Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Thursday, January 21, 2010

Chile, un país raro

Chile es un país muy extraño. Tengo que admitirlo. Y no lo digo yo, lo dicen los hechos…

La Concertación de Partidos por la Democracia advirtió que era peligroso para la ética pública y un mínimo buen sentido que un candidato a Presidente, aquel que finalmente resultó triunfante en las recientes elecciones, Sebastián Piñera, no hiciera una tajante separación entre la política y los negocios.

A los votantes chilenos, al parecer, eso no les importó, y le dieron una victoria, no demasiada holgada, pero victoria al fin, con un 51,6% de los votos contra 48,4% de Eduardo Frei.

Resultado: en sólo tres días, las acciones del grupo inversor de Piñera, denominado Axxion, subieron un 102 por ciento en la Bolsa de Santiago. Y siguen en alza, lo que significa que con este movimiento especulativo Piñera recuperará todo lo que invirtió en su campaña y quedará, además, con pingües ganancias en el bolsillo.

Pero todo indica que esto a los chilenos poco les interesa, como a los italianos también los tiene sin cuidado que un magnate como Silvio Berlusconi sea su primer ministro.

La vulgata conservadora señala desde siempre que hay que votar a los ricos, porque como ellos ya tienen dinero no tienen necesidad alguna de robar. Consigna que se da de cabeza contra el hecho de que los poderosos nunca sienten que su poder ya es suficiente, y buscan acumular más y más.

Chile es un país muy extraño.

Si ves jugar a su selección de fútbol, descubres que los jugadores se llaman Christopher, Hans, Mark o Charles, pero sus apellidos no tienen generalmente correspondencia con sus nombres, sino que son Martínez, González, Soto o Aranguiz… Apellidos de rancia estirpe castellana, mezclados, en la genética, con los frutos originales de la larga y angosta faja de tierra: los olvidados indígenas, a los que se intenta ningunear lo más posible.

Chile es un país muy extraño. Hay que reconocerlo.

A más de 20 años del fin de la dictadura de Augusto Pinochet, uno de los programas televisivos con mayor audiencia, en la señal abierta, es “Pelotón”, donde un grupo de famosillos es sometido a una rígida disciplina militar, con el fin de foguear su temple en el más puro espíritu espartano. Programa que, por otra parte, da de comer a otros cuantos programas más, de corte farandulero, en los que se analiza y comenta el reality show en todos sus pormenores.

Chile es un país raro. De verdad.

El canal 13, por ejemplo, que se supone es de propiedad de la Iglesia Católica, institución a la que se podría imaginar como guiada por intereses menos subalternos que los económicos, acaba de despedir a su directora ejecutiva, Mercedes Ducci. La razón: el canal tiene bajo rating, y eso espanta a los avisadores que huyen en busca de mejores horizontes.

No importa, en absoluto, que este canal –en general, más bien tradicional y nada proclive a los cambios- haya sido capaz de emitir una miniserie como “Los 80”, una imitación bastante digna del español “Cuéntame cómo pasó…”, con la diferencia de que mientras ésta pasaba revista a los últimos años del franquismo, en la producción nacional se analizan los avatares de una típica familia chilena de clase media baja en los años declinantes del pinochetismo.

La señal de la salida de Ducci es clara: lo que le importa a la administración de UCTV es tener televisores encendidos y sintonizados en su emisora, no importa el precio que les demande conseguirlo.

Televisión Nacional, que, por otra parte, vendría a ser un canal público (o al menos eso es lo que se supone…), ya entendió muy bien la lógica del mercado en que se mueve. Y hace rato desistió de hacer programas que intenten hacer reflexionar a la gente.

Su parrilla ahora está compuesta por programas como “Pelotón”, donde el “gancho” para el público son las duchas diarias de las estrellitas que compiten por sus quince minutos de fama. O los meneos de culo. Así como los arrumacos entre los participantes, arriba o debajo de las sábanas.

Chile es un país verdaderamente extraño.

Hay una señora, de nombre Anita Alvarado, que se ganó la vida en Japón, como ella misma lo confiesa, ejerciendo el oficio más antiguo del mundo.

