Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

My Photo
Name:
Location: Santiago, Chile

Monday, January 29, 2007

Aires del Plata



Salí de la pelopincho por unos días y partí a tierras rioplatenses a reencontrarme con amigos y paisajes que me resultan entrañables. Llegar a Buenos Aires y sentirme envuelto por el halo de las pizzerías –ese característico aroma porteño- fue una sola cosa. El Tienda León me dejó en Retiro, frente al Sheraton. Pero, claro, yo no iba a parar allí ni tampoco en la chic y modernosa zona de Puerto Madero, así que tomé mis bagayos y me sumergí en el subte, donde después de atravesar los molinetes metálicos sentí que la ciudad donde pasé una buena y bella parte de mi vida, me estrechaba entre sus brazos, dándome la bienvenida.

Humedad, carros viejos y trepidantes que parecen a punto de desintegrarse y calor. Mucho calor. Chicas en minis-minis aferradas de los colgadores de los vagones de la línea C (Retiro-Constitución). Matronas entradas en carnes y laburantes con cara de no mirar a ninguna parte, entre muchachos enchufados a sus MP3 y oficinistas encorbatados. La melange de siempre. Combino en Avenida de Mayo con la línea que va a Congreso y me bajo en Sáenz Peña para caminar por ese barrio con claras reminiscencias españolas que afloran desde el puchero que anuncian los menús de los restaurantes hasta en esos edificios con “setenta balcones y ninguna flor”, como diría el poeta Baldomero Fernández Moreno.

Buenos Aires me mata. Hay una electricidad y una vibración en el aire que no se encuentran en todas partes. También hay escapistas que le arrebatan la cartera a una joven que camina cerca de Callao, mucha basura amontonada en las calles y una manga de hijos de puta que quedaron impunes y no tienen nada que envidiarle a los nuestros. Pero así y todo me mata. Me parece que hay pasión en esas calles donde una pareja de adolescentes se besa con furia y desvergonzado deseo, reproduciendo la postal captada por Robert Doisneau en el Hotel de Ville.

Después, lo de siempre: vitrineo en las librerías, una tira de asado en Pippo con ensalada de radicheta y ajo, y regreso al hotel para quedarme estaqueado por la canícula debajo del ventilador de amplias paletas.

Entre medio, un café en La Paz, en Corrientes y Uruguay, que ya no es lo mismo que era en los años 70: lugar obligado de cita de militantes con camisas grafa, intelectuales a la violeta y revolucionarios de café. Ahora, con suerte, hay un par de homosexuales de caricatura –cincuentones, teñidos y patéticos- dialogando con los “chongos”, también caricaturescos, que les sirven de compañía. No sé si hay más gays que antes en Baires, de lo que sí estoy seguro es que ahora están mucho más a la vista.

Me acuerdo de repente de una canción de Miguel Cantilo, que dice algo así como “y dónde están ahora los sicoanalistas, curando la neurosis de los accionistas... y dónde están ahora los hippies pacifistas”. “Y dónde estás tú, querido gurú, ahora que se fueron y apagaron la luz...” Y curo mi nostalgia del modo más cruel posible: comprándome dos de los cinco tomos de “La voluntad”, la megaempresa de recuperación de la memoria de los años 70 de Martín Caparrós y Eduardo Anguita, que se lee como una novela de aventuras que termina transformándose en una de terror que otra que Lovecraft. Pero de la que igual no puedes despegarte.

Veo viejos compinches (no muchos), porque el tiempo apremia. Me reuno a charlar con una amiga periodista que me lleva a pasear a Palermo Soho (el antiguo Palermo Viejo, ahora reciclado como sofisticado sitio de moda). Pasamos revista a los años sin vernos en torno a unas cervezas y de pronto me cuenta, como al pasar, si le noto algo distinto. Entonces me confidencia que se hizo las “lolas” cuando cumplió 40, como premio al cambio de folio. Con ese divertido desenfado de las argentinas que de a ratos echo de menos por estos lares.

Luego, tomo un catamarán en el Tigre y cruzo el charco color de león para arribar a un balneario uruguayo que tiene el encanto de lo silvestre y lo campesino casi en estado puro. Por eso mismo no les diré el nombre, porque, como aconsejan los que saben, “no hay que avivar a los giles”. Sólo les diré que ahí me desconecté de todo, tendido en una hamaca y escuchando el canto de los insectos y los pájaros.

