Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Thursday, January 11, 2007

Divagaciones en la pelopincho o por qué amo a Norma Jean


El calor africano del tórrido enero tiene mis sesos a mal traer. Sospecho que la canícula licua las escasas neuronas que me quedan y mi estado es muy cercano al del encefalograma plano. Despatarrado en la pelopincho, dialogo con Jaramillo, mi dedo gordo querendón, que tampoco se libra del soponcio en que nos tiene sumidos la temporada estival.

Leo de a ratos, y saltándome páginas sin ningún pudor, “La muerte de Virgilio” de Hermann Broch, un judío vienés que formó parte de esa brillante pandilla de escritores (Joseph Roth, Robert Musil, Arthur Koestler) que floreció en los estertores del Imperio Austro-Húngaro. Lo que más me interesa, mientras los ojos traidoramente se me cierran al cabo de un par de páginas, es la larga plática entre Virgilio y Augusto, en la que éste lo convence, con la fuerza que da el ejercicio del poder, de no quemar la Eneida.

Publio Virgilio Marón, que así se llamaba el hombre, pedía, como Franz Kafka, que el fuego destruyera o más bien purificara sus naderías. Pero, por fortuna, no le hicieron caso. Y el constructor del gran mito que liga a la era augustea con los troyanos, a través de Anquises y del propio Eneas, logró poner a salvo su creación máxima. Los mitos, como se sabe, son recreaciones que sustentan y justifican a los poderes políticos en distintas épocas. Y en este caso Virgilo engarza, con sutileza y arte de orfebre, la historia de Roma con la de Grecia, y hace que Octaviano y la casa de los Julios sea a la larga descendiente del propio Júpiter tonante. Nada menos.

Yo, en cambio, como humilde plebeyo que soy, retozo a solas en mi piscinita de dos por cuatro, hojeando la afiebrada y alucinante pesadilla final de Virgilio en Brindisi, muy alejado de las sinvergüenzuras que el hijo adoptivo de Augusto, Tiberio, cometía en su natatorio de la isla de Capri, donde jugueteaba con los que llamaba sus “pececillos”, según cuenta Suetonio en Los Doce Césares.

Por pura asociación libre me acuerdo de la anécdota que me acaba de relatar un amigo al que, de paso por Budapest, se le ocurrió visitar los baños turcos públicos, que son uno de los orgullos de esa ciudad. Entró en una cámara cubierta de vapor y al mirar a sus costados de pronto descubrió que los bañistas estaban entregados a lo que un cristiano viejo llamaría el “folgar” sin ningún tipo de inhibiciones ni de complejos.

Mi amigo se replegó contra la húmeda pared de los baños construidos por el Imperio de la Sublime Puerta, cuando en el siglo XVI dominaba esas tierras, y se quedó contrito y cohibido, pensando en cómo salir de la forma más airosa posible de esa inesperada situación, y sin que se dijera luego que salió de allí con la cola entre las piernas. O bien, mortificado en su virilidad.

Después algún comedido le explicó que había un día de la semana en que los baños quedaban, por tácito consenso de los vecinos de Buda y también de Pest, en poder de los gays, y otro día, equitativamente, en poder de las lesbianas. Pero, claro, eso sólo lo sabían los habitantes de la capital húngara y no sus visitantes ocasionales.

Jaramillo se ríe con el suceso y me pide que le cuente más sucesos de este estilo. Livianitos como LUN, que, de acuerdo a lo que me cuentan algunas fuentes, no pasa por su mejor momento a partir del estancamiento en su tiraje que estaría hablando de un público que ya se aburrió de la fórmula conventilleo-farandulesco más el repaso obligado de lo que emitió ayer la televisión.

Agustín Edwards del Río se estaría devanando las meninges para ver cómo darle un segundo aire a su tabloide, y convocó a sus creativos con carácter de urgencia para que le aporten alguna idea, que no sea la de simplemente inflar los artículos con adjetivos tremebundos o darle una segunda vuelta a aquellos que aparecen como los más “cliqueados” en Internet. Es decir, las “freakeadas” y los vinculados al sexo en cualquiera de sus formas.

Menuda tarea tienen los muchachos. Pero el periodismo, ya se sabe, es una aventura que seduce a muchos. Y nunca faltan voluntarios para arrojarse a sus procelosas aguas, siguiendo el canto de las sirenas que encantan y hechizan a los navegantes. Ahora me dicen que Oscar Reyes, quien vendió sus acciones de Telenorte haciendo una jugosa diferencia, proyecta un portal informativo que se llamaría “Cambio 21’’. Su editor general sería otro democratacristiano, Luis Conejeros, actual presidente del Colegio de Periodistas, y elegirían tirarse a la pileta el 12 de febrero próximo. Como diría Charly García, “bienvenidos al tren...”

