Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

My Photo
Name:
Location: Santiago, Chile

Sunday, December 30, 2007

Libros, discos y blogs del 2007


Época de balances y de proyecciones. El periodista Miguel Paz subió a su blog un “Especial de libros para comenzar el 2008”, donde tuvo a bien incluir mi opinión sobre los textos que fueron importantes en 2007 y que pudieran interesarle a alguien vinculado a los medios. O a cualquier hijo de vecino con cierta afición por la lectura.

Reproduzco a continuación la lista de los diez primeros títulos que se me ocurrieron. Advierto desde ya que es una “antojolía”, injusta como todos las selecciones de este tipo, pues sólo con las omisiones, de las que uno se lamenta enseguida, se podrían confeccionar un par de listas más.

No obstante, asumo estos “top ten” como si fueran mis hijos oficiales, aunque podría agregar como hijos naturales a “Milico”, la novela de José Miguel Varas, y “El enigma de París” (Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América 2007), de otro amigo, Pablo de Santis, con el fin de concederle también un poco más de espacio a la ficción.

Y para que no se vayan a creer que sólo me paso leyendo historia de la primera mitad del siglo XX.

Libros

Aquí van entonces mis diez libros favoritos del año que está por terminar, con una breve reseña incluso del primero de ellos, que aún me tiene (y me tendrá por largo tiempo) fuertemente conmocionado:

Vida y Destino, de Vasili Grossman. Un judío ucraniano, Vasili Grossman, hace toda la Segunda Guerra Mundial –que en la versión soviética oficial se llamó “la Gran Guerra Patria”- con las tropas del Ejército Rojo, publicando artículos como corresponsal del diario “Krasnaya Zvezda” (Estrella Roja). Desde la desastrosa retirada inicial hasta la marcha triunfal hasta Berlín, luego de resistir en Stalingrado. Grossman era bajito, usaba gafas redondas y su aspecto físico bastante deplorable probablemente inspiró al periodista que aparece en la película “Enemigo al acecho” (con Jude Law, como el francotirador infalible).

El inglés Antony Beevor lo rescató de cierto anonimato en Occidente al publicar fragmentos de su diario, “Un escritor en guerra”, con una excesiva intervención suya, a mi juicio, en gran parte de la obra (el comentarista supera en extensión en varios párrafos al comentado). Aun así, aparece su genio de cronista de raza, que describe con una sola frase un cúmulo de sentimientos en esa situación límite que es un conflicto bélico.

Su gran novela, “Vida y destino”, fue publicada por Seix Barral en 1985 y reeditada en 2007 por Galaxia Gutenberg, en una traducción directa del original ruso. Los críticos y autores en España no cesan de aplaudirla, desde Antonio Muñoz Molina hasta otras célebres voces que no dudan en calificarla como la “Guerra y Paz” del siglo XX.

En suma, hay que leerla, porque Grossman en su recorrido descubrió y expone sin remilgos desde la magnificencia de una gesta épica hasta sus miserias más escondidas y soterradas. Y a su regreso a la URSS fue condenado al silencio por el estalinismo, pero él, contra toda esperanza, escribió este libro que finalmente halló sus lectores. Un libro que remece, que sacude hasta los tuétanos, y donde no se le escabulle el bulto ni al antisemitismo ni al “gulag”.

Un escritor en guerra, Vasili Grossman y Antony Beevor (Crítica).

La guerra civil española, Antony Beevor (Crítica).

Berlín, la caída: 1945, Antony Beevor (Crítica).

Stalingrado, Antony Beevor (Crítica).

En el ejército del faraón, Tobias Wolff (Alfaguara).

Homero, Iliada, Alessandro Baricco (Anagrama).

Mundar, Juan Gelman (Seix Barral).

La voluntad, Eduardo Anguita y Martín Caparrós (Booklet, 2006, edición definitiva).

La masacre de la Escuela Santa María de Iquique: Mirada histórica desde la Cámara de Diputados (Ediciones Biblioteca del Congreso Nacional de Chile).

Discos e intérpretes

Si hay algo que han producido los blogs, las comunidades virtuales, el formato mp3, Ares, y toda la parafernalia de las benditas herramientas que tenemos ahora a nuestro alcance, es incrementar la velocidad de circulación de la información. Sobre todo, en lo que se refiere a música.