Pues bien, esta señora, que adquirió notoriedad pública cuando estafó a un político japonés corrupto que la tuvo como amante -ya se sabe, el que roba a un ladrón, tiene cien años de perdón…-, volvió a Chile adinerada y triunfal, como los “lanzas” internacionales, otros héroes del imaginario popular chileno. Y fue erigida como personalidad a nivel nacional por los diarios tabloides de la prensa conservadora. Ilustrando, a las claras, con su ejemplo, la doble moral que anima, en general, a la prensa de derecha en todo el mundo, cuando le conviene.

Ellos la bautizaron como “La Geisha chilena”, y le dieron micrófono y una caja de resonancia para sus dichos, que desde entonces se instalaron en los titulares. Ahora es una más dentro de la variopinta corte de la farándula. E incluso una de sus hijas ascendió a ese modesto Olimpo por medio de su participación en uno de estos realitys que vuelven loco al respetable público.

¡Pobre Anita Alvarado…! Tuvo que ver con sus propios ojos, por culpa de una cámara indiscreta, a su niñita haciendo de las suyas con algún “recluta”. Y no le quedó otra que llorar a mares, confesando que ella se había hecho puta justamente para que su hija nunca lo fuera…

Hace unos días, a propósito de la victoria piñerista, “La Geisha” habló de política, sumándose a la euforia, de la mitad más uno de Chile que apoya a la derecha pinochetista, ahora trasvestida en democrática. Y al explicar su apoyo al candidato empresario dijo algo que fue más revelador que veinte sesudos análisis de cientistas políticos con posgrados en Harvard.

Comentó que en su población, cuando era niña, reinaba la tranquilidad gracias a la dictadura. Que los narcos andaban escondidos y que nadie se atrevía a portarse mal, porque si no le caía encima la mano pesada de los guardianes del orden.

Al declarar esto dejó en evidencia que las señoras de vida airada a veces son las más perfectas defensoras del orden constituido. Pero además dejó claro, que a más de 20 años de desaparecido el “régimen militar”, todavía hay chilenos –y no son pocos- que añoran la mano de hierro de los generales y que se resisten, con dientes y uñas, al desorden y la corrupción rampante que trajo consigo la democracia.

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Saturday, January 09, 2010

¿Qué tal si le aguamos la fiesta a la derecha?


Si hay algo en lo cual ha tenido éxito, hasta ahora, la estrategia del comando piñerista para la segunda vuelta electoral del 17 de enero es en instalar la imagen de un caballo ganador, que avanza, imparable, hacia la meta. A causa de esta sensación de victoria es que los derechistas andan felices por la vida, con una sonrisa de oreja a oreja, tarareando la versión que hicieron jingle de “Quiero decir que te quiero”, de Quique Villanueva.

Al principio, claro, las cuentas no eran muy alegres. O eran de dulce y agraz, para matizar las cosas.

Es cierto que catorce puntos de ventaja, en el ballotage, sobre el más inmediato perseguidor representan una diferencia considerable. Pero también es cierto que si se suma la votación de los tres candidatos que escoltaron a Piñera (y que son provenientes de una misma matriz ideológica, en el sentido más amplio del término), ésta supera con creces ─55,9% contra 44,05─ el porcentaje alcanzado por el candidato de la Alianza, ahora rebautizada como Coalición por el Cambio.

Ahora bien: es obvio que no se podía traspasar íntegramente el caudal obtenido por Marco Enríquez-Ominami a Eduardo Frei, puesto que gente de su comando ─algunos en puestos importantes, como el economista Paul Fontaine─ había declarado de antemano que en segunda ronda se matricularía con Piñera. Y otros siguieron luego el mismo camino, como el analista Patricio Navia y miembros menores de su elite ideológica.

Ése era un dato de la causa: los denominados meo-piñeristas, que en un arco variopinto que va desde Fontaine en la derecha hasta Max Marambio en la izquierda, privilegian, en esta coyuntura, darle un golpe que estiman mortal a la denostada Concertación antes que impedir el triunfo del empresario Piñera. Y con él, el retorno de los pinochetistas desalojados de La Moneda en 1990.

Pero las estrategas de la UDI y RN sabían que no les bastaba con captar a algunos cuadros del marquismo para cerrar la victoria que estiman, con toda razón, inminente pero no segura. La amarga experiencia de Lavín, que perdió frente a Lagos, en una cerrada competencia, por exiguos 30 mil votos los llamaba a ser prudentes y a no dejarse llevar por el triunfalismo.