Por mi parte, yo seguiré remojando mis extremidades en la pelopincho. Jaramillo está más arrugado que el moño de piel oculto de alguna estrella de televisión con varias estiradas en su haber (y por Fonasa, más encima) Y me hace señas de que no quiere más guerra. Pero yo insisto. Parafraseando a Blaise Cendrars, le digo: “Haz como la muerte o el hambre, cumple con tu oficio”. Y su oficio, él lo sabe bien, es traerme chismes, material con el que nutrir esta escuálida y famélica columna.

Reviso mis apuntes en busca de alguna “ideíta” huacha que se hubiera quedado por allí, perdida. Y la verdad es que no encuentro nada. Estoy a fojas cero. Simplemente me da risa, mientras repaso el diario (el último recurso de alguien al borde del colapso por el estrés acumulado de todo el año) que nuestro ministro de Hacienda, que nos quería vender el “modelo danés” de la flexi-seguridad (aunque más cargado a lo primero que a lo segundo, la verdad sea dicha), afirme que no está en el programa de este gobierno aumentar los impuestos. ¿Le habrá contado alguien a Andrés Velasco, durante su reciente visita a Copenhague, que los daneses pagan un 60% de sus ingresos en tributos para mantener su ejemplar Estado de Bienestar?

Otra cosa que me causó gracia fue el “pendejo” que le encajó Chávez a Insulza. Un pendejo, conviene aclararlo, que no significa lo mismo que a nivel local, sino que alude más bien a cierta lentitud o pereza mental. Del mismo tipo de la que me embarga. Don Hugo después se retractó. A su modo, desde luego. Pero nuestro ex “Panzer” salió con la pintura rayada del incidente, sobre todo si se considera que el “hombre de la maleta”, con acento caraqueño, contribuyó bastante a que Insulza venciera en su pulseada con el mexicano Derbez por la secretaría general de la OEA.

Y con esto, señores, me retiro. Ya he dicho lo mío por esta semana. No quiero hablar del ahorcamiento de Sadam porque no me da la gana. Y los hechos, además, hablan por sí solos.

Un pensamiento amable antes del adiós: el otro día, pensando en las películas de la vida, me acordé de una que vi siendo muy chico, probablemente en el Ideal Cinema o el cine Navia. A la edad en que en funciones dobles o triples, nos quedábamos boquiabiertos y perplejos con las “de romanos” o los western. Esta de la que les hablo era de este último género: Marylin Monroe y el grandulón de Robert Mitchum, en una peligrosa travesía a bordo de una balsa en un río cuyos orillas estaban infestadas de siouxs o apaches en pie de guerra.

No recuerdo mucho más del argumento. Salvo que Marylin (espléndida) cantaba en una suerte de cabaret, enfundada en un vestido de terciopelo o raso azul, y todo lo que salía de su boca sonaba a “happy birthday, Mr. President”, sensual y promisorio. Y que, no se sabe bien cómo, terminó con el bueno de Robert, navegando por los rápidos mientras llovían flechas sobre sus cabezas. Rastreando en Internet, el “aleph” de nuestra época (en su acepción borgeana, el punto donde convergen todos los puntos), descubrí que el filme se llamaba “Río sin retorno”, y que lo dirigió Otto Preminger.

Ahora lo buscaré con denuedo en los videoclubs, intentando recuperar en forma vicaria, a través de él, ese fragmento de mi lejana adolescencia. El del día en que me quedé prendado de una rubia pulposa y con unos labios carnosos y pintados de un rojo furioso, y una mirada que prometía transportarte al séptimo cielo. Aunque, claro, ningún DVD logrará recrear el impacto que me produjo Norma Jean Baker o Norma Rae la primera vez que la vi en una pantalla en glorioso technicolor.

3 Comments:

Anonymous Anonymous said...

señor, cumplo con el deber de informarle que he utilizado un párrafo suyo que extraje de El Mostrador, para acompañar una foto de mi blog.
su texto está bajo la imagen de dos adolescentes sosteniendo sendas pancartas, sentadas sobre el pasto del bandejón de una calle santiaguina.

atentamente

j riff

1:27 PM  
Anonymous Anonymous said...

es posible una tarea como "buscar otra imagen distinta a la de livianita de LUN?" la libertad de expresion existe en Chile? venderia LUN como lo hace ahora?, si le quieren cambiar la imagen, que es lo que quieren, vender o que?.......mmmmmmmm en todo caso con las ideas tomadas de you tube no se logra mucho, quizas como recomendacion deberian tratar de INFORMAR Y EDUCAR a la gente y no entregarles informacion sin sentido ni contenido.

6:25 PM  
Blogger v said...

Río sin retorno fue una película trascendental en la corta carrera de Norma. Muchos la celebran como su mejor rol. Y es que, cualquiera hubiera sido el argumento, le dio a la bella la oportunidad de mostrar su talento actoral, que no era poco. El filme logró darle un tapaboca (bien disimulado por receptores, en todo caso) a quienes no veían en ella más que al símbolo sexual de labios sensuales y generosas curvas.

9:54 AM  

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