Por eso es que en materia de novedades discográficas, no hablaré de discos puntuales sino de autores e intérpretes (y en muchos casos, tanto lo uno como lo otro), que me han volado la cabeza con sus canciones.

Debo decir que en la mayoría de mis nuevos descubrimientos (nobleza obliga), la introductora fue la artista visual catalana Marta Castro Suárez Sabadell (ver autorretrato adjunto), alias Kahlo, cuyo provocativo blog, Ternura porno, es un vehículo de difusión de grandes de la música de hoy y de siempre.

Con perdón de la industria, a la que esta forma de divulgación horizontal y boca a boca –u oreja a oreja, para ser más exactos- no le debe gustar nada de nada. Como no soy egoísta, los comparto con ustedes. Eso sí, disfrútenlos con moderación.

En este ámbito (¡redoble de tambores!), los “Artemio Lupín Awards” son los siguientes:

KT Tunstall: Una escocesa total, a la que descubrí –y ésta debe ser una de las pocas excepciones a la "regla Kahlo"- a través del show musical de Jools Holland, en la televisión británica. Kate es adoptada, hija biológica de una mujer china y de un cantante folk irlandés –según le contó su madre- y tiene la fuerza de varias centrales hidroeléctricas con solo una guitarra y un pedal loop de ritmo. Además, es guapísima (el interludio baboso ineludible).

Madeleine Peyroux: Una chica estadounidense con un timbre de voz casi calcado del de Billie Holiday, pero con una historia personal afortunadamente menos negra (y no me refiero, por cierto, a su color de piel). En julio de 2007, Peyroux, que vivió su adolescencia y juventud en París, recibió el premio a la mejor artista internacional de jazz entregado por la BBC. Todos sus discos me gustan, aunque el que más me mata es “Got in my mind”, grabado con William Galison.

Elliott Smith: Cantautor estadounidense de “indie pop” que conoció algo así como una módica fama cuando un tema suyo, “Miss Misery”, incluido en la cinta sonora de “Good will hunting”, de Gus van Sant, fue candidato a los Oscar en la categoría mejor canción original de 1997. Wikipedia nos cuenta que “murió en 2003, a los 34 años, de dos puñaladas en el pecho aparentemente autoinfligidas. Las circunstancias de su muerte no fueron totalmente esclarecidas en la autopsia...” Si quieren conocer más datos de él, vayan a las fuentes, no sean vagos. Y escúchenlo, porque es genial.

Franco Battiato: Cantautor, músico y director de cine italiano. Una suerte de Pasolini remasterizado e integrado a la cultura pop. Y lo digo con todo respeto, tanto por Pier Paolo como por Battiato. Temazo especialmente recomendado: “Yo quiero verte danzar”. Aunque “La estación del amor” tampoco está nada mal.

Francis Cabrel: El Dylan francés, el de “La quiero a morir”, “La cabaña del pescador”, “Petite Marie” y otras canciones inolvidables que demuestran que una obra de arte cabe en tres o cuatro minutos en los cuales dejarse atrapar por el sortilegio de una letra inteligente y sensible, y una bella e inolvidable melodía.

Nina Simone: ¿Acaso tengo que dar explicaciones de por qué ella es la más grande voz de la escena del jazz durante varias décadas, con toda la devoción que me merecen otras gigantes de la talla de Billie Holiday o Ella Fitzgerald? Sólo es cuestión de oirla cantar “Ain’t got no money” o “Mr. Bojangles”.

Amália Rodríguez: La “reina del fado”. Maestra de maestras. Si el Mediterráneo tuviera que tener una voz, yo creo que escogería la de ella, sin lugar a dudas.

Bob Dylan: “Modern times”. O cómo seguir siendo moderno una vez que uno ha pasado los 65 años con largueza es la lección inmarcesible de Robert Allen Zimmerman, que sigue soplando en el viento.

Jorge Drexler: Todo, salvo “Doce segundos en oscuridad”, su último disco. A mi juicio, un paso en falso que le jugó un momento de debilidad, después de un duro traspié personal, en las tinieblas de Cabo Polonio. Igual, Jorge, estás amortizado, así que dale tranquilo nomás que lo que viene seguramente será mejor.

Eduardo Darnauchans: Un gran amigo uruguayo, muerto este año que se va, y víctima tardía de la dictadura militar de su país. El Darno, uno de los más grandes “songwriters” –como le gustaba calificarse- del río de la Plata, antes de hacer mutis por el foro se despidió dejándonos un gran disco: “El ángel azul”, cuyas alas se irán extendiendo cada vez más con el paso del tiempo.

