Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Wednesday, March 13, 2013

¿Por qué demonizaron a Hugo Chávez?




Un intelectual peronista argentino, Arturo Jauretche, calificaba al movimiento liderado por el general Juan Domingo Perón como “el hecho maldito del país burgués”. Una definición que, a priori, podría servir también para conceptualizar al chavismo. Fenómeno político que ha merecido, a partir de la muerte de su líder, una serie de análisis que pretenden ir más allá de las caricaturas de trazo grueso.

El previsible deceso de Hugo Chávez, después de una larga batalla contra el cáncer, ha hecho correr ríos de tinta en los que su personalidad y su carisma han sido diseccionados desde todos los ángulos. Casi con el mismo entusiasmo con que otros se han volcado a la tarea de canonizarlo y situarlo en el panteón de los grandes héroes latinoamericanos.

Yo me quedo con una imagen que forma parte de ese álbum personal con el que cada uno de nosotros carga. No recuerdo con ocasión de qué cumbre que se realizó en Santiago, salía de mi trabajo y en Bellavista con Pío Nono me topé con un bus de turismo, con una discreta escolta motorizada, donde un solo pasajero miraba el horizonte urbano con la vista perdida en lontananza. En una pose estatuaria, la de quien estaba inmerso en sus propias reflexiones.

El personaje en cuestión era Chávez, con sus rasgos marcadamente indoamericanos donde se notaban, además, algunas gotas de ascendencia africana, expresada en sus labios gruesos y su cabellera ensortijada y morena.

En esas cumbres, a comienzos de los 2000, la presencia de Chávez era un dato casi de carácter folclórico, en medio de discursos en los que predominaba la hegemonía del consenso de Washington. Y los tratados de libre comercio parecían ser la panacea que, una vez desplomado el mundo bipolar, traerían equilibrio y prosperidad al mundo entero.

En ese contexto, Hugo Chávez cumplía un poco el rol del aguafiestas, el sujeto pintoresco pero al que nadie toma en serio, que insistía en usar un lenguaje desfasado con los tiempos en los que aludía al imperialismo, la oligarquía y otra serie de categorías ideológicas a la que la izquierda, en su conjunto, había remitido al cuarto de los trastos viejos.

Cambian los vientos

No fue sino hasta 2003, cuando asume Lula en Brasil, en enero, y luego Néstor Kirchner llega a la Casa Rosada, en mayo del mismo año, como una figura de transacción que aun siendo excéntrica, en gran medida, a la corriente principal del justicialismo, emerge como inesperado Presidente, cuando el sentido del viento empieza a cambiar a nivel hemisférico.

Y así es como del acuerdo de ellos tres, principalmente, nace el rotundo no al ALCA, promovido por George W. Bush, que Sudamérica pronuncia en la IV Cumbre de las Américas, en Mar del Plata, en noviembre de 2005. Cuando Chávez dice que el ALCA se ha ido literalmente “al carajo” y Bush hijo debe soportar una de las mayores humillaciones públicas en su mandato.

En 2006, este bloque a favor de los cambios en lo que ha sido la geopolítica tradicional del subcontinente se consolida con la llegada al poder de otros dos mandatarios, Evo Morales y Rafael Correa, para quienes el chavismo no sólo ha sido motivo de inspiración y referencia sino también un soporte de apoyo concreto luego de ver cómo una sociedad, como la venezolana, ha sido capaz de reinventarse después de una crisis terminal del sistema tradicional de partidos. Única forma de representación y validación política, según los cánones del Estado liberal.

A partir del “big bang” generado por la crisis, agudizada por la resistencia ciudadana a los interminables ajustes, la receta favorita del Banco Mundial y el FMI para combatir los déficits estructurales, y no siendo posible recurrir a los “cuartelazos” –la otra forma en que históricamente se habían resuelto en Latinoamérica los problemas de gobernabilidad–, surgen procesos constituyentes en los que se intenta refundar la política sobre la base del consenso más legitimador al que puede aspirar una sociedad: una nueva Carta Magna.

En todo este devenir histórico algo, sin duda, tiene que ver Chávez. Con sus petrodólares, con su estilo altisonante de hacer política, con sus canciones entonadas a voz en cuello, con su “Aló Presidente”, con su cesarismo bonapartista –como dirían algunos marxistas que no pasaron más allá del 18 Brumario en sus lecturas del “Moro”, pero que le sacan lustre a las escasas ideas de ahí extraídas –, ¬con su cultura cuartelera que, cómo no, arrastraba desde su formación como cadete, y con esa suerte de sentimentalismo caribeño y de pastor evangélico que lo hacía proclamar, con tanta fuerza, que se aferraba a la cruz de Cristo, cuando sentía que la batalla contra las células malignas dentro de su cuerpo, parecía a punto de perderse.

Porque eso era Chávez: un paquete de contradicciones como, a fin de cuentas, somos todos nosotros. Con la diferencia, claro está, de que tal como lo definía Marta Harnecker, quien por espacio de siete años fue una de sus estrechas asesoras, “Chávez es contradictorio, pero fundamental para América Latina”.

Que lo digan si no los cubanos, que le deben a él gran parte de su sobrevivencia como estado soberano, más allá de la ideología castrista, pues para nadie es un misterio que ese país pudo mantenerse en pie –tras el “período especial” que sobrevino tras la caída de la URSS– sólo gracias al petróleo venezolano, porque si no hasta hoy dependería de la tracción animal (como en su momento lo hizo).

Que lo digan incluso los colombianos, dado que si el proceso de paz y de diálogo que se desarrolla actualmente en La Habana entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos avanza –con contratiempos a veces, pero siempre en una dirección positiva–, se debe también, en no escasa medida, al impulso y al auspicio del hoy fallecido Presidente.

¿Por qué tan denostado?

La pregunta del millón, sin embargo, sigue siendo ésta: ¿por qué a un Mandatario a cuyas exequias acuden representantes de 54 países, 30 jefes de Estado y los Presidentes de todo el continente, salvo EEUU, Canadá y Paraguay, continúa, hasta después de muerto, concitando tantos odios y polémicas?

De hecho, fue el propio Nicolás Maduro, el hombre al que Chávez designó como su heredero, quien dijo en su funeral de Estado que ningún gobernante fue tan vilipendiado como él.

Lo más curioso del caso es que los denuestos que lo eligieron como blanco no vinieron sólo del campo de sus enemigos jurados: los “escuálidos”, los “majunches” y los “pitiyanquis”, sino que desde distintos sectores de la izquierda mundial –para empezar, la europea, con la honrosa excepción del italiano Gianni Vattimo, el francés Jean Luc Melenchon y no muchos más que ellos– que vieron en Chávez a una recreación del viejo caudillo militar latinoamericano, apenas remozado en las aguas de la retórica del llamado “socialismo del siglo XXI”.