Llegué a chapalear incluso en esas playas amarronadas que hoy están amenazadas por las papeleras de Botnia, que tanto sobresaltan a los vecinos de Gualeguaychú, pero que entre tanto han tenido que aguantarse mucha basura, aunque sin tanta propaganda de por medio. Pero el agua, les diré, no estaba nada mal. Y los pescadores todavía pueden entretener sus ocios sacando dorados y tarariras. Aunque no es, claro está, ni el Caribe ni Buzios.

Después anduve por Punta Gorda, lugar donde los charrúas originarios se comieron a Solís, un conquistador cuyo destino fue más bien macabro, y desandé los pasos de Charles Darwin, que aquí escribió parte de las notas de un naturalista en el Plata. Asados, para qué les cuento, y vino tanat, menos recomendable para nuestro paladar habituado a los cabernet de recia estampa.

Y así pasé mis breves vacaciones, un intermezzo en mitad de la nada. Ahora estoy en Santiago, otra vez atado al yugo de las obligaciones cotidianas. Y leo por ahí que hay muchos chilenos que están yendo a veranear a Punta del Este, balneario “cajetilla” si los hay. Con la Brava y la Mansa. José Ignacio, Casapueblo (el hotel de Páez Vilaró, cuyo hijo sobrevivió a la tragedia de los Andes) y los paradores donde llegan los famosos de ambos lados del Plata a pasar la temporada.

Ya sé: Punta no es feo, sería un idiota el que dijera eso. Pero yo se las regalo. Me quedo toda la vida con Parque del Plata y los “medio y medio” del Mercado del Puerto. Y prefiero mil veces a Colonia del Sacramento o a Piriápolis antes que al Hotel Conrad (resort & casino) o la avenida Gorlero, donde llegan las “starlettes” de la movida porteña para adornar con sus doradas tetas y culos las portadas de la revista Gente.

Thursday, January 25, 2007

Musa en el Metro y subcontratación


''La aparición de estas caras en la muchedumbre; pétalos sobre una húmeda, negra rama.'' (Ezra Pound)


Desperté con dolor de cabeza, y no precisamente por efectos de una resaca, y mi jaqueca aumentó más aún cuando encendí el televisor para terminar de desperezarme y descubrí que en todos los canales de la señal abierta se discutía el mismo tema: el estado de devastación (el calificativo, ciertamente, no es mío, sino de La Tercera) en que se encuentra Francisca García Huidobro, alias Fran, luego de saber que su ex, Julio César Rodríguez, había tenido una escapada romántica en Buenos Aires con Claudia Arnello.

Panelistas diversos le hincaban el diente a esta “papita” sabrosa que fue traída a la mesa mediática por LUN, con una portada en la que el cachondo animador sonreía, cómplice y canchero, como corresponde a todo buen hijo de Hualpén, a un lente que lo había “sorprendido” en plena Feria del Libro con una ex Miss Chile.

Marcela Vaccarezza, Alejandra Valle, René Naranjo, Leo Caprile, Julián Elfelbein y otros próceres de la opinología se atragantaban para decir lo obvio: que si uno tiene un romance clandestino no lo va a ir a pasear precisamente al predio ferial de Palermo. Y menos en esta época de “dólar dulce”, donde tanto compatriota tiene oportunidad de cruzar los Andes y gozar de los aires, más bien húmedos, de los cien barrios porteños. Y hay tanta cámara digital o celular indiscreto dando vueltas.

¡Pobre Fran! Ella que dejó de lado sus inicios como actriz o comediante para ejercer, merced sin duda a cierta osmosis debida a su fenecida relación de pareja, como panelista estable de SQP, donde sacarle el cuero a los famosos es parte principalísima de la pauta, se veía de repente arrastrada al mismo juego feroz e impiadoso.

Mientras tanto, lo verdaderamente importante dentro de la actualidad noticiosa se juega detrás de la escena, con mucho menos bombo y menos cajas de resonancia que las de la farándula. El tema de la subcontratación divide las aguas y grandes sectores de la derecha vuelven a abanderizarse con la causa de los poderosos y los privilegiados, como lo han hecho reiteradamente desde el retorno a la democracia a comienzos de los ’90.