Blogs

Diez discos. Diez autores e intérpretes. Yo creo que con eso basta. Pero como no he venido a vender, sino a regalar, la nómina de los blogs se las entrego de inmediato. Para que los agreguen a sus favoritos, si les place, y empezar el 2008 de la mejor forma posible en la blogósfera:

Bitácora del nictálope (música + videos + poesía: el secreto mejor guardado de la red).

Miguel Paz (medios y nuevo periodismo, básicamente, aunque la descripción no agota el menú de temas).

Jean-Francois Fogel (uno de los mejores exponentes de los blogs de El boomeran(g), con la misma temática del anteriormente descrito, más el plus de las novedades literarias).

Ternura Porno (desde Barcelona, con inteligencia, buen diseño, buena música y delicada sensibilidad).

Arquetipos y esplendores (poesía, again).

El refugio de los cronopios (textos cortos, incisivos y al hueso).

Darno (estela funeraria para un grande de la música)

El libro de los pedacitos mágicos (melancolía y creatividad montevideana).

La amante de Bolzano (“per que me piace...”).

El nombre de la rosa (migas de pan en el camino de una querida amiga vasca-quebecois).

Labels: , , , ,

Thursday, December 20, 2007

La tortura que no daña


¿Habrá sido algún experimento sociológico diseñado por una usina especializada en guerra sicológica? ¿O sólo la necesidad de cubrir espacio en el diario en un día flojo en noticias?

Me asaltó esta duda cuando vi en La Tercera del domingo pasado, en su sección Mundo, una entrevista titulada de esta forma: “Las técnicas modernas de tortura están diseñadas para no dañar físicamente”.

Apenas leí el encabezado, un sudor frío corrió por mi espalda. ¿De qué estamos hablando? ¿De tortura que no daña? ¿O no daña al menos físicamente? El gancho del titular funcionó en esta ocasión a las mil maravillas, pues me precipité a leer el texto.

Tortura que no causa daños… Vaya sofisma. Algo así como “La bomba que desnuda”, el fracaso más grande de Maxwell Smart, el temible Agente 86, y para colmo en pantalla grande. Un contrasentido total. O, mejor dicho, un sinsentido. Un “nonsense”, como dicen los angloparlantes.

Claro que con Don Adams uno se reía de cualquier manera, en mayor o menor grado, con sus ridículas parodias del mundo de la Guerra Fría, y Kaos y Control disputándose las mentes y los corazones del respetable.

Pero la entrevista a Mark Bowden, periodista e investigador norteamericano, no me causó ninguna gracia.

En ella, este graduado de la Loyola University se refiere a la controversia desatada en Estados Unidos luego de que trascendiera que la CIA destruyó cintas con interrogatorios “agresivos” a miembros de Al Qaeda.

Bowden sabe del tema pues ya en 2003, señala la introducción de la nota, escribió un artículo sobre el tema en la revista The Atlantic Monthly.

Y lo que él dice en el diálogo efectivamente se corresponde con el título: “Las técnicas más modernas (de tortura) están diseñadas para no dañar físicamente al interrogado y sacarle información, porque obviamente los efectos políticos que produce la tortura más obvia serían muy graves”.

Ergo, uno puede entender entonces que la tortura se ha sofisticado hasta niveles correspondientes con el grado de avance tecnológico al que hemos llegado.

Y que ya no se trata de machacar burdamente al interrogado o estirarle los miembros con ayuda de máquinas especiales, como se hacía en la época medieval, sino que la brutalidad y la violencia deben ser acordes con los nuevos estadios de desarrollo que hemos alcanzado.

Condena moral o ética a esta práctica, ninguna. A menos que yo, como la mayoría de los chilenos, no comprenda los textos que leo. Su análisis está centrado única y exclusivamente en la eficacia o no que los interrogatorios “agresivos” alcanzan a la hora de lograr sus fines.

Bowden enumera algunas técnicas empleadas por los hombres de Langley en su trabajo: “Se usan métodos para que la persona se sienta incómoda, no dejándola dormir, haciéndole sentir frío, impidiendo que tenga contacto con otra gente, poniéndola en posiciones de mucho estrés, como, por ejemplo, no dejar que se sienten durante muchas horas…”

El guión me suena conocido, y he escuchado experiencias parecidas de parte de amigos que pasaron por centros clandestinos de detención en nuestra o cualquier otra dictadura latinoamericana. Lo que demuestra que en este campo no hay mucho espacio para la inventiva. Todo parece ya haber sido probado: el plantón, el “pau de arara”, etcétera, etc.