¿Cuál era el objetivo a lograr, entonces? Conseguir que al menos el 30% del voto de Marco se traspasase a Piñera, como planteaba el Oráculo de Delfos versión chilensis –es decir, la encuesta CEP, por cuya boca muchos creen hablan los dioses, en noviembre pasado.

O, más importante aún: impedir, por todos los medios a su alcance, que el 70% se traspasase a Eduardo Frei.

Como sería natural, por otra parte, que fuera, dado que, con todas las acerbas críticas que Marco ha hecho a Frei y a la Concertación, es obvio que tiene mucho más en común con éste ─los dos, por ejemplo, son hijos de víctimas de la dictadura─ que con Piñera, quien se operó de las patas de gallo que le aparecieron bajo los ojos pero no de su pasado de respaldo a Hernán Büchi, el delfín de Pinochet, y de haberse enriquecido al amparo de lo que sus partidarios llaman “el régimen militar”.

En esta empresa, la de impedir que los votos de Marco se vuelquen hacia Frei, la derecha ha contado con el entusiasta apoyo de algunos trasnochados maximalistas que llaman a votar nulo o abstenerse, dado que la confrontación que se acerca sería una pugna entre “líderes del pasado”, en la cual las masas revolucionarias no tendrían por qué involucrarse, en la medida en que este asunto, mera disputa de poder entre facciones del bloque burgués, no les va ni les viene.

La ceguera que guía este análisis es evidente, y no hace falta acudir a demasiados ejemplos en la historia para descubrir hacia dónde nos puede conducir. Baste decir que en la Alemania de los años posteriores a la República de Weimar, el Partido Comunista, bajo la influencia del Komintern, se negó a aliarse a los socialdemócratas ─a los que denominaban “socialfascistas” ─, lo que en definitiva favoreció el triunfo de Hitler y el nazismo.

Ahora, es cierto, no es Hitler el que está agazapado, esperando entrar a La Moneda, ya no empujado por el apoyo de los tanques o los Hawker Hunter, sino por un aluvión de votos, sino una cruza de Berlusconi y Farkas, con su sonrisa Pepsodent, sus finalmente asumidas canas y la avasalladora arrogancia del dinero.

Pero el resultado para el pueblo chileno puede ser el mismo: un retroceso histórico y decisivo en las conquistas sociales duramente alcanzadas (estando claro, por otra parte, que faltan muchas más aún por ser conquistadas...) y una noche de champán y algarabía, seguida de cuatro años de gobierno, para los Longueira, los Fernández, los Jarpa, los Cardemil y los Allamand.

Con todo, todavía es tiempo de revertir este escenario catastrófico. Hay que superar el desaliento y redoblar los esfuerzos para cerrarle el paso a la derecha. Hay que salir a hacer puertas a puertas, virtuales o reales.

Y conversar sobre todo con los jóvenes, que no tienen la experiencia directa de haber sido gobernados por los que hoy hacen gárgaras con la palabra democracia y hasta se permiten reconocer (no les queda otra...) “las cosas buenas que ha hecho la Concertación”. Aunque, claro, veinte años son demasiados. Y ahora nos toca a nosotros, compadrito…

Hay que dejar, por otro lado, de clavarse puñales. Ya llegará el momento para hacer los análisis de las cosas que se hicieron bien y de las que se hicieron mal. Y también de las que dejaron de hacerse. Este es el momento de la batalla decisiva, y ningún ejército reforzará su moral, antes de entrar al campo de combate, si ve a sus generales enzarzados en disputas extemporáneas o arrojándose el peso de la culpa por los errores del pasado y del presente.

Es el momento de cerrar filas. Apretar los dientes y prepararse para lo que sea.

Es verdad que todavía veremos a algunos desertores escabullándose entre los bosques o saltando al campo contrario, guiándose por su olfato de oportunistas inveterados.

Un escritor por allá, al que no le gustó la Embajada a la que lo destinaron. Otra poetisa por acá, que se enojó porque no le dieron la beca, que con tanta asiduidad recibió en años anteriores. Un ex futbolista, que saltó de simpatizar con el MIR a cortesano de Lavín, y de ahí siguió en línea recta hacia el lugar donde le abrieran las puertas. Un actor que fue símbolo del No, y que decidió incinerar su historia de vida por un hipotético plato de lentejas…

De todo hay en la viña del Señor, y yo, a esta altura, de nada me asombro. Lo que tengo claro es que en las grandes coyunturas es donde no hay que perderse, y es donde el ser humano muestra toda su fibra y su temple.