El senador semidesignado Andrés Allamand es el que bate el pandero con más fuerza, pues luego de advertir a los empresarios que no cometan el error de “canonizar” de entrada a Bachelet (como lo hicieron con Lagos –la metalectura es mía), insiste con bríos en la necesidad de no ceder ante esta “izquierda dura”, que sólo pide que se garanticen ciertos mínimos derechos a los trabajadores del outsourcing.

Por su parte, la “Semana Política” de El Mercurio, donde ya se empieza a notar la mano del nuevo director del decano, Cristián Zegers, un hombre mucho más doctrinario y militante de la derecha más tradicional y corporativista (no por nada sus orígenes están en “El Estanquero”, la revista nazionalista que giraba en torno a Jorge Prat Echaurren como su animador central), baja línea al respecto. Y encuentra, por cierto, una legión de coreutas.

Para empezar, los economistas de siempre, del CEP, el LyD y tutti cuanti, nos advierten que los equilibrios macroeconómicos se están poniendo en peligro, al igual que cuando se decide alzar el salario mínimo, y que el modelo está siendo amenazado en sus bases mismas. Para no hablar de la inmediata cesantía en que se traducirán todo este tipo de reformas, si es que los bolcheviques agazapados en el Congreso y en La Moneda optan por seguir adelante con sus planes disolventes.

¡Por favor!, es lo único que se me ocurre contestar, mientras mi cefalea sigue in crescendo. Y me sorprendo al darme cuenta de que yo, que soy un hombre bastante poco pío... con el favor de Dios, concuerdo con la indignación de Rodrigo Tupper, vicario de la Pastoral y de los Trabajadores, quien subraya con todas sus letras: “No digan que proteger a los trabajadores causa cesantía...” Si fuera por eso, los empresarios habrían llevado hace tiempo sus fábricas a Vietnam, Camboya o a algún país africano, pues, como se sabe, los capitales no tienen patria.

El religioso en cuestión ya había dicho a El Mostrador.cl, en entrevista publicada el Primero de Mayo: “Las votaciones de los parlamentarios deberían regirse por el Evangelio”. Pero esos dichos o mensajes con nombres y apellidos suenan a prédica en el desierto, si se toma en cuenta que no pocos legisladores demócratas y cristianos (se habla de Frei, Sabag y Adolfo) serían los que estarían boicoteando la aprobación de un proyecto que para ser aprobado sólo requiere los votos de la Concertación, pues todo el quórum que necesita es el de una mayoría simple.

¿Recado para la Presidenta? ¿Misil lanzado bajo la línea de flotación de una de sus medidas más emblemáticas y estelares para que acuse recibo de un mensaje inobjetable: que para gobernar necesita de sus votos? Vaya uno a saber... Los meandros de la alta política me tienen sin cuidado, por ahora. Lo cierto es que, aunque sea en forma lenta, algunas mentes van despertando ante evidencias del porte de un buque que no pueden ser ignoradas. Al menos sin pagar ciertos costos. El alcalde de Estación Central, Gustavo Hasbún, declara que la UDI, su casa política, no puede seguir siendo identificada por siempre como “el partido de los empresarios y de los ricos”.

Algo del proyecto más aperturista de Longueira, con vistas a las elecciones presidenciales del 2009, se huele detrás de su postura, hasta ahora inédita dentro del gremialismo. Algo de eso también sin duda hay en el hecho de que Hasbún concurra al acto del 1 de Mayo y le ponga “Gladys Marín” a una de las calles de su comuna. Pero no puede ser lo único.

Hay un malestar transversal con el modelo económico tal como éste funciona, aquí y ahora. No puede ser que haya superávit por todos lados, ganancias millonarias de mineras e Isapres, y el ciudadano de a pie ande pateando la perra... y los intereses de las deudas que acumula en sus tarjetas. Algo no cuadra. Y la iglesia de Roma, con su sabiduría e intuición milenaria, ya lo ha detectado.

¡Miren de las cosas que terminé por hablar! Les juro que mi pauta era muy distinta. Artemio, me dije, a poco de despertar, hoy no hay un solo tema como la gente que te inspire. Baja del proscenio, entonces, y escribe de cosas simples y cotidianas.