Incluso el “submarino”, en sus dos variantes, seco y mojado, no fue, qué duda cabe, ninguna creación de nuestros guatones Romo o “Mamos” varios.

Según explica Bowden, que es el autor de libros como “La caída del Halcón Negro” y “Matando a Pablo”, otro de los recursos que se utiliza para soltar la lengua de los sospechosos de terrorismo es el “waterboarding”.

¿Y en qué consiste esto? En que se le hace sentir al infeliz en cuestión que se está ahogando. “Generalmente se hace poniéndole agua en la garganta y en la cara. Con esto se induce al interrogado a la sensación del pánico. Sin embargo, se mantiene la técnica controlada, con el fin de no ahogar efectivamente a la persona”.

Y si se ahoga, bueno, deduzco yo, son los gajes propios del oficio. Puede fallar el corazón, forzado a latir a muchas pulsaciones. Pero eso ya no sería culpa del inquisidor, sino del mal estado de salud previo del desgraciado al cual se le quiere extraer la verdad a como dé lugar.

Debo decir, antes de terminar, que a esta altura del partido me asombran pocas cosas. Pero que se hable de la tortura como quien habla del hidromasaje o la aromaterapia, me provoca cierto espanto. Qué quieren que les diga.

Por más que uno viva en un mundo donde sabe que existe Guantánamo, un lugar donde ni las leyes ni los derechos de los acusados operan, y que tiene, además, varias sucursales aun en medio de la civilizada Europa.

Bowden termina su clase, explicando que hay dos tipos de interrogatorios: el tradicional, para obligar a alguien a confesar un crimen, y el de “inteligencia”, que tiene lugar durante “un largo período de tiempo” y busca la entrega de información estratégica.

Yo me quedo, sin embargo, con la impresión que es un mundo muy demente y desequilibrado éste donde se acepta, de buenas a primeras, la resurrección de la Santa Inquisición, apenas disfrazada de nuevos ropajes.

Y pienso en Michael Chiklis, el policía calvo de la serie televisiva “The Shield”, que en una de las escenas más aberrantes que me haya tocado ver en los últimos tiempos, aporrea a un pandillero latino, atado a un gancho carnicero, con una cadena, y no consigue hacerlo confesar nada, aunque lo mata a cadenazos.

¿La razón? El crimen del que su personaje, Vic Mackey, sospecha es culpable Guardo, que así se llama el latino de marras, no lo cometió él (que, por cierto, cometió otros muchos), sino un policía de su propia unidad especial, que al igual que Mackey se ha hundido ya hace largo tiempo en la corrupción y la degradación moral que dice combatir.

Labels: , , , , , , , , ,

Monday, December 10, 2007

La historia de “Pablito” y los rusos de España


Termino de leer, hace pocos días, el tercero de los libros de Antony Beevor que he devorado con un escaso lapso de tiempo entre ellos. Beevor es un historiador inglés formado en Sandhurst, que ofició además como oficial regular del ejército británico, antes de dedicarse de lleno a la escritura.

Los textos que disfruté y sufrí al mismo tiempo, por orden de prelación, fueron los siguientes: “El misterio de Olga Chejova” (2004); “Stalingrado” (2000) y “La guerra civil española” (2005). Todos en la correspondiente edición de Crítica, casa editora que los ha publicado en nuestro idioma.

Con el segundo de ellos, en especial, este autor, miembro del jurado del British Academy Book Prize, se ha revelado –y así lo han reconocido los especialistas de esta área– como uno de los mejores cronistas contemporáneos de hechos bélicos recientes.

Extremadamente acucioso, sus trabajos tienen un voluminoso cuerpo de notas explicativas y un prolijo apéndice cartográfico que permite seguir a través de los mapas los acontecimientos de los que se da cuenta.

Hay un cuarto libro que lleva su firma y que también cayó en mis manos no hace mucho, “Un escritor en guerra”, pero éste no es de su autoría ni mucho menos. Su verdadero autor es Vasili Grossman, un periodista y narrador judío ucraniano, de la era soviética, que cubrió para “Krasnaya Zvezda” (Estrella Roja), el periódico del Ejército Rojo, la Segunda Guerra Mundial, desde la línea del frente.

