Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Saturday, January 09, 2010

¿Qué tal si le aguamos la fiesta a la derecha?


Si hay algo en lo cual ha tenido éxito, hasta ahora, la estrategia del comando piñerista para la segunda vuelta electoral del 17 de enero es en instalar la imagen de un caballo ganador, que avanza, imparable, hacia la meta. A causa de esta sensación de victoria es que los derechistas andan felices por la vida, con una sonrisa de oreja a oreja, tarareando la versión que hicieron jingle de “Quiero decir que te quiero”, de Quique Villanueva.

Al principio, claro, las cuentas no eran muy alegres. O eran de dulce y agraz, para matizar las cosas.

Es cierto que catorce puntos de ventaja, en el ballotage, sobre el más inmediato perseguidor representan una diferencia considerable. Pero también es cierto que si se suma la votación de los tres candidatos que escoltaron a Piñera (y que son provenientes de una misma matriz ideológica, en el sentido más amplio del término), ésta supera con creces ─55,9% contra 44,05─ el porcentaje alcanzado por el candidato de la Alianza, ahora rebautizada como Coalición por el Cambio.

Ahora bien: es obvio que no se podía traspasar íntegramente el caudal obtenido por Marco Enríquez-Ominami a Eduardo Frei, puesto que gente de su comando ─algunos en puestos importantes, como el economista Paul Fontaine─ había declarado de antemano que en segunda ronda se matricularía con Piñera. Y otros siguieron luego el mismo camino, como el analista Patricio Navia y miembros menores de su elite ideológica.

Ése era un dato de la causa: los denominados meo-piñeristas, que en un arco variopinto que va desde Fontaine en la derecha hasta Max Marambio en la izquierda, privilegian, en esta coyuntura, darle un golpe que estiman mortal a la denostada Concertación antes que impedir el triunfo del empresario Piñera. Y con él, el retorno de los pinochetistas desalojados de La Moneda en 1990.

Pero las estrategas de la UDI y RN sabían que no les bastaba con captar a algunos cuadros del marquismo para cerrar la victoria que estiman, con toda razón, inminente pero no segura. La amarga experiencia de Lavín, que perdió frente a Lagos, en una cerrada competencia, por exiguos 30 mil votos los llamaba a ser prudentes y a no dejarse llevar por el triunfalismo.

¿Cuál era el objetivo a lograr, entonces? Conseguir que al menos el 30% del voto de Marco se traspasase a Piñera, como planteaba el Oráculo de Delfos versión chilensis –es decir, la encuesta CEP, por cuya boca muchos creen hablan los dioses, en noviembre pasado.

O, más importante aún: impedir, por todos los medios a su alcance, que el 70% se traspasase a Eduardo Frei.

Como sería natural, por otra parte, que fuera, dado que, con todas las acerbas críticas que Marco ha hecho a Frei y a la Concertación, es obvio que tiene mucho más en común con éste ─los dos, por ejemplo, son hijos de víctimas de la dictadura─ que con Piñera, quien se operó de las patas de gallo que le aparecieron bajo los ojos pero no de su pasado de respaldo a Hernán Büchi, el delfín de Pinochet, y de haberse enriquecido al amparo de lo que sus partidarios llaman “el régimen militar”.

En esta empresa, la de impedir que los votos de Marco se vuelquen hacia Frei, la derecha ha contado con el entusiasta apoyo de algunos trasnochados maximalistas que llaman a votar nulo o abstenerse, dado que la confrontación que se acerca sería una pugna entre “líderes del pasado”, en la cual las masas revolucionarias no tendrían por qué involucrarse, en la medida en que este asunto, mera disputa de poder entre facciones del bloque burgués, no les va ni les viene.

La ceguera que guía este análisis es evidente, y no hace falta acudir a demasiados ejemplos en la historia para descubrir hacia dónde nos puede conducir. Baste decir que en la Alemania de los años posteriores a la República de Weimar, el Partido Comunista, bajo la influencia del Komintern, se negó a aliarse a los socialdemócratas ─a los que denominaban “socialfascistas” ─, lo que en definitiva favoreció el triunfo de Hitler y el nazismo.

Ahora, es cierto, no es Hitler el que está agazapado, esperando entrar a La Moneda, ya no empujado por el apoyo de los tanques o los Hawker Hunter, sino por un aluvión de votos, sino una cruza de Berlusconi y Farkas, con su sonrisa Pepsodent, sus finalmente asumidas canas y la avasalladora arrogancia del dinero.

Pero el resultado para el pueblo chileno puede ser el mismo: un retroceso histórico y decisivo en las conquistas sociales duramente alcanzadas (estando claro, por otra parte, que faltan muchas más aún por ser conquistadas...) y una noche de champán y algarabía, seguida de cuatro años de gobierno, para los Longueira, los Fernández, los Jarpa, los Cardemil y los Allamand.

Con todo, todavía es tiempo de revertir este escenario catastrófico. Hay que superar el desaliento y redoblar los esfuerzos para cerrarle el paso a la derecha. Hay que salir a hacer puertas a puertas, virtuales o reales.

Y conversar sobre todo con los jóvenes, que no tienen la experiencia directa de haber sido gobernados por los que hoy hacen gárgaras con la palabra democracia y hasta se permiten reconocer (no les queda otra...) “las cosas buenas que ha hecho la Concertación”. Aunque, claro, veinte años son demasiados. Y ahora nos toca a nosotros, compadrito…

Hay que dejar, por otro lado, de clavarse puñales. Ya llegará el momento para hacer los análisis de las cosas que se hicieron bien y de las que se hicieron mal. Y también de las que dejaron de hacerse. Este es el momento de la batalla decisiva, y ningún ejército reforzará su moral, antes de entrar al campo de combate, si ve a sus generales enzarzados en disputas extemporáneas o arrojándose el peso de la culpa por los errores del pasado y del presente.

Es el momento de cerrar filas. Apretar los dientes y prepararse para lo que sea.

Es verdad que todavía veremos a algunos desertores escabullándose entre los bosques o saltando al campo contrario, guiándose por su olfato de oportunistas inveterados.

Un escritor por allá, al que no le gustó la Embajada a la que lo destinaron. Otra poetisa por acá, que se enojó porque no le dieron la beca, que con tanta asiduidad recibió en años anteriores. Un ex futbolista, que saltó de simpatizar con el MIR a cortesano de Lavín, y de ahí siguió en línea recta hacia el lugar donde le abrieran las puertas. Un actor que fue símbolo del No, y que decidió incinerar su historia de vida por un hipotético plato de lentejas…

De todo hay en la viña del Señor, y yo, a esta altura, de nada me asombro. Lo que tengo claro es que en las grandes coyunturas es donde no hay que perderse, y es donde el ser humano muestra toda su fibra y su temple.

Podemos perder, por cierto, y las estadísticas y los cientistas políticos dirán: ¿Vieron que era verdad aquello de “la diferencia irremontable…”? Pero también podemos ganar, si es que algunos líderes del campo progresista se ponen las pilas y, asumiendo sus responsabilidades, deciden anteponer los intereses de Chile y de su pueblo, por sobre sus intereses personales.

Y, en ese caso, ¡pucha que sería lindo echarle a perder la fiesta a la derecha...!

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1 Comments:

Blogger Begoña Zabala Aguirre said...

Si como tu dices algunos líderes fueran capaces de anteponer los intereses de Chile por sobre los personales...
Solo entonces...

De todos modos y de corazón, Bonne Chance!

6:46 AM  

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