Escribe, por ejemplo, de la muchacha cuya belleza te dejó sin habla durante el par de cuadras y el breve trayecto en Metro en el que tus pasos y los de ella coincidieron. Habla de sus ojos color de miel, profundos y siderales, en los que uno podría extraviarse sin retorno. De sus pestañas sedosas, largas y curvadas, que prestaban el marco ideal a su mirada. De su melena castaña. De sus labios perfectamente delineados, sin necesidad de afeite alguno.

Describe esa suerte de éxtasis que te provocó su aparición en la mañana de un día de otoño en Santiago. Y cómo te reprimiste de elogiar su porte y estampa, diciéndole simplemente al oído que su belleza no era de este mundo. Y que si la belleza fuera pecado, sin duda no tendría perdón de Dios.

Pero al final, claro, primó la cordura. No fuera cosa que te confundieran con un viejo verde, con un donjuán revenido y triste. De modo que te quedaste en silencio y sólo te dedicaste a observarla con devoción hasta que descendió en la estación Manuel Montt, llevándose con ella a la poesía que te iluminó por un segundo como una ráfaga.

Thursday, January 11, 2007

Divagaciones en la pelopincho o por qué amo a Norma Jean


El calor africano del tórrido enero tiene mis sesos a mal traer. Sospecho que la canícula licua las escasas neuronas que me quedan y mi estado es muy cercano al del encefalograma plano. Despatarrado en la pelopincho, dialogo con Jaramillo, mi dedo gordo querendón, que tampoco se libra del soponcio en que nos tiene sumidos la temporada estival.

Leo de a ratos, y saltándome páginas sin ningún pudor, “La muerte de Virgilio” de Hermann Broch, un judío vienés que formó parte de esa brillante pandilla de escritores (Joseph Roth, Robert Musil, Arthur Koestler) que floreció en los estertores del Imperio Austro-Húngaro. Lo que más me interesa, mientras los ojos traidoramente se me cierran al cabo de un par de páginas, es la larga plática entre Virgilio y Augusto, en la que éste lo convence, con la fuerza que da el ejercicio del poder, de no quemar la Eneida.

Publio Virgilio Marón, que así se llamaba el hombre, pedía, como Franz Kafka, que el fuego destruyera o más bien purificara sus naderías. Pero, por fortuna, no le hicieron caso. Y el constructor del gran mito que liga a la era augustea con los troyanos, a través de Anquises y del propio Eneas, logró poner a salvo su creación máxima. Los mitos, como se sabe, son recreaciones que sustentan y justifican a los poderes políticos en distintas épocas. Y en este caso Virgilo engarza, con sutileza y arte de orfebre, la historia de Roma con la de Grecia, y hace que Octaviano y la casa de los Julios sea a la larga descendiente del propio Júpiter tonante. Nada menos.

Yo, en cambio, como humilde plebeyo que soy, retozo a solas en mi piscinita de dos por cuatro, hojeando la afiebrada y alucinante pesadilla final de Virgilio en Brindisi, muy alejado de las sinvergüenzuras que el hijo adoptivo de Augusto, Tiberio, cometía en su natatorio de la isla de Capri, donde jugueteaba con los que llamaba sus “pececillos”, según cuenta Suetonio en Los Doce Césares.

Por pura asociación libre me acuerdo de la anécdota que me acaba de relatar un amigo al que, de paso por Budapest, se le ocurrió visitar los baños turcos públicos, que son uno de los orgullos de esa ciudad. Entró en una cámara cubierta de vapor y al mirar a sus costados de pronto descubrió que los bañistas estaban entregados a lo que un cristiano viejo llamaría el “folgar” sin ningún tipo de inhibiciones ni de complejos.

Mi amigo se replegó contra la húmeda pared de los baños construidos por el Imperio de la Sublime Puerta, cuando en el siglo XVI dominaba esas tierras, y se quedó contrito y cohibido, pensando en cómo salir de la forma más airosa posible de esa inesperada situación, y sin que se dijera luego que salió de allí con la cola entre las piernas. O bien, mortificado en su virilidad.

Después algún comedido le explicó que había un día de la semana en que los baños quedaban, por tácito consenso de los vecinos de Buda y también de Pest, en poder de los gays, y otro día, equitativamente, en poder de las lesbianas. Pero, claro, eso sólo lo sabían los habitantes de la capital húngara y no sus visitantes ocasionales.