Ya hablaré de Grossman en otra ocasión, pues bien vale y se merece un artículo aparte.

Ahora el tema es Beevor, que en este último libro hace una suerte de introducción a Grossman, explicando quién era éste, y superpone sus propios comentarios dentro de la obra del cronista ruso, cuyo propósito fue redactar una suerte de memoria personal de lo que había visto mientras acompañaba a las tropas de su país, tanto en su desastroso repliegue inicial como en su avance final hasta Berlín.

De este modo, interviene el trabajo de Grossman, basado en la necesidad imperiosa que existe, a su juicio, de situar sus dichos en el contexto de la época estalinista en que éstos fueron escritos y por lo tanto reparar lo que él –Beevor- considera omisiones y silencios forzados.

Como metodología de reconstrucción histórica, ésta es al menos discutible pero Beevor se apoya y se ampara en el hecho de que la implosión de la Unión Soviética permitió la aparición de nuevos elementos documentales, exhumados de los archivos secretos, que arrojarían nuevas luces sobre sucesos ya conocidos.

Este nuevo escenario, que justifica su intromisión como virtual coautor de un libro que jamás fue concebido como escrito a cuatro manos, sí le aporta, en cambio, absoluta validez y novedad a su monumental reconstrucción de la Guerra Civil Española, donde la extracción de datos de documentos confidenciales de la ex URSS completa el marco total de referencias.

Así es posible afirmar, sin duda alguna, que su versión de este conflicto fratricida está a la altura del libro clásico sobre el mismo asunto de Hugh Thomas, y confirma la capacidad ancestral de los ingleses de mirar los hechos históricos con un punto de vista relativamente “objetivo”, donde no temen incluso –como lo hace Beevor– enjuiciar en forma muy severa la hipócrita “neutralidad” de su país ante la guerra interna que desangró a la península.

No cometeré el despropósito de intentar sintetizar un grueso volumen de 902 páginas en estas escasas líneas. La idea es leerlo y que cada cual se forme su propio juicio.

A mí, en particular, me ha quedado rondando la cabeza, con más persistencia que otras de las tantas anécdotas que forman “la pequeña historia”, la figura de un legendario soldado soviético al que desconocía: Alexander Rodimsetv, que recibió en España el apelativo de “Pablito” y fungió como instructor de ametralladoristas en esa guerra, la cual anticipó la pugna contra el Eje que se dio a nivel de toda Europa seis o siete años después.

Rodimsetv, nombrado posteriormente héroe de la Unión Soviética por el valor demostrado en la batalla de Guadalajara, combatió luego en Stalingrado, donde se hizo famoso como comandante de la 13 División de Guardias Fusileros.

Curioso destino personal el de un hombre que estuvo en dos sitios claves en los que en el siglo pasado se libraron batallas decisivas contra el fascismo, ya sea en su versión falangista-monárquica española o en la más clásica, de las camisas pardas alemanas.

“Pablito” mantuvo a raya en Guadalajara a los “Flechas negras” mussolinianos con su compañía de ametralladoras, mandada por una mujer, la capitana Encarnación Fernández Luna. Y años más tarde dirigió, bajo las órdenes del mariscal Zhukov, la encarnizada resistencia de Stalingrado, donde la Wehrmacht se melló los dientes y sufrió una derrota que dio un giro estratégico total a la II Guerra, en el Frente Oriental.

Ahora que lo pienso bien, concluyo que “Pablito”, un hombre de la estirpe de los guerreros clásicos, no sólo sobrevivió a estas dos pruebas límites. También superó una tercera: fue uno de los pocos “internacionalistas” soviéticos que pelearon en España que sobrevivió a las purgas de Stalin, las que se ensañaron en particular con quienes habían logrado escapar ilesos de las tropas de Franco.

Pruebas al canto: entre los que cayeron en desgracia a su regreso o bien fueron llamados a rendir cuentas a Moscú y se perdieron en la “noche y niebla” del terror en la década del 40, estuvieron, entre otros, el ex embajador soviético en Madrid, Marcel Rosenberg, y Mijail Koltsov, activísimo corresponsal de Pravda en tierras hispanas, en quien Hemingway se inspiró para crear el personaje de Kárkov, de su novela “Por quién doblan las campanas”.

Labels: , , , , , ,