Podemos perder, por cierto, y las estadísticas y los cientistas políticos dirán: ¿Vieron que era verdad aquello de “la diferencia irremontable…”? Pero también podemos ganar, si es que algunos líderes del campo progresista se ponen las pilas y, asumiendo sus responsabilidades, deciden anteponer los intereses de Chile y de su pueblo, por sobre sus intereses personales.

Y, en ese caso, ¡pucha que sería lindo echarle a perder la fiesta a la derecha...!

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Tuesday, January 05, 2010

Pequeño y tonto homenaje a Sandro de América...



Una muchacha y una guitarra


Una muchacha y una guitarra
para poder cantar
esas son cosas que en esta vida
nunca me han de faltar.

Siempre cantando
siempre bailando yo quisiera morir,
dejar el cielo sobre este suelo
en el que yo nací.

No quiero que me lloren
cuando me vaya a la eternidad,
quiero que me recuerden
como a la misma felicidad;
pues yo estaré en el aire,
entre las piedras y el palmar;
estaré entre la arena
y sobre el viento que agita el mar.

Una muchacha y una guitarra
para poder cantar,
esas son cosas que en esta vida
nunca me han de faltar.

Una muchacha y una guitarra
para poder cantar,
esas son cosas que en esta vida
nunca me han de faltar.

No quiero que me lloren
cuando me vaya a la eternidad,
quiero que me recuerden
como a la misma felicidad;
pues yo estaré en el aire,
entre las piedras y el palmar;
estaré entre la arena
y sobre el viento que agita el mar.



Eran los años 70, y yo era menos tonto de lo que soy ahora, recordando al querido poeta Rafael Alberti, que pregonaba aquello de que "yo era un tonto, y la vida me ha hecho dos tontos".

Entre otros ejercicios masturbatorios con los que pretendía afirmar mi incierta identidad, tocaba la guitarra de un modo bastante percusivo, para decirlo de una manera piadosa, siguiendo las tablaturas de acordes que publicaban las revistas "El Musiquero" o "Ritmo".

Tenía el pelo largo, obviamente. Era flaquísimo. Y fumaba como un chino, dentro de las posibilidades económicos que un asiático de entonces y de ahora podía llegar a tener.

Mi imaginario musical estaba formado por Joan Manuel Serrat, Salvatore Adamo, Los Iracundos, Rita Pavone y, por supuesto, el gitano falsificado impuesto por el compositor Oscar Anderle y algún sello discográfico de infausta y poco perdurable memoria.

Después vendrían Patxi Andion, La Nueva Trova, Mocedades, Paco Ibáñez, los italianos del festival de San Remo (en especial, los más contestatarios que iban un poco más allá de las pretensiones de Rafaella Carrá: Lucio Dalla, Iva Zanichi, I Richi e I Poveri, gente cómo ésa...)

Y el clamor del rock auténtico que comenzaba a sacudir los escenarios de los fracs alquilados y los trajes de lentejuela.

En medio de esa constelación de provocaciones (The Doors, Procol Harum, Santana, y toda la parafernalia y panoplia de Woodstock), Sandro era un cantante pasatista, pero con un mayor nivel de recordación que Palito Ortega o cualquiera otro de los integrantes del Club del Clan.

Había algo auténtico y poderoso en el Elvis Presley criollo de labios gruesos que hacía desencadenar tormentas de feromonas a su paso por los escenarios, al igual que Tom Jones, otro fenómeno de la naturaleza.

Dicen que hasta cuando llego a estar viejo y enfermo, casi sin poder respirar, Sandro siguió concitando el amor incondicional de sus "nenas", ya un tanto avejentadas.

Me saco el sombrero frente a su consecuencia en los amores y pasiones juveniles, tan poco persistentes en los tiempos de la posmodernidad, cuando todo lo sólido se desvanece en el aire como por arte de magia.

Por eso nuevamente mi homenaje a este muchacho de barrio que debió tender altos muros en torno a su casa en Banfield, para protegerse del huracán de hormonas que desencadenaba con su baile frenético e inmortal.

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