Jaramillo se ríe con el suceso y me pide que le cuente más sucesos de este estilo. Livianitos como LUN, que, de acuerdo a lo que me cuentan algunas fuentes, no pasa por su mejor momento a partir del estancamiento en su tiraje que estaría hablando de un público que ya se aburrió de la fórmula conventilleo-farandulesco más el repaso obligado de lo que emitió ayer la televisión.

Agustín Edwards del Río se estaría devanando las meninges para ver cómo darle un segundo aire a su tabloide, y convocó a sus creativos con carácter de urgencia para que le aporten alguna idea, que no sea la de simplemente inflar los artículos con adjetivos tremebundos o darle una segunda vuelta a aquellos que aparecen como los más “cliqueados” en Internet. Es decir, las “freakeadas” y los vinculados al sexo en cualquiera de sus formas.

Menuda tarea tienen los muchachos. Pero el periodismo, ya se sabe, es una aventura que seduce a muchos. Y nunca faltan voluntarios para arrojarse a sus procelosas aguas, siguiendo el canto de las sirenas que encantan y hechizan a los navegantes. Ahora me dicen que Oscar Reyes, quien vendió sus acciones de Telenorte haciendo una jugosa diferencia, proyecta un portal informativo que se llamaría “Cambio 21’’. Su editor general sería otro democratacristiano, Luis Conejeros, actual presidente del Colegio de Periodistas, y elegirían tirarse a la pileta el 12 de febrero próximo. Como diría Charly García, “bienvenidos al tren...”

Por mi parte, yo seguiré remojando mis extremidades en la pelopincho. Jaramillo está más arrugado que el moño de piel oculto de alguna estrella de televisión con varias estiradas en su haber (y por Fonasa, más encima) Y me hace señas de que no quiere más guerra. Pero yo insisto. Parafraseando a Blaise Cendrars, le digo: “Haz como la muerte o el hambre, cumple con tu oficio”. Y su oficio, él lo sabe bien, es traerme chismes, material con el que nutrir esta escuálida y famélica columna.

Reviso mis apuntes en busca de alguna “ideíta” huacha que se hubiera quedado por allí, perdida. Y la verdad es que no encuentro nada. Estoy a fojas cero. Simplemente me da risa, mientras repaso el diario (el último recurso de alguien al borde del colapso por el estrés acumulado de todo el año) que nuestro ministro de Hacienda, que nos quería vender el “modelo danés” de la flexi-seguridad (aunque más cargado a lo primero que a lo segundo, la verdad sea dicha), afirme que no está en el programa de este gobierno aumentar los impuestos. ¿Le habrá contado alguien a Andrés Velasco, durante su reciente visita a Copenhague, que los daneses pagan un 60% de sus ingresos en tributos para mantener su ejemplar Estado de Bienestar?

Otra cosa que me causó gracia fue el “pendejo” que le encajó Chávez a Insulza. Un pendejo, conviene aclararlo, que no significa lo mismo que a nivel local, sino que alude más bien a cierta lentitud o pereza mental. Del mismo tipo de la que me embarga. Don Hugo después se retractó. A su modo, desde luego. Pero nuestro ex “Panzer” salió con la pintura rayada del incidente, sobre todo si se considera que el “hombre de la maleta”, con acento caraqueño, contribuyó bastante a que Insulza venciera en su pulseada con el mexicano Derbez por la secretaría general de la OEA.

Y con esto, señores, me retiro. Ya he dicho lo mío por esta semana. No quiero hablar del ahorcamiento de Sadam porque no me da la gana. Y los hechos, además, hablan por sí solos.

Un pensamiento amable antes del adiós: el otro día, pensando en las películas de la vida, me acordé de una que vi siendo muy chico, probablemente en el Ideal Cinema o el cine Navia. A la edad en que en funciones dobles o triples, nos quedábamos boquiabiertos y perplejos con las “de romanos” o los western. Esta de la que les hablo era de este último género: Marylin Monroe y el grandulón de Robert Mitchum, en una peligrosa travesía a bordo de una balsa en un río cuyos orillas estaban infestadas de siouxs o apaches en pie de guerra.

