Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

My Photo
Name:
Location: Santiago, Chile

Friday, October 19, 2007

Carrera: ¿Un frívolo niño bien?


Hace unos días, en el diario “La Nación”, salió publicada una columna de opinión de Ángel Carcavilla que merece, creo yo, un par de reflexiones.

Bajo el título de “Héores” (sic) –¿dislexia atribuible tal vez a la mala conciencia?-, “el asesor de imagen” (que así se llama la columna de marras) comenta una biografía de O’Higgins, que apareció hace poco en librerías.

El libro se llama “Bernardo”, y su autor es Alfredo Sepúlveda, ex editor del suplemento Wikén de El Mercurio, al que tuve oportunidad de conocer años atrás, cuando publicamos algún relato “ad hoc” en la compilación “El crimen de escribir”, de Editorial Planeta.

Carcavilla, de entrada, elogia el texto y señala que “Sepúlveda se encargó de despojar al héroe de toda la prosopopeya con que lo adornan los textos escolares y los retratos de museo”. Hasta ahí vamos bien. Nada que objetar, porque aunque aún no he leído el libro sé que “Alfie” –como le dicen sus amigos, que lo siguen desde la época de la “Zona de Contacto”- escribe bien; y debe ser entretenido y amigable.

Los problemas empiezan cuando Carcavilla, el hombre que le cambió la imagen a los radicales en una campaña electoral pasada haciéndolos salir ante las cámaras bailando rap o hip-hop (no recuerdo bien cuál era el ritmo), se empieza a meter honduras y a dar explicaciones simples para problemas que de por sí son complejos.

Con un psicologismo bastante elemental, asegura que O’Higgins era un hombre “de poco carácter”, afirmación que no tiene ningún respaldo histórico conocido, y que su elevación por sobre el común de sus coterráneos se debió a su deseo de vengar las humillaciones que sufrió por ser “huacho” en la “empingorotada sociedad colonial”.

Es más: agrega que cuando tuvo oportunidad de concentrar el poder en sus manos (de la Logia Lautarina, que era el verdadero poder, Carcavilla no dice una palabra), el rubicundo chileno-irlandés “se portó como un cabrón” para vengar los padecimientos sufridos.

Agrega que fue “precozmente abandonado por sus padres”. Cosa que no se compadece, en absoluto con la realidad, pues don Ambrosio, el ex Virrey del Perú, si bien tardó en reconocerlo, veló todo el tiempo, a través de testaferros y validos, para asegurar su manutención, su educación en Inglaterra y finalmente lo convirtió en hacendado. Y su madre, doña Isabel Riquelme, estuvo todo lo presente que podía estar una mujer de su época en la formación de su hijo, y lo acompañó en las instancias decisivas de su vida.

De las riesgosas opiniones anteriores, no es responsable, por cierto, Sepúlveda, sino el autor de esta reseña, que puede haber entendido las tesis expuestas en esta suerte de biografía-ensayo a su regalado gusto. Eso es muy claro. Pero más adelante Carcavilla vuelve al ataque y dice que Sepúlveda pinta a José Miguel Carrera “como un malcriado insoportable que quería vestirse de héroe para demostrar a su padre que no era el holgazán inoperante que suponía”.

Otra vez, entonces, surge el psicologismo a la violeta, la tentación de poner en el diván a los “héroes” para hacerlos más de carne y hueso, y menos de mármol o de bronce.

Por esa vía, termina diciendo, con audacia ilimitada, que “probablemente hoy en día, O’ Higgins habría sido diagnosticado como un sicótico con delirios mesiánicos y encerrado de por vida en un siquiátrica (Nota del autor: “¡No me defienda, compadre…!”). José Miguel Carrera lo habría pasado mejor matando su ansiedad de niño rico arriba de un BMW descapotable y tirándose a cuanta modelo farandulera existe, y a San Martín, con suerte, lo habrían encontrado muerto en algún suburbio mendocino con una jeringa colgando del brazo y un casete de Nick Cave en el bolsillo…”

Queda así, inaugurada, de este modo, una especie de “neocrítica histórica”, de corte farandulero y sensacionalista, que nos entrega una relectura sobre nuestros padres fundadores, que por lo menos a mí –que algo he leído de lo que sucedió de verdad en aquellos tiempos- me deja atónito y con la boca abierta.

Carcavilla, ese adelantado, que se gana la vida con la publicidad pero piensa que puede también tocar de oído en el campo de la literatura y de la historia, con esa misma soberbia “renacentista” de los economistas que nos infligen novelas (Andrés Velasco y Sebastián Edwards, para no ir más lejos), nos invita a repensar todos nuestros paradigmas a partir de su nueva sabiduría adquirida.

Esa que lo lleva a descubrir -como quien descubre América en el mapa- que San Martín consumía opio para combatir sus dolores reumáticos.

Si eso es lo más destacable que vale la pena recordar de un hombre que contribuyó a darnos la libertad como nación, la verdad es que quiere decir entonces que yo estoy hace mucho tiempo orinando fuera del tiesto, pues sigo considerando que son otros los aspectos que más lo singularizan y hacen perdurable su memoria. Y no el hecho de que tuviera o no una amante negra, o que su mujer –según algunas malas lenguas, que a Carcavilla le hubieran encantado- lo “gorreaba” de lo lindo mientras él andaba en sus campañas.

Por otra parte, no puedo dejar pasar –porque de alguna forma soy parte