en la Aduana, pero no tan convincente si se piensa que Dinacos (Dirección Nacional de Comunicaciones, según su sigla) era el ente que personificaba, entre otras cosas, a la censura del régimen. Algo así como la Santa Inquisición.

Lo cierto es que ese fue mi único y corto diálogo con Hevia, quien además de apuntar mis datos personales sólo se salió de libreto una vez para preguntarme (o tirarme la lengua, según se prefiera) cómo se veía lo que estaba pasando en Chile desde afuera.

Quién sabe, quizás ahí ya estaba asomando, de manera precoz, su condición de hombre-corcho. O simplemente eran atisbos de lógica curiosidad que habían sobrevivido desde su paso de la Escuela de Periodismo al grupo de inspectores del Ministerio de la Verdad que fungía en Dinacos.

Pero ese breve experiencia sirvió para generar en mí una sostenida y rebelde antipatía hacia la figura de Hevia, con la cual nunca he podido congraciarme, a pesar de que lo he visto luego darse varias volteretas. Lo concreto es que siempre que me levanto y enciendo Canal 7 no puedo impedir que una mueca de desagrado asome en mi cara.

Muchos rostros han desfilado por la pantalla junto al suyo (Margot Kahl, Karen Doggenweiler, Felipe Camiroaga y ahora último la bella y refrescante Tonka Tomicic...), pero no hay caso. No consigo que Hevia se me haga mínimamente aceptable. Su sentido común tan pedestre, su habilidad para sacarle el poto a la jeringa si la conversación deriva hacia terrenos pantanosos, su humor de kermesse de colegio secundario. Todo en él me resulta falso e impostado.

De modo que cuando supe hace algunos días, por propia confesión, que se apresta a dar un paso al costado, sentí una especie de íntima satisfacción. La sensación de que la justicia tarda pero llega. Aunque mi entusiasmo fue morigerado al saber que el ex voleibolista no planea de ninguna manera colgar los guantes, sino que sólo estima que su ciclo en los matinales ya está agotado. De manera que el amplio y generoso presupuesto del canal estatal o de un canal amigo seguramente conseguirá darle refugio en algún lado.

Saturday, December 09, 2006

Diez debilidades autoconfesadas


Atávico y elemental, diría que soy bastante fiel a mis creencias, entre las cuales está un ateísmo cerril, que no obsta para que lleve colgada en mi pescuezo una medalla de la Virgen de Lourdes, que me regaló mi madre y que prometí llevar hasta el fin de mis días. Pero, ¡hala!, como debe haber dicho Ortega y Gasset, vayamos “a las cosas”. Al grano, sin más rodeos. Lo que sigue es la lista prometida, que no agota ni con mucho, la vasta nómina de mis puntos débiles:

1) El buen yantar y el mejor beber: Filosóficamente, soy hijo del rigor y el estoicismo. Admiro a Diógenes, el cínico que vivía en un tonel (y cuya definición de cinismo, por cierto no tenía nada que ver con la que se emplea hoy). Dícese de Diógenes que al ser interpelado por Alejandro Magno, y al preguntarle éste que era lo que más deseaba en el mundo para concedérselo, le respondió simplemente que se quitara de en medio porque le ocultaba el sol. Y no he tenido tampoco mayores problemas para sobrevivir en base a una dieta de leche y galletitas, en tiempos de estrecheces. Aunque habiendo recursos a manos me transformo en un súbito epicúreo y soy amigo de la buena mesa y de los buenos mostos.

2) Las mujeres hermosas: Como decía, Mario Benedetti, en tiempos de triunfalismo revolucionario, del capitalismo merecerían quedar en pie, como recuerdo arqueológico, al menos tres exponentes: el whisky, Claudia Cardinale y París. Me adhiero entusiastamente a esa trilogía. Pero estaría dispuesto a renunciar al primero y al último, en virtud de la del medio. Una mujer bella es un poema en sí misma. Y no necesito decir más. Sólo aclararé que mis preferencias van por el lado de las bellas y lánguidas al estilo de Catherine Deneuve, Charlotte Rampling, Jennifer O’Neill o Helena Bonham-Carter. Y que en cualquier caso son esenciales para mí unas cejas bien delineadas y una dosis de misterio que no se agote después de la refriega.

3) La cultura basura: Ya lo he dicho en más de una ocasión: tengo una debilidad congénita con respecto a la cultura kitsch. Y esto incluye a la televisión, a Luciana Salazar y a La Granja, en sus versiones comunes y VIP. Me gusta suponer que después de dedicar mi mente a tareas elevadas, tengo derecho a instalarme frente a la caja boba, a agarrar el control remoto y a depositar mi cerebro como una placa dental en un vaso con agua, sobre el velador, para disfrutar el reposo del guerrero. Pero la única verdad es que me agrada la tontera, adiestrado desde pequeño ante “Sábados Gigantes” y los más ridículos culebrones aztecas.