No recuerdo mucho más del argumento. Salvo que Marylin (espléndida) cantaba en una suerte de cabaret, enfundada en un vestido de terciopelo o raso azul, y todo lo que salía de su boca sonaba a “happy birthday, Mr. President”, sensual y promisorio. Y que, no se sabe bien cómo, terminó con el bueno de Robert, navegando por los rápidos mientras llovían flechas sobre sus cabezas. Rastreando en Internet, el “aleph” de nuestra época (en su acepción borgeana, el punto donde convergen todos los puntos), descubrí que el filme se llamaba “Río sin retorno”, y que lo dirigió Otto Preminger.

Ahora lo buscaré con denuedo en los videoclubs, intentando recuperar en forma vicaria, a través de él, ese fragmento de mi lejana adolescencia. El del día en que me quedé prendado de una rubia pulposa y con unos labios carnosos y pintados de un rojo furioso, y una mirada que prometía transportarte al séptimo cielo. Aunque, claro, ningún DVD logrará recrear el impacto que me produjo Norma Jean Baker o Norma Rae la primera vez que la vi en una pantalla en glorioso technicolor.

Thursday, January 04, 2007

La raíz de la corrupción


Tesis 1: La política en Chile, como actividad, ha sido expropiada a los ciudadanos comunes –a lo que se podría llamar la “gente de a pie”- y está reservada para los grandes propietarios o dueños de un capital acumulado lo suficientemente grande como para poder dedicarse casi en exclusividad a la “cosa pública” (res publica, en latín).

Demostración: La crisis en el Partido por la Democracia, que se ha extendido como un reguero de pólvora y ha alcanzado a otros partidos de la Concertación (en principio, en el caso Chiledeportes, a la Democracia Cristiana, mientras que el Partido Socialista también está con las barbas en remojo por los efectos del llamado caso PGE, Programas de Generación de Empleos, focalizado principalmente en la Quinta Región), revela en forma palmaria la verdad de este aserto.

¿Quiénes son los grandes líderes envueltos en la guerrilla interna sin tregua del PPD, donde todos se acusan de haber vulnerado los principios de la probidad y la transparencia? Fernando Flores, ex ministro de Salvador Allende, que hizo fortuna en Estados Unidos antes de regresar a Chile para ser elegido senador por la I Región; Jorge Schaulsohn, uno de los pocos abogados chilenos que puede litigar en el foro de Nueva York y que ha sido acusado -por la periodista María Olivia Monckeberg, por ejemplo- de ejercer tareas de lobbysta a favor de grandes empresas e intereses privados; y Sergio Bitar, otro ex prisionero de Isla Dawson por haber sido alto funcionario del gobierno de Allende, quien ha confesado de motu proprio que por razones familiares (su esposa es miembro de una familia vinculada a la actividad textil) también está absolutamente consolidado en el plano económico.

El cuarto actor de esta cofradía de barones es Guido Girardi, actual senador, que sería el único de los integrantes de la misma que no cuenta con una fortuna propia (que se conozca). Aunque bien sabemos que el poder y la influencia bien administrados también resultan rentables y tienen los mismos efectos al fin y al cabo que el dinero: aseguran lealtad y obediencia.

Conclusión: Si esto pasa en un partido autodenominado “progresista”, entonces, ¿de qué calidad de democracia estamos hablando? ¿Si el señor Schaulsohn revela, además, que algunos dirigentes políticos recibían sobres con dinerillos provenientes de partidas de fondos reservados para redondear sus magros ingresos y compensar de esta forma los sacrificios pecuniarios que hacían con el fin de estar disponibles para el servicio público, qué clase de república es la que tenemos? Y de la derecha, mejor ni hablemos. Basta recordar las recientes acusaciones de Longueira a Piñera, afirmando que si las internas para elegir un abanderado presidencial común siempre las va a ganar “un señor con plata”, entonces, mejor, no hagamos ninguna interna...

No sé qué opinan ustedes, pero a mí me parece que el actual modelo político chileno se acerca mucho más a lo que se denomina una “democracia censitaria” que a la democracia que, con todos sus defectos, teníamos antes de 1973 en este país.

Democracia censitaria, aclaro, para que no me traten de críptico o difícil, es el modelo político en el cual sólo son considerados como ciudadanos con todos los derechos los que entran dentro del censo de los propietarios. Es decir, una democracia al estilo ateniense, en el siglo V antes de Cristo, donde los que gozaban de los beneficios del sistema eran los 40.000 propietarios registrados, quedando fuera los restantes 210.000 habitantes. Entre los cuales se contaban las mujeres, los extranjeros y los ilotas o esclavos para todo servicio (incluso aquello).