Un personaje que descolocó a todos

¿Por qué se dio esto? Se necesitarían tal vez largos ensayos para dar una respuesta acabada y cabal a este interrogante. Por lo pronto, sólo me permitiré arriesgar algunas hipótesis, a modo de provocaciones provisionales.

a) La explicación del “bonapartismo”, al que en este caso se le agrega una raigambre fascista, está relacionada con el fácil expediente de intentar definiciones sencillas y en blanco y negro para problemas complejos, que escapan al reduccionismo y la comprensión de quienes ignoran los medios tonos. Es el mismo recurso de definir al getulismo en Brasil o al peronismo en Argentina como meros sucedáneos del corporativismo mussoliniano, lo que evita tomarse el trabajo de analizar las causas endógenas que explican el surgimiento de estas corrientes.

b) El antimilitarismo férreo, militante y a prueba de todo del que dan muestras amplios sectores de la izquierda latinoamericana, con gran vocación por el martirologio y una especie de inclinación suicida, que les impide pensar que los cuerpos castrenses también están sometidos a las dinámicas y presiones y contrapresiones que se hallan presentes en todo el resto de la sociedad. Para ellos, tras una lectura sesgada y fosilizada de los “textos sagrados” de su tradición teórica, las FF.AA. son un instrumento de coerción del poder que no pueden jugar otro rol que no sea ése, a despecho de las lecciones que, en este ámbito, han dado militares como Velasco Alvarado, en Perú; Juan José Torres, en Bolivia; Luiz Carlos Prestes, en Brasil y el propio Carlos Prats en Chile, quienes no aceptaron ser dóciles instrumentos de poderes extrarregionales y a veces pagaron su insolencia con su vida.

c) Tanto para el “paleotrotskismo” (la expresión no es mía, sino del periodista argentino Horacio Verbitsky) como para la socialdemocracia más liberal, que sólo conserva un leve tinte rosa pálido en sus banderas, Chávez es un personaje incómodo que vino a desordenar un escenario previsible con “demagogias” y “populismos” fuera de lugar. Pretendiendo usurpar, de este modo, los espacios que tanto tiempo y esfuerzo les costó ganar a viejos y probados aparatos de administración del poder como la Acción Democrática, en Venezuela, o el APRA, en Perú, que terminaron corroídos por la corrupción rampante.

d) Por último, pero no menos importante: más allá de los modales en la mesa que haya mostrado Chávez (el “por qué no te callas” del rey Borbón ejemplifica, a las claras, hasta qué límite ponía a prueba la paciencia de sus interlocutores). O de ciertos alardes autoritarios, más propios del discurso que de la realidad (en Venezuela, los principales diarios son de oposición y hay un canal televisivo, Globovisión, que le pega al chavismo mañana, tarde y noche) nadie ha podido probar, hasta ahora, con datos indesmentibles y evidencia empírica, que en la República Bolivariana de Venezuela exista una dictadura.

Y ello, porque, entre otras cosas, no se conocen muchos dictadores que hayan ganado catorce elecciones seguidas y hayan aceptado un revés en las urnas, como el referéndum constitucional que perdió Chávez en 2007. Por eso es que conviene, ahora más que nunca, cuando las emociones están todavía a flor de piel, no perder la dimensión de un análisis que ubique los hechos dentro de un contexto racional que evada simplificaciones y eslóganes.

La suma de todas las promesas incumplidas

Quien ha sido dentro de los contradictores de Chávez quizás la persona más ponderada al momento de evaluarlo, en su hora final, es la argentina Beatriz Sarlo, en un artículo titulado “Algo más que un líder autoritario” (La Nación, 7 de marzo de 2013). Allí ella tuvo la hidalguía de reconocer que “es demasiado sencillo enterrar a Chávez en el catafalco de los líderes autoritarios, como un representante más de América latina en toda su tipicidad. Quedan varias cuentas por hacer antes de dejarlo allí”.

Para Sarlo, una intelectual procedente de la izquierda, que apoyó tras la dictadura a Raúl Alfonsín y hoy milita en el antikirchnerismo, pero privilegia la reflexión antes que las pasiones desatadas, el chavismo es la expresión, de algún modo, de todas las carencias e insuficiencias que el Estado liberal no ha sabido resolver en la región.

“Frente a Chávez, la democracia debe preguntarse una vez más qué sucede con sus promesas incumplidas (…) Exige aceptar y corregir que, en la mayoría de los países sudamericanos, la democracia no ha persuadido de que es un régimen capaz de superar los límites que le plantean la pobreza y la injusta distribución del ingreso”.

A la par que admite que el fenómeno chavista no se incubó en un macetero ni en un laboratorio, sino que salió a la luz como producto de un proceso político anterior que le da sentido: “Chávez no es inmotivado . Tampoco es el primer presidente de Venezuela que despilfarra la renta petrolera; no es el primero que esboza planes suntuosos que quedan a mitad de camino, olvidados, cubiertos por la ocurrencia siguiente. No es el primero que usó esa renta en el corto plazo, discurseando sobre el futuro sin darle bases más sólidas”.

Para terminar de reconocer lo que es obvio (y que es aplicable también, de alguna forma, al peronismo): “La hegemonía cultural y política del chavismo cambió, probablemente para siempre, la relación de los sectores populares con los gobiernos en Venezuela. En un nivel simbólico, Chávez aseguró su representación: se identificaron con el líder como no se habían identificado con los dirigentes anteriores, aunque éstos fueran más respetuosos de las instituciones (la cursiva es nuestra)”.

Y eso es lo que hemos visto en estos días: masas “aluvionales” –como diría algún “gorila” argentino–, mestizas y sudorosas, con vinchas atadas en sus frentes que dicen “yo soy Chávez”, que han salido a las calles para darle su último adiós al hombre que los visibilizó y los hizo ciudadanos con plenos derechos.

* Columna publicada, en versión extractada, el 12 de marzo de 2013 en elquintopoder.cl.

Tuesday, November 27, 2012

Arsène Lupin: El regreso del glamoroso ladrón de guante blanco

Por Carlos Monge

“¡Arsène Lupin entre nosotros! ¡Entre nosotros el astuto ladrón cuyas proezas eran referidas por todos los diarios desde hacía varios meses! ¡El enigmático personaje con quien el viejo Ganimard, el número uno de la policía de París, había entablado aquella lucha a muerte cuyas peripecias se desarrollaban de tan pintoresca manera! Arsène Lupin, el caprichoso caballero que no opera sino en los castillos y en los salones, y que, después de penetrar una noche en casa del barón de Schorman, había salido de la casa con las manos vacías, dejando una tarjeta, en la que escribió: Arsène Lupin, ladrón de alta categoría, volverá cuando sean auténticos los muebles”. El arresto de Arsène Lupin (fragmento).




Un siglo exacto de vida y todavía hace soñar. Arsène Lupin, el glamoroso ladrón de guante blanco, apareció por primera vez en una publicación mensual llamada “Je sais tout” entre 1905 y 1907. Con este personaje, Maurice Leblanc, su creador, que rotuló la serie bajo el título “Arsène Lupín, gentleman et cambrioleur”, honraba la tradición francesa del folletín y perdía al mismo tiempo la oportunidad de convertirse en miembro de la Academia como un autor “serio” y reconocido.

“Me sigue por todas partes. No es mi sombra, soy su sombra. Es él quien se sienta a esta mesa cuando escribo. Le obedezco”, dijo alguna vez Leblanc, refiriéndose a ese caballeresco ladrón, fino y rocambolesco, que le robó también a él la ocasión de ser como Gustave Flaubert o Guy de Maupassant, los autores a los que quería semejarse cuando se inició en la literatura.

Leblanc nació en Rouen, Normandía, el 11 de noviembre de 1864. Hijo de una familia burguesa (su padre es un armador naviero), se educa en el liceo Corneille, donde demuestra estar dotado de una viva imaginación. Ferviente admirador de otro normando famoso, Flaubert, y de Maupassant, se siente animado por la vocación de escribir. Pero su progenitor tiene otros planes para él y le encuentra una plaza en una fábrica textil de un amigo suyo. El joven Maurice instala entonces un pequeño gabinete en un desván donde escribe a escondidas.

Cuando Maupassant, Zola y Goncourt vienen a Rouen para inaugurar un busto en homenaje al genial autor de “Madame Bovary” y “Bouvard y Pecuchet”, Leblanc audazmente se instala en el compartimiento del tren nocturno que los devuelve a París. Pero, por desgracia para él, los grandes hombres están cansados y tienen poco tiempo para atender a un provinciano entusiasta: Maupassant tiene dolor de cabeza, Zola se queja del estómago y Goncourt quiere dormir. Maurice hace, pues, el viaje para nada. Finalmente, tras su insistencia, obtiene la aprobación del patriarca familiar para intentar la aventura literaria en París y empezar estudios de derecho.