4) Los narradores estadounidenses: Soy fan, groupie o la palabra que mejor les acomode de Francis Bret Harte, Ernest Hemingway, Richard Ford, Richard Yates, John Fante, John Cheever, J. D. Salinger y otros muchos. También, desde luego, de Raymond Carver (aunque detesto que en Chile lo haya puesto de moda y en circulación la Zona de Contacto de El Mercurio, su doble opuesto) y de Charles Bukowski, con los mismos reparos que en el caso anterior. Sólo algunos rusos –el maestro Anton Chejov, entre ellos- superan a esa escuela, lo mismo que algunos franceses, como Guy de Maupassant, Stendhal o Balzac.

5) Los libros viejos: Hurgador consuetudinario de mercados persas y librerías de segunda mano, me matan los libros que tengan al menos un siglo sobre sus lomos. He llegado a tener verdaderas epifanías al conseguir hacerme de algún volumen de la edición original de la historia de Chile de Barros Arana. Y he maldecido mi suerte cuando me ofrecieron las obras completas de Rimbaud, de La Pléiade, en papel biblia, y no tenía ni un peso en el bolsillo, y cuando volví ya las habían vendido. Y a Lafourcade, para más remate.

6) El retrato de la vida doméstica de las series yankis: No sé qué piensan ustedes, pero para mí nadie como los gringos ha conseguido hacer una fiel descripción de lo que es la vida intramuros de la gente común. Desde “Matrimonio con hijos” hasta “Seinfeld” (donde, en rigor, ninguno de los personajes es demasiado corriente), la vasta paleta ofrece ejemplos inconmensurables de las posibilidades dramáticas que ofrece la cotidianeidad. “Los Simpson” o "Becker" o "Fraser" o “That’ 70s Show” son distintos ejemplos de familias o sujetos disfuncionales, pero el sustrato es el mismo. Y estos tipos son maestros a la hora de sacarle partido a las sitcoms o al show más ambicioso, tipo “Los Soprano” o “Huff”, mi última debilidad del universo catódico.

7) Mujergorda.com: Este blog es topísimo. Lo escribe un argentino radicado en Barcelona y recrea el mundo de Mirta, una dueña de casa cincuentona que vive en Mercedes (provincia de Buenos Aires). Mirta Bertotti escribe de cosas simples y aparentemente tan insignificantes como el placer y el significado profundo del acto de beber mate, la crucifixión de la menopausia, el bajón de tener un marido cesante y un hijo drogo, etcétera, etc. Es francamente imperdible y una demostración palmaria de las posibilidades de un género en alza: la blogomanía. (No se pierdan la columna sobre “el Diego”, con relato incluido de su segundo gol ante Inglaterra, en el Mundial de México).

8) Los partidos de rugby: Durante una larga y forzada estadía en tierras trasandinas, quien les habla se hizo adepto a una práctica que parece propia de neanderthals, pero en rigor no lo es. Me refiero al rugby, deporte que en Chile al menos está circunscrito al estrecho círculo de los colegios ingleses. Y abarca poco más allá de eso. Los rugbiers dicen que el fútbol es un deporte de caballeros jugado por animales, y el rugby sería su reverso. Pero en Gales o en Nueva Zelanda no tiene, por cierto, nada de exclusivo. Lo juegan los hijos de los mineros o los maoríes en los potreros, y por eso destacan en ese ámbito, por una mera cuestión de masa crítica. Más allá de cualquier otra reflexión de índole sociológica, lo cierto es que en el deporte de la ovalada se conjugan la fuerza bajo control, la inteligencia, la agilidad, la nobleza (cuando se dejan de lado las sucias artimañas) y el trabajo en equipo, como en pocos otros deportes.

9) La literatura clásica: Por sugerencia, entre otros, de Roberto Bolaño y Rafael Otano, amo la literatura clásica, entendiéndose por tal la legada por griegos y romanos. Desde Arquíloco de Paros hasta Safo, pasando por Calímaco, Anacreonte y muchos más, que nos han dejado jirones de belleza imperecedera. También admiro hasta la reverencia a los latinos del siglo I a.C.: Horacio, Ovidio, Propercio, Tibulo, y sobre todo a Catulo, poeta deslenguado y hasta obsceno en su celebración de los placeres del sexo. Aborrezco, eso sí, cuando algunos, por dárselas de “cultos”, maltratan al idioma de Virgilio. Por ejemplo, cuando dicen “mutuo propio” en vez de motu proprio.

10) Las películas francesas: Igual como a Morticia, la de los “Locos Adams”, escuchar la lengua de los galos me despierta cierta sensualidad dormida. Al margen de eso, me gusta el punto de vista y el ritmo diferente al de la típica lectura hollywoodense con que los directores franceses abordan la realidad. Entre mis favoritos está Eric Rohmer y Robert Guedigian (un cineasta notable que retrata la vida de personas sencillas y antiglamorosas). ¡Ah! También amo, a riesgo de ser denostado como pro-gabacho, las canciones en francés. Desde Yves Montand hasta Jacques Brel, Maxime Le Forestier, Jean Ferrat, Francis Cabrel o Isabelle Boulay, mi más reciente descubrimiento quebecois. Para no hablar de la eterna Edith Piaf o Coralie Clement.

En fin. Como decía Rick Blaine en Casablanca, en un mundo en demolición y apocalíptico, “siempre nos quedará París”. Que como consuelo ciertamente no está nada mal.