La diferencia, claro está, es que acá no hay ningún Pericles, que se sepa, ni tampoco hay un florecimiento de las artes que permita que coexistan al mismo tiempo un Esquilo, un Sofócles o un Eurípides. Y por las calles tampoco se pasea Sócrates con una corte de discípulos, sino que tenemos a sofistas peripatéticos de muy escaso nivel que de griego lo único que tienen es el nombre (Hermógenes, no sé si me captan...)

La otra diferencia notable es que los privilegiados ciudadanos ejercían una suerte de democracia directa que se manifestaba, en su máximo expresión, a través en la asamblea popular o eclesia, donde participaban, reunidos en el ágora o en el anfiteatro, hasta seis mil atenienses mayores de 20 años, quienes se hacían oír ante sus pares en igualdad de condiciones y sin necesidad de altavoces, máquinas políticas ni oficinas de asesores comunicacionales, por medio del exclusivo recurso de su retórica. Arte en la que se formaban desde pequeños con la ayuda de los pedagogos (otra palabra, como muchas, de origen helénico).

No, no habían abogados (gracias a Zeus), ni periodistas (por lo cual yo hubiera sido un desempleado) ni operadores políticos. Y el viejo Platón (o “ancho”, cuyo nombre verdadero era Arístocles) recomendaba que tampoco debía haber lugar en la República para los poetas. Tal como Obélix o Astérix no querían ver entre los galos al pelmazo del bardo Asegurancéturix... Cada uno, en definitiva, defendía su propia causa mediante las razones que fuera capaz de esgrimir. Y el imperio de la ley era absoluto, aun cuando se equivocaban y metían la pata, como en aquella malhadada ocasión en que le recomendaron a Sócrates beber la cicuta por no respetar a los dioses y corromper a la juventud.

Y lo más interesante y aleccionador: muchos, si no todos, los cargos que conformaban el Areópago, órgano de poder máximo que dictaba las leyes y fiscalizaba su cumplimiento, eran rotativos. Es decir, nadie se eternizaba en el cargo como ocurre a menudo en Tontilandia, donde se ha ido formando una red de unas quinientas familias –no son más que eso-, de 1990 a esta parte, que se van cambiando de puesto en los directorios o en los cargos jerárquicos, como en el juego de las sillas musicales, pero que siempre están arriba del carrusel. Bien agarrados a la teta de los “puestos de confianza”.

Por eso los atenienses derrotaron a los persas. Porque pese a que no eran un modelo ni por lejos de democracia total, eran bastante avanzados para su época, donde el despotismo –ni siquiera ilustrado- era la norma estándar en materias de gobierno. Porque tenían, además, arraigada la concepción de polis o comunidad, predominando sobre el individualismo o el mercado. Y cuando la patria llamaba en su defensa, todos los ciudadanos se convertían en soldados, siguiendo a los “estrategos’’, que eran los únicos que –como Pericles- podían ejercer esos cargos durante un largo lapso de tiempo (Pericles, por ejemplo, fue jefe de la junta de jefes militares del 443 al 429 a.C.)

En Tontilandia, en tanto, también tenemos (tuvimos) a nuestro propio Pisístrato o dictador reciente, que hizo que se “revalorizarán las instituciones”. Pero parece que la revalorización no duró demasiado tiempo. O se ha ido devaluando en forma demasiado rápida. Nos han faltado estadistas del nivel de Solón o Dracón, y, en cambio, tenemos demasiados operadores ‘’picantes’’ (el adjetivo calificativo es de Schaulsohn) que se cubren el rostro, sin la menor vergüenza, con un gorro de lana al salir de los tribunales. Y después se golpean el pecho arguyendo en su defensa: “¡Pero si yo sólo he hecho lo que hacen todos! Poner mi granito de arena para que la máquina del partido (cualquiera éste sea) esté bien aceitada...”

Así, ni modo... Nunca volveremos a tener una “clase política” austera y republicana de verdad, como aquella tan bien representada por don Aníbal Pinto, quien luego de pasar por La Moneda –“la casa donde tanto se sufre”, como la calificara Arturo Alessandri- trabajó como modesto corrector de pruebas porque nunca supo de sobresueldos ni otras prebendas.