En 1885, he aquí entonces a Maurice Leblanc en París. Bohemio y soñador, asiste al Gato Negro en Montmartre y colabora en varios periódicos. Un grupo de escritores – entre los que está Maupassant– lo protege. Así el joven se lanza a pergeñar una serie de novelas de costumbres y de retratos sicológicos, inspirándose en la agudeza de Flaubert y de Maupassant, el Chejov galo.

Parejas”, “Una Mujer”, “Los labios juntos”, sus primeras obras, le valen cumplidos dentro del gremio de los escritores y atraen hacia él la simpatía de sus colegas, tales como León Bloy, Julio Renard, Alphonse Daudet, pero escasa –por no decir ninguna– atención de los lectores.

Su gran placer es recorrer los caminos normandos en velocípedo, el antecesor de la moderna bicicleta, e incluso de jacta de haber ganado la vuelta de Bretaña organizada por “L’Auto”, revista en la que colabora con frecuencia escribiendo crónicas con la misma diligencia con la que aporta notas para “Paris-Vélo” o la “Vie au Grand-Air”. Mas, en 1905, su vida como novelista sufre un gran vuelco con la irrupción de Arsène Lupin.

Un personaje en busca de autor

En febrero aparece el primer número de “Je Sais Tout”. Su editor, el periodista Pierre Lafitte, le pide a Maurice escribir una novela por entrega, imbuida del espíritu de Sherlock Holmes, el sagaz detective creado por Arthur Conan Doyle, que le reporta por aquel tiempo un gran éxito de ventas al “Strand Magazine” inglés. “El arresto de Arsène Lupin” ve así la luz pública en el número del 6 de julio. Y a poco andar el folletín se convierte en un suceso.

Maurice, que pretendía ser “el novelista de la vida delicada de las almas” –como dice una nota biográfica suya que aparece en el sitio web www.arsene-lupin.com– deviene de la noche a la mañana escritor popular, y autor de novelas policíacas, un género habitualmente mal considerado por los medios literarios. Termina entonces imaginando las peripecias de Arsène en la calma de su apartamento parisino, o en Etretat, en su residencia de verano.

El impacto de Arsène Lupin lo acompañará toda su vida, hasta su deceso en 1941, en Perpignan, cerca de la frontera española, donde se había refugiado para huir de la ocupación nazi junto a su mujer, su hijo Claude, su nuera y Florencia, su nieta.

Nos queda del escritor la imagen del combate que libró toda su vida contra este héroe de papel que lo destronaba de un sillón en la Academia, pero que sin embargo hacía de él un éxito fulminante no sólo en Francia (recibió la Legión de Honor como recompensa), sino también a nivel mundial. Leblanc se transformó pues, a su pesar, en un gran escritor popular, en el mejor sentido del término. Vale decir, en alguien que logró conquistar el alma y el corazón de su pueblo con su desaforada imaginería. Lo que no es poco, desde luego.

¿Robin Hood o anarquista de etiqueta?

Pero volvamos a Lupin, el personaje que ha vuelto en gloria y majestad al escenario público, a partir de que en Francia se estrenara en 2004 (y hace poco se editara en DVD) la película rodada que lleva su nombre: “Arsène Lupin”. Un filme dirigido por Jean Paul Salomé que ha relanzado la figura de ese romántico “voleur” que no despoja de sus bienes más que a los ricos, y jamás dos veces, según su estricto código de ética.

Protagonizada por Romain Duris, la británica Kristin Scott-Thomas, Marie Bunel y Eva Green, la película, de más de dos horas de duración, tiene una ambientación de época que corrió por cuenta de Jean Pierre Larroque, y que hace recordar las célebres reconstrucciones de la dupla inglesa Merchant-Ivory. El espectador se deslumbra ante un fastuoso mundo de elegantes fracs, champagne a raudales y damas enjoyadas bailando vals en salones por los que se pasea la sombra rampante de Marcel Proust, a la búsqueda de un tiempo irremediablemente perdido.

Por allí anda Lupin-Duris, con patillas largas y bigotes “comme il faut”, galante y seductor, siguiendo la misma senda que antes que él recorrieron, bajo la piel de este personaje fascinante, actores como Georges Descrières, John Barrymore y Jules Berry, por nombrar sólo a algunos.

El argumento es fácilmente presumible: Lupin es un ladrón despreocupado y motivo de sobresaltos para la aristocracia parisina gracias a su temible destreza. Su encuentro con una aventurera, la condesa de Cagliostro (personificada por la bella Kristin Scott-Thomas, con su rostro anguloso y enigmático) va a transformar el sencillo “pickpocket” de sus inicios en un ladrón de alto vuelo.

Lanzado sobre la pista del tesoro perdido de los reyes de Francia, oculto por los templarios y ansiado a su vez por una oscura hermandad monárquica, el joven amigo de lo ajeno multiplica los golpes de efecto: luchas en un tren, persecuciones en las catacumbas parisinas, un vuelo vertiginoso a la catedral de Rouen... Pero su objetivo va a ser perturbado por su pasión por la irresistible condesa.

Un superhombre justiciero avant la lettre

Sí, ha vuelto el “gentilhombre atracador”, con sombrero de copa o bombín (según lo dicte la ocasión), que fue todo un boom en el período de entreguerras. Y al cual se creía muerto y olvidado, tal como Rocambole, Cheri-Bibi, Tigris o Fantômas, héroes un poco añejados y amarillentos de la Belle Epoque.

En el caso de Lupin, su última aparición fue en las pantallas de televisión, a través de una serie en la que su rol lo hacía Descrières, pero que se esfumó hace ya varias décadas, allá por los ’60. ¿Quién se iba a imaginar que el hombre del monóculo y la sonrisa irónica resucitaría de entre los muertos y haría que ese célebre telefilme fuera redifundido ahora por el cable? ¿O que sus novelas, que causaron furor y vendieron millones de copias, iban a ser reeditadas en colecciones de libros de bolsillo en Francia o en España?

Misterios que ni el más avezado experto en marketing podría develar. Lo cierto es que el elegante Pimpinela Escarlata, aficionado a los habanos y a los cuadros del siglo XVIII, con su espíritu de don Juan desenvuelto y cínico, marcará con su impronta el retorno de un “desfacedor de entuertos” que nació para competir con Sherlock Holmes pero luego lo superó y creó inclusive un alter ego, Herlock Sholmes, para burlarse del sabueso de las islas británicas.

“Lupin se construye como un mito –dice un experto que analizó la obra de Leblanc–, gracias a su inteligencia prodigiosa y a su actividad devoradora que lo llevaban a resolver los casos de una manera fenomenal. Cuando Leblanc escribió ‘Los tres crímenes de Arsène Lupin’ ya no quedaban dudas: Lupin, prisionero en la Santé, jefe de policía, vengador del honor nacional y amante desesperado, era verdaderamente un superhombre”.

Y agrega que “bajo la influencia de Leblanc cambia toda una forma colectiva de soñar. Existía antes de Lupin el folletín, donde reinaba el melodrama, una imaginería del tiempo de las diligencias, que respondía a una larga tradición. Se produjo entonces una gran transformación, la acción se convirtió en investigación y fue dirigida por el razonamiento”.

Claves para entender a un personaje al que los estadounidenses, en 1919, llevan al cine mudo, dándole la cara de David Powell (“Los dientes del tigre”). Es más: hasta un Lupin japonés emerge en 1923, y después otra versión americana: la del célebre Barrymore. El primer Lupin del cine francés es Jules Berry, con “Arsène Lupin detective”, de Henri Diamant Berger (1936). Lo seguirán en la postguerra Robert Lamoureux e Yves Robert, dirigidos por Jacques Becker, y Cassel y Brialy, con la régie de Edouard Molinaro.

¿De dónde extrae Lupin ese discreto encanto y esa extraña capacidad de franquear el paso del tiempo y reaparecer constantemente en las pantallas y en las librerías? Una explicación, entre tantas, diría que se trata de una suerte de resurgimiento del espíritu romántico en una época que necesita de ensueños para escapar de una atmósfera opaca y agobiante.

Lupin, ladrón de puño de hierro en guante de terciopelo y sin sangre en las manos, es el doble opuesto exacto de los Sopranos. Por otra parte, no roba más que a los explotadores o a los beneficiados por su cuna de oro, y no teme a nada ni a nadie. Es un ácrata mundano y de etiqueta que vuelve a asomarse en un tiempo en que la rebeldía brilla por su ausencia o es un gesto vacuo y sin destino.

El look y el espíritu del genio del disfraz

Su nacimiento, hay que decirlo, es un poco oscuro o fue velado a propósito por Leblanc para crear una aureola de misterio. Pero sus orígenes aristocráticos no ofrecen lugar a dudas: nuestro héroe se llama Lupin de Sarzeau-Vendòme, príncipe Arsène de Bourbon-Condé, y chevalier de’Andrezy de Limezy. Tal como su Pigmalión, tiene una infancia ligada a la práctica de los deportes. Su padre es profesor de savate (un estilo de boxeo francés) y antes de morir asesinado le revela un secreto provechoso: saber desviar la atención del adversario.

Lupin es también cultor de un arte marcial japonés, el jiu-jitsu, y le da gran importancia a su indumentaria. Sabe que su aspecto es su mejor tarjeta de preseentación. De hecho, cuando aparece por primera vez, en 1905, luce tenida de “vélocipediste” (pantalones de golf de lana a media pierna, jersey de cuello alto vuelto hacia fuera, espadrilles como calzado y una gorra), en honor a la afición ciclística de Leblanc, que pedaleaba junto a Jules Renard y Tristan, mientras otros caballeros de la época volaban en globos aerostáticos o las primeras máquinas voladoras.

Por otro lado, desde su primera novela (entre las más de 60 obras creadas en torno a la figura de Lupin, y que adquirieron la forma de romans, piezas de teatro, sketchs e incluso operetas), publicada en 1907, el joven Lupin decide relanzar la moda de mediados del siglo XIX, en un gesto de estudiado y voluntario arcaísmo. Así es como se lo ve con redingote ajustado al cuerpo, una pechera boullionné y de cuello alto, la cravate haciendo juego, el sombrero de fieltro de amplios bordes y las polainas que distinguen a un hombre que cultiva el refinamiento en materia de atuendo y de modales.

Dandy total, sus camisas son hechas en Londres, sus zapatos brillan como espejos y en la noche lleva un clavel blanco en el ojal del smoking. Y salvo en caso de fuerza mayor (una gresca o una temporal estadía en prisión), no abandona jamás su monóculo, signo de distinción que le otorga ese imprescindible toque de esnobismo.

Es un hijo de su tiempo, pero con predilección ―como ya se dijo― por el pasado. Aunque no es una preferencia basada en el deseo de conservación del antiguo orden, sino guiada por la añoranza de una estética. Así, tal como Leblanc toma partido por el capitán Dreyfus, injustamente condenado y relegado a la isla del Diablo, Lupin vive al margen de la sociedad y se mofa de las leyes, pero en forma paralela es un patriota que lucha por la grandeur de Francia.

Las hazañas sin límites de un dandy republicano

Desde su celda en la Santé (de donde se fugará luego), negocia con el Kaiser Guillermo el retorno de la Alsacia-Lorena a su país, lo que puede evitar la Gran Guerra. Y en el reciente filme, que se toma al ―estilo de Hollywood― grandes licencias historiográficas, desbarata un atentado contra el archiduque Francisco José. Y en otra de sus proezas recupera el oro robado por los turcos a Francia.

Como Leblanc, Lupin es un mélange de republicano liberal a lo Zolá, con su célebre “J’Accuse”, combinado con unas gotas de ese anarquismo jacobino y terrorista encarnado, por ejemplo, en un Ravachol (François Claudius Kœnigstein, condenado a la guillotina en 1892 y admirado en su primera juventud por el hijo del constructor naval que se negaba a seguir los pasos de su padre). Contradictorio y genial, Arsène es un vivo ejemplo del esprit de temps que antecede a los “años locos”, cuando París era una fiesta y todo el mundo deseaba olvidar con fox-trots y diversión el horror del gas mostaza y la guerra de trincheras.

La otra particularidad curiosa de Lupin es que, en gran medida, sus andanzas se nutren de la actualidad periodística del momento, del mismo modo que las hazañas del Príncipe Malko, otro superhéroe, nacido de la pluma de Gérard de Villiers.

Maestro del disfraz y la transformación, Lupin no cree, sin embargo, en aquello de que el hábito hace el monje, pues no teme sacarse la levita y el chaqué para asumir la imagen de un clochard, de un duque, de un procurador o del mismísimo ministro de Justicia.

Pero su charme y su aire de gran señor no lo traicionan en ningún momento. Y sus conquistas son innumerables: desde Joséphine Bálsamo, condesa de Cagliostro (para quien Cartier recreó un collar de la reina, en su versión Scott-Thomas) hasta Olga Vauban, Clarisse Mergy y varias actrices que se rinden ante sus encantos.

Nada alérgico al matrimonio, nuestro Arsène se casa no una sino tres o cuatro veces con diferentes damas, incluida una americana y otra que muere en sus brazos, asesinada por el vil Herlock Sholmes. Detalle no menor: no se divorcia de ninguna de ellas, lo que lo convierte en bígamo ante los ojos de la ley. Algo muy propio de su estilo, que consiste en hacer verdadero lo increíble y conducir al lector al vago límite entre sueño y realidad.

La estrategia lupinesca se basa precisamente en eso: en la conversión de lo extraordinario en cotidiano. Una forma de hacer poesía, según pregonaban los surrealistas que hablaban del encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección, de acuerdo a la clásica cita del conde de Lautrémont.

Una fantasía, a fin de cuentas, que no acude a epopeyas en formato de science fiction ni a mitos fundacionales, en un tiempo que parece muy necesitado de ensoñaciones y ficciones que nos arranquen de la chata existencia signada por el mero consumo de bienes materiales. Y que se apoya, también a fin de cuentas, en el viejo truco de Robin de los bosques o de los legendarios próceres románticos de Sir Walter Scott.

Aunque esta vez el ladrón justiciero, a veces en contra y otras veces en inusual alianza con la policía, no recorre los confines del condado de Nottingham sino los salones del París de principios de siglo, escamoteando los diamantes y las joyas que desprevenidamente se ponen a su alcance. Y siempre luchando a favor de la justicia y los débiles y desamparados, cual caballero andante vestido de gala.

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Monday, December 05, 2011

Algo sobre el abuelo de Krassnoff (fragmento escogido)

"El general cosaco Krasnov, que marchó sobre Petrogrado para derrocar a los bolcheviques y disolver a los Soviets, fue hecho prisionero por los Guardias Rojas y liberado después que prometió solemnemente no reanudar la lucha. Más tarde, Krasnov encabezó uno de los ejércitos blancos en el sur de Rusia...."

Texto tomado de Isaac Deutscher, "Stalin, biografía política", Ediciones Era, México, primera edición en español, 1965).

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Tuesday, November 15, 2011

Carta urgente al creador del universo

Afortunadamente, Dios.
afortunadamente para ti,
no existes.
Se te hubiera mezclado en este horrendo asunto,
si existieras.
Grande era el riesgo:
Te habrían juzgado en Nüremberg
como criminal de guerra,
con otras inocentes y alemanas
criaturas tuyas
y como el principal entre los delincuentes,
el lobo entre los lobos.
Sólo el Papa Pío XII
(siempre tan piadoso como su apelativo),
confabulado tiernamente con los nazis,
por purísima bondad seguramente,
y dulcemente aliado con las peores causas,
te hubiera defendido.
¡Las que hubieras pasado!
Habrías -estoy íntimamente persuadido-,
abjurado
de la filosofía tomista
y ostentado
tu carnet del partido comunista antes oculto,
y hubieras creado en Auschwitz
una suntuosa cámara de gases,
con otra cruz en medio,
para autoejecutarte
y autocrucificarte solo frente al mundo
con tu estrella infamante de judía
colgada al cuello.

Qué reprise del Góngora, Dios mío.

Qué colofón al Nuevo Testamento.

Sólo es un bello sueño,
pero de buena gana
yo habría puesto el puño y el pulgar hacia abajo
en tu presencia,
porque aun no existiendo
eres el verdadero responsable,
y exactamente por eso
-creo que lo dijo algún ruso-,
porque tú has cometido la vileza espantosa
de no existir,
todo está permitido.

Poema del mexicano Eduardo Lizalde

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Thursday, August 25, 2011

Endeudados y rabiosos

Carlos Monge
Periodista y analista internacional

Hermógenes Pérez de Arce acaba de dar la voz de alerta: no sólo existe una revolución en marcha en Chile, sino que (y eso es lo peor de todo, para él) el movimiento tiene un gran apoyo popular. Tanto lo inquieta esa posibilidad que decidió abandonar, por un momento, su rol de opositor (de derecha) al gobierno de Piñera, para alertarlo respecto a esta peligrosa sublevación en ciernes.

La derecha está nerviosa, qué duda cabe. Y se empiezan a oír otras voces, también desde el establishment, que ponen el acento en la necesidad de revisar el modelo e introducir correcciones que impidan una eventual catástrofe. Marta Lagos comenta en Twitter que uno de los hermanos Cueto (ex socios de Piñera en LAN) está convencido de que los empresarios deben estar dispuestos a pagar el precio que sea necesario a cambio de la esquiva paz social. Y Daniel Platovsky, en la misma línea, pero más asertivo aún, plantea en La Tercera que “un nuevo pacto social debe estar abierto a una reforma tributaria” (22/8/2011).

En resumen, lo que se plantea es que el pacto social tácito que permitió el desarrollo de la transición a la democracia, de 1988 en adelante, está irremediablemente agotado y no se lo podrá revitalizar mediante reformas cosméticas, dado que lo que hace falta es cirugía mayor y cambio de folio. Las demandas en un país con 5.000 dólares de ingreso per capita no son las mismas, dice Platovsky, que en uno donde ya rozan los 15.000.

Y los “amarres” y controles sistémicos que garantizaban la gobernabilidad tampoco resultan ser eficaces, cuando vastos sectores de la sociedad descubren que el tramado estructural de la misma está diseñado para perpetuar y reproducir ad eternum las desigualdades.

El amplio movimiento ciudadano y social a favor de la educación pública no es más que el síntoma emergente de un malestar mucho mayor. Una sociedad de consumo expandida, como la que existe en Chile, incita en forma permanente a las personas a tener acceso a todos los bienes disponibles (entre los cuales, por cierto, está la educación, ese “bien de consumo”, como lo definió Piñera alguna vez).

Y para vastos sectores, relegados a los peldaños inferiores del consumismo, ese acceso sólo es posible a través de dos vías: el endeudamiento con bancos o tiendas, o la delincuencia, que es la forma “salvaje” de redistribución del ingreso, en una estructura social en la que algunos juegan con cartas marcadas y otros con desventajas iniciales irremontables.

Debiendo hasta la camisa

En esta columna, nos ocuparemos del primer caso. Veamos datos duros al respecto: A raíz del caso La Polar, la Escuela de Negocios IEDE y la Universidad Andrés Bello, realizaron la primera encuesta sobre la “Percepción del retail en Chile y nivel de endeudamiento de los chilenos”.

Del total de encuestados, el 79% dijo estar endeudado en grandes tiendas del retail, y un 75% declaró sentirse desprotegido frente al sistema crediticio de estas grandes tiendas. Además, un 46% reconoció que tiene deudas tanto en el sistema bancario (excluyendo los créditos hipotecarios) como en casas comerciales.

El estudio agrega que un 42% de los encuestados destina hasta un 20% de sus ingresos mensuales a pagar deudas y un 37% debe derivar al servicio de sus deudas entre un 20% y un 50% de sus ingresos. Por su parte, en la desagregación por grupo económico se pudo constatar que el porcentaje de mayor deuda está concentrado en los segmentos D y C2 (51% y 46% respectivamente).

En el plano educativo, por su parte, se enarbola como un gran éxito de la sociedad en su conjunto que más del 70% de los jóvenes que van hoy a la Universidad son los primeros universitarios de sus familias. Pero se silencia el hecho de que esta ampliación de la cobertura, a nivel de la educación terciaria, se apoya, en su mayor parte, en el esfuerzo y el consecuente endeudamiento de sus núcleos familiares, y no porque exista una inversión especial del Estado en este ámbito.

El diagnóstico de la OECD (2010) sobre la educación chilena es muy claro. En educación primaria y secundaria, Chile gasta poco más de dos mil dólares anuales por alumno, mientras que el gasto promedio de la OECD es de US$ 7.572. Si estas cifras se estiman por alumno y corregidas por poder de compra, considerado en relación al PIB, el gasto en educación primaria en Chile es de 16 dólares, mientras que el promedio del club de los países más desarrollados del mundo llega a 20 dólares. La misma medición, aplicada, a su vez, en la enseñanza media, indica que Chile sigue gastando 16 dólares por alumno, mientras que el promedio OECD aumenta a 24 dólares.

Pero el dato más relevante de este estudio es, probablemente, el que señala que en contraste con la mayoría de los países OECD, el 40% del gasto educacional chileno es aporte de las familias.

Vale decir, que la herramienta favorita de movilidad social en cualquier sociedad, que es la educación, en el caso chileno debe ser financiada, con grandes sacrificios, por los que aspiran a que sus hijos tengan un futuro mejor que el suyo. Y no hay, por otra parte, ninguna garantía de que esto ocurra, ya que la evidencia demuestra que lo único que muchos pueden aspirar a “comprar” en el mercado educacional es un producto de baja calidad, en instituciones privadas que no son fiscalizadas adecuadamente, lo cual redunda en títulos de escasa cotización en el mercado laboral.

Como vemos, un círculo vicioso del que pocos pueden escapar. Ahí está el corazón, sin duda alguna, de desigualdades que ya no son tolerables y que se traducen en malestar y efervescencia social en ascenso, ante la cual el sistema político no ha sido capaz de reaccionar con eficacia, reduciendo –como diría Niklas Luhmann- las complejidades que todo sistema político debe constantemente enfrentar.

La conspiración de Catilina

Situado en esta encrucijada concreta, el gobierno de Piñera debería acudir, quizás, a las lecciones de la historia para intentar buscar una salida a su compleja situación. No sería malo, por ejemplo, que tomara en cuenta la experiencia de la grave crisis que vivió la República romana en los años 60 antes de nuestra era.

Roma venía de dejar atrás las violentas convulsiones provocadas por la dictadura de Sila, y emergieron bandos violentamente enfrentados entre sí. Estos conflictos se resolvían en el Senado, con mayor o menor grado de dificultades, hasta que apareció un tercer actor, Lucio Sergio Catilina, un noble arruinado que consiguió alinear detrás de sí a los excluidos del sistema de administración del poder con un solo programa básico: hacer “tabula rasa”. O sea, eliminar las deudas acumuladas y que se anotaban en una suerte de “Dicom” o lista de morosos de la época.

Catilina se presentó como candidato a cónsul, pero fue derrotado por Cicerón. Urgido por sus deudas personales, que no eran pocas, preparó una rebelión contra su rival reuniendo a nobles y plebeyos, que tenían en común la bandera de la condonación de los compromisos financieros, la distribución de las tierras y el rescate de los ciudadanos más pobres.

Se produjo, entonces, la llamada “conspiración de Catilina”, relatada por Salustio, y que terminó con su muerte, luego de que Cicerón desarticulara a tiempo la conjura. Lo que vino después es historia conocida. Julio César, que había apoyado desde las sombras a Catilina pero luego le quitó su apoyo, en el año 59 a.c. fue elegido cónsul y posteriormente cruza el Rubicón, derrota a Pompeyo y se hace nombrar dictador vitalicio, hasta que en marzo del 44 a.c. es asesinado.

A Cicerón, por su parte, no le fue mucho mejor. Tras la muerte de César, se opone a su discípulo, Marco Antonio, y termina siendo traicionado por Octaviano, el futuro emperador Augusto, quien ordena su ejecución.

¿Resultado final? Se acaba un ciclo histórico. Muere la República en Roma y surge el Imperio. Y lo que gatilla el cierre de ese ciclo es un extendido malestar público que se ramifica en el seno de toda la sociedad romana a partir de un sistema político que no es capaz de generar un orden estable y justo tras una dictadura. Y donde las exclusiones políticas y la mala distribución de la riqueza terminan por instalar un escenario social incontrolable.

Publicado en www.elmostrador.cl, 25 de agosto de 2011

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Saturday, June 04, 2011

Elecciones peruanas: Redes sociales y mistificaciones


Nota previa para eventuales lectores de este blog:

Después de un largo silencio, publico hoy, un día antes de la segunda vuelta de los comicios presidenciales peruanos, un artículo escrito por un conocido mío, Carlos Monge, cuyos lineamientos comparto de manera plena, sobre estas elecciones y algunas contigencias mediáticas que han rodeado este proceso. Pese a que fue escrito el 25 de abril pasado, hace 40 días, estimo que se encuentra perfectamente vigente.

A.L.



Elecciones peruanas: Redes sociales y mistificaciones

Carlos Monge Arístegui

“Las claves de la exitosa campaña que tiene como favorito a Toledo en Perú”, titulaba un artículo de La Tercera del 13 de marzo pasado, a poco menos de un mes de la primera vuelta de las elecciones en ese país.

"Toledo ha ganado la partida en la web y las redes sociales", sentenciaba el columnista Federico Salazar en el diario limeño La República. “Un estudio de la consultora CI Interactive Media señaló a fines de enero que Toledo y Pedro Pablo Kuczynski son los candidatos con más seguidores en Twitter, mientras que otro análisis indicó que el ex mandatario era el que tenía más menciones positivas en esa red de información. Toledo tiene casi 24 mil seguidores en Twitter y otros 85 mil en Facebook”, añadía la nota.

Resultados oficiales de la primera ronda electoral, entregados por la ONPE el 22 de abril pasado: Ollanta Humala, 31,6; Keiko Fujimori, 23,5; Pedro Pablo Kuzcinsky, 18,5; Alejandro Toledo, 15,6; Luis Castañeda Lossio, 9,8. Los otros cinco candidatos menores, más un renunciado (Manuel Rodríguez Cuadros), se repartieron porcentajes inferiores al 1%.

En el ballotage, previsto para el 5 de junio próximo, competirán sólo los dos primeros. Y Toledo, ex Presidente peruano, de 2001 a 2006, verá los acontecimientos como un simple testigo, ya que ni siquiera podrá jugar el rol de gran elector, dado que en Perú, como en muchos otros países, los votos no son endosables y tienen un alto grado de autonomía y volatilidad.

De poco le valió contratar a un experto peruano, Sergio Bendixen, que trabajó en la campaña de Obama en EEUU, y a un español como Xavier Domínguez, que ha asesorado a Rodríguez Zapatero en España y al PRI en México.

Sobredimensionamiento de los datos

Es que los analistas se apresuraron a sacar conclusiones anticipadas y se olvidaron de un dato básico: Perú es un país con baja exposición a Twitter en particular y a las redes sociales en general, como lo indica un estudio citado por el ingeniero Jorge. L. Linares y publicado en www.marketeando.com. El análisis, que recoge datos de Enter Co., revela que en Perú, a septiembre de 2010, se registraban 45.000 visitantes únicos diarios a Twitter, mientras que en Chile, a la misma fecha, eran 150.000 y en Argentina, 260.000, para no hablar de México o España.

El mismo trabajo aporta otro elemento importante para tener en cuenta. El total de seguidores de Twitter que es follower de algunos de los candidatos en disputa en los recientes comicios no alcanza los 100.000 (98.878, para ser más exactos). Considerando, entonces, que la cantidad total de electores en el Perú es de alrededor de 20 millones de personas, es posible concluir, dice Linares, que la penetración de la red social Twitter en el Perú no llega a un dígito (0,52%).

La segunda lección que se desprende del análisis de este especialista es que la arena verdaderamente relevante para los candidatos, si de redes sociales hablamos, pareciera ser Facebook que cuenta con 3.734.320 usuarios en el Perú, donde hay un sistema electoral con inscripción automática y voto obligatorio. Y con todo, es un campo relativamente secundario, aunque no marginal, pues abarca sólo al 18,5% del universo de potenciales votantes.

La conclusión es clara: si se tiene en cuenta que apenas el 28% de los peruanos tienen acceso a Internet (con una alta concentración de usuarios en Lima), y que menos del 50% de los integrantes de los niveles socioeconómicos D y E usan la web al menos una vez al mes, es claro que no debe sorprendernos que Ollanta Humala, uno de los candidatos con menor exposición en las redes sociales, se haya impuesto en la primera vuelta.

De hecho, Humala fue penúltimo en Twitter y último en Facebook, según los estudios comparativos citados por Linares en su texto y mencionados también en los PPT del módulo sobre Redes Sociales y Comunicación de J. Forch- A. Rodríguez Vial (Magíster en Comunicación y Ciencia Política, Universidad Mayor, Santiago, Chile). En los relevamientos de notoriedad general, Humala aparece, por ejemplo, en la última posición, con un 0,7, mientras PPK lidera la tabla con un 3.

Ollanta, asimismo, es colista absoluto en materia de búsquedas en Google (al menos en el período analizado por Forch-Rodríguez); penúltimo en You Tube, donde sólo supera a Castañeda Lossio; y apenas levanta cabeza en Twitter, donde es el segundo en número de menciones (que pueden ser, como sabemos, positivas o negativas), después de Keiko Fujimori.

Las redes sociales, como campo de manipulación de las percepciones

No es preciso ser muy malicioso para deducir, de lo anteriormente expuesto, que –en este caso, al menos- las redes sociales fueron empleadas en forma flagrante más como un elemento de construcción de atmósferas y escenarios políticos que como arma de persuasión y aglutinamiento de voluntades en torno a tal o cual causa.

Sin plantearlo de ese modo, Linares corrobora esta hipótesis cuando indica, en sus conclusiones, que “hubo desconocimiento del uso de las redes sociales como herramienta de gestión de campañas políticas en el Perú por parte de los políticos y sus jefes de campaña”.

Y luego aporta un elemento clave cuando señala que el repunte ostensible de PPK en las encuestas no fue obra directa de las redes sociales sino de la noticia de su liderazgo en ese ámbito. Es decir, es el tratamiento mediático que se le otorga a su figura, a partir de aquel agarrón en los testículos de una simpatizante que de alguna forma lo posiciona como actor visible y relevante de la contienda, lo que contribuye a su subida en los últimos 100 metros de la disputa.

¿Por qué Pedro Pablo Kuzcinsky mereció esa exagerada atención de los medios, y de alguna forma se lo quiso convertir en el abanderado de los jóvenes que hasta entonces miraban con escepticismo a la política? La respuesta a este interrogante está más en la política misma, que en un mero análisis comunicacional de los comicios.

Lo cierto es que nadie puede ignorar, como se ha repetido hasta el cansancio, que los sectores “moderados” –es decir, más ligados al establishment y al modelo económico vigente actualmente en el Perú- no consiguieron consensuar un candidato único que enfrentara las amenazas de los dos “populismos”, en la versión utilitaria del término, como lo emplea, por ejemplo, Vargas Llosa (el de izquierda, de Humala, y el de derecha, de Fujimori).

Y esta dispersión concluyó en la derrota de tres candidaturas –PPK, Toledo y Castañeda Lossio-, que si se las considera como un todo (lo cual, por cierto, es bastante discutible) suman, en primera vuelta, un 44% de las preferencias (porcentaje que se eleva a un 56,7 %, en Lima, donde se encuentra concentrado un tercio del electorado).

Algunas conclusiones provisionales

A partir de lo ya expuesto, es posible sacar algunas conclusiones de cara a la nueva elección, que se producirá a comienzos de junio:

-Las redes sociales llegaron para quedarse. A mediano y largo plazo, es inevitable su propagación y los políticos están obligados a darle un buen uso. Es decir, no sólo emplearlas como herramientas de erosión de la reputación de los contrincantes, sino como elemento de articulación propositiva. Todos los analistas coinciden en que pasaron a segunda ronda los que hicieron mejores campañas, con propuestas concretas, y menos “guerra sucia” y agitación de los fantasmas del miedo.

-Nadie tiene clavada en su favor la rueda de la fortuna: Toledo se durmió en los laureles de las expectativas positivas, y eso le jugó en contra. PPK, que el 20/3/11, marcaba 14 puntos en un sondeo de Ipsos, subió a 17,5, en una encuesta Datum, del 2/4/11. Sus votos los cosechó en la cantera de Toledo y la de Castañeda, otro que experimentó un brusco bajón. La gran sorpresa fue que quienes pasaron a la contienda final fueron los candidatos con mayor índice de rechazo.

-Las especulaciones de la prensa peruana (que, al igual que todos los medios de comunicación, no es una observadora neutral) chocaron contra la realidad de los votos. Si bien las encuestas fueron relativamente certeras en sus pronósticos, se magnificaron procesos de modificación de la intención de voto que se dieron en los grandes centros urbanos, olvidando que Perú es una nación multifacética, con tres regiones geográficas claramente diferenciadas: la sierra, la costa y la selva, con realidades sociológicas muy distintas.

-La irrupción de las nuevas tecnologías, como plataformas de acción en las campañas políticas, no elimina de golpe y porrazo los otros elementos que forman parte ineludible de la instalación de una candidatura (estudios de opinión pública, focus group, publicidad, estrategias focalizadas para atender mercados segmentados, etc.). Si a eso se le suma un uso imperfecto de las mismas (candidatos que hablan pero no conversan, uso táctico de la herramienta sin un compromiso integral de reputación, por citar sólo dos casos), es muy probable que a la larga no rinda mayores frutos.

-El marketing político tampoco reemplaza la capacidad de hacer una correcta y ajustada lectura de la realidad. El triunfo parcial de Ollanta y Keiko, siendo ambos muy diferentes, en términos ideológicos, expresa un voto de protesta evidente frente a un modelo económico, exitoso en términos macros, pero que no se ha traducido en mayor bienestar para los sectores más postergados. La mayoría de sus votantes pertenecen a los grupos D y E, lo que explica la estrategia de moderación adoptada por los dos contendores, que aspira a ganar adhesiones en la clase media y en los sectores urbanos, tras imponerse con fuerza en lo que se podría llamar “el Perú profundo”.

-En el análisis específico del uso de las redes sociales, se aprecia que la mayoría de los candidatos las usaron para dar cobertura a sus actividades y no para hacer llamados a la movilización o invitar a otras acciones concretas, como la donación de aportes, al estilo de lo hecho por Barack Obama en EEUU. En los estudios de contenido, destaca el hecho de que Humala pusiera, por ejemplo, el énfasis en Facebook –tal como lo hizo en el debate televisivo- en sus propuestas programáticas, evitando confrontaciones bilaterales con los demás candidatos. Humala dedicó un 53% del espacio a las propuestas, contra un 22% de Keiko.

-La elección del 5 de junio próximo tiene pronóstico reservado. Los analistas coinciden en que será una pugna muy ajustada, pero otorgan la primera opción a Humala, que ya alcanzó un piso de un 47%, en su choque anterior de 2006 con Alan García. Su punto débil es una acusación por violacionesw de derechos humanos, mientras era oficial del Ejército, en la lucha contra Sendero Luminoso. El talón de Aquiles de Keiko es similar: los atropellos contra los DDHH cometidos durante la dictadura que encabezó su padre. Pero en el caso de Fujimori, también pesan, aunque sea por herencia, las acusaciones de corrupción, de las que Ollanta, por el momento, parece libre.

-Con un débil sistema de partidos (el APRA, que era una de sus últimos baluartes, se fue a pique, y apenas obtuvo cuatro parlamentarios en la última elección), todo indicaría que el que logre la ventaja definitiva será quien genere menos incertidumbre y recelo entre los peruanos. Diversos estudios de opinión indican que el elector peruano se autodefine más bien como de centroderecha, cuando se le pide ubicarse en el espectro ideológico. Pero no tiene temores, por otra parte, a dar giros inesperados y resueltos, como cuando se eligió a un semidesconocido Alberto Fujimori, desplazando a un segundo puesto a Mario Vargas Llosa.

-Todo depende, en definitiva, del marco o clivaje eje sobre el cual se decidirá la disputa. Si la dicotomía se establece entre lo peruano y lo antiperuano, Humala, con su discurso de reminiscencias velasquistas, tiene todas las de ganar tanto por su apariencia física como por la de quienes aparecen situados en la vereda de enfrente. Si, en cambio, es el modelo económico exitoso y la estabilidad que se vive en este terreno, el que termine por dar el encuadre del debate, la ventaja corre por cuenta de Fujimori, por quien ya se han decantado buena parte de los que votaron por PPK y Toledo. Con la notable excepción de Vargas Llosa, quien entre el cáncer y el SIDA, ya eligió a Ollanta Humala.

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Tuesday, December 21, 2010

¿Qué hiciste tú en los 80, papá?


Volví a Chile a comienzos de este maldito año que, por suerte, terminará dentro de poco. Me salvé, por azar, del terremoto y el tsunami, pero no pude escapar de otras calamidades evidentes.

Para empezar, la victoria electoral de la derecha, que devolvió el control del aparato estatal a los dueños de este país, ya sin necesidad de administradores o intermediarios molestos.

Y una ola de pequeños desastres, que culminaron con la epifanía del papelito de los 33, mostrado hasta el hartazgo. A la que siguió el golpe de Estado en la ANFP, que apuntó contra Harold Mayne-Nicholls, pero que, en realidad, tendía a derribar a ese “roto” de Marcelo Bielsa. Quien nunca ha terminado de entender la lógica de mercado que impera hoy en Chile, donde las cosas se deciden en reuniones de directorio y no hace falta la opinión de la galería.

Cuando volví, debí adaptarme al país de siempre, aunque con rasgos más marcados aún de autosuficiencia e insularidad. Los noticieros de televisión, por ejemplo, que siempre fueron malos, ahora estaban pésimos.

Antes simulábamos que nos importaba lo que pasaba más allá de nuestras narices, pero ahora descubrí que ni eso ya valía. No había comentarios internacionales, ni siquiera noticias. Y lo que campeaba, sin contrapesos, eran publirreportajes e infomerciales disfrazados de información.

El pretendido éxito económico nos ha tornado más ombliguistas que nunca. Las secciones de Economía de los diarios hablan más de mercados que de producción, innovación o esas chorradas que no le importan a nadie, según los editores. Las de Cultura brillan por su ausencia, cuando no son simples apéndices propagandísticos o de difusión de la industria editorial, musical o fílmica.

Y las de Política, una reñida batalla por la figuración, en la que todos compiten para ser los más díscolos o mediáticos con el fin de obtener quince minutos de fama en LUN o en la Teletón.

Confieso que mi segundo desexilio no fue fácil. Y en varios momentos estuve a punto de tirar la toalla y decir hasta aquí nomás llegamos. El peak de la desazón fue cuando, aún sin cable, debí mamarme un combo televisivo conformado por los matinales, Yingo, Pelotón, Primer Plano y otras sandeces por el estilo, que suele ser la dieta básica del común de los mortales que sólo tienen a su alcance la opción de la TV abierta.

Enclaustrado en esa terrible purgatorio, tan aledaño al infierno, lo que vino en mi rescate fueron dos cosas: una, el nuevo rasgo civilizatorio que se advertía en las calles de Santiago, con bicicletas disputándole espacios a los autos, ya sea en las ciclovías o en esa ley de la selva que rige en las veredas y las aceras. Y, dos, algunos capítulos de “Los 80”, probablemente preparando el terreno para el estreno de la tercera temporada, que finalizó este domingo, y que demostraban que la televisión podía ser algo más que la caja idiota destinada a anestesiar y estupidizar a las masas.

Así es. “Los 80” y las “cletas” me reconciliaron con ese paraíso perdido y recuperado que era el Chile al que regresaba después de dos años. Sentí que no todo estaba perdido. Que había un motivo para quedarse y luchar por esa pequeña utopía que es la patria. Y de ese modo me fui estableciendo de nuevo en la comarca hasta que nuevas puertas se abrieron para acogerme.

Primero, los amigos de siempre. Los de antes y los de ahora. Aquellos con los que comparto la fidelidad a la idea de una nación de hermanos y de iguales.

Y luego, por extensión debida a los nuevos avances tecnológicos, me fui internando e involucrando en redes como Twitter, donde descubrí que había espacios para ejercer una nueva sociabilidad ciudadana, en la medida en que seguía existiendo gente que no se compra los buzones que los medios nos venden envueltos en papel de regalo. Y con un moño de cinta.

En Twitter descubrí, por ejemplo -en virtud de la magia de un mundo que uno construye a su medida, de un país portátil como un IPhone- que no había sido yo el único imbécil que se quedó “con una lágrima en la garganta”, como diría el ínclito Zalo Reyes, al ver a Gabriel y Claudia a punto de caer en las garras de la CNI, mientras disfrutaban de su amor clandestino en un hotel parejero.

En Twitter supe que no era el único tarado que se había emocionado hasta la médula cuando Juan Herrera se despide de su padre lejano y semi-alcohólico, antes de que “la Pelada” lo reclutara para sus huestes. Y que, por cierto, no había sido el único estúpido al que se le atragantó la cena en el momento en que Juan le da el último adiós a su viejo, rodeado de Anita, “la patrona”, y una cohorte de prostitutas provincianas, mientras unos cuequeros tamborilean para acompañar el viaje del difunto a través de la Estigia.

Fue un momento de rara comunión.

El rating, dicen ahora, se elevó hasta las nubes. Y en muchas casas chilenas padres, hijos y nietos se toparon de frente con un pedazo de su historia –nuestra historia- que hasta ahora no estaba visible, dado que la televisión insiste, por lo general, en ser un espacio opaco que nos impone contenidos chabacanos y banales, antes que ser un espejo que nos devuelva la imagen de lo que somos. Con defectos y virtudes, y sin maquillajes ideológicos que tienden a explotar la desmemoria.

Después de las lágrimas y los nudos en la garganta, el pasado quedó reverberando en la mente de muchos. Ideas y emociones agolpadas. Necesidad de reconocimiento y afirmación. Una nostalgia que atenaza el alma cuando descubrimos que quizás nunca fuimos mejores ni peores que en esos años terribles, en que otros vivían protegidos por la burbuja del viejo cuento del “nunca-supe-lo-que-pasaba-a-mi-alrededor”.

Cuántos Gabrieles y Claudias que conocimos. Y cuántos que no conocieron ningún final feliz… Pienso en mi amigo X., al que lo levantaron de la pega para atormentarlo en las mazmorras de Borgoño, porque su foto apareció entre las pertenencias de una ex polola suya que era del Frente. O pienso en R., al que conocí como un tierno secundario, con rostro aniñado y mirada alegre, y que murió en un enfrentamiento en el aeródromo de Tobalaba, cuando su vida ya había dado una completa vuelta de campana.

En el Chile de los 80, una cosa estaba clara: ya no había inocentes. Había quienes eligieron la violencia institucionalizada y estatal para terminar de ejecutar la obra de un país reconstruido a la medida de su voluntad refundadora. Y había quienes, cansados de poner la otra mejilla y de ser los eternos “patos de la boda”, llamaban a rebelarse, con lo que hubiera a mano, contra el orden impuesto por la fuerza.

En medio de estos dos campos, unos pocos políticos –que de a ratos parecían predicar en el desierto- convocaban a tender puentes entre estos dos mundos que simulaban ser irreconciliables para que una inevitable catástrofe no terminara por arrastrarnos a todos.

¿Quién estaba en lo cierto? ¿Quién actuó mejor? Si la respuesta a estos interrogantes, no tiene en cuenta el contexto de los duros tiempos que se vivían, se corre el riesgo de que, además de formular juicios ahistóricos, seamos injustos con nuestro pasado y nuestra conciencia. Un pasado que se ha hecho carne en nuestras vidas y del cual somos parte indisociable.

Pero, claro, eso es lo bueno de “Los 80”. Que nos obliga a reflexionar sobre lo que somos. Sin anestesia y sin mediatintas de ningún tipo. Probablemente, el espejo sea cruel. Y el retrato salga un poco desenfocado.

Algunos se verán como Gabriel, el militante decidido y audaz, y comprometido hasta las últimas consecuencias. Otras, como Claudia, la chica “lana” y algo ingenua que salta de las protestas y las peñas, a enfrentar pruebas mayores, casi de forma involuntaria.

Y no serán pocos los don Genaro, que deberán admitir, con no poca vergüenza, que fueron cómplices, por acción u omisión, de un régimen dictatorial que terminó creando una atmósfera enrarecida y opresiva.

Entre los verdugos y los héroes, habrá, desde luego, un amplio espacio para que se ubiquen quienes, como Juan Herrera, se replegaron hacia el ámbito doméstico de sus casas cuando el terror y el toque de queda empezó a dominar las calles.

De todos esos fragmentos, sin duda, está hecho Chile. Un país que hoy debe ajustar las cuentas con su historia y responder de la mejor manera que le sea posible la pregunta que esta teleserie, que entró ya en su tercer año, deja abierta para todos y cada uno de nosotros: ¿Qué hiciste tú en los 80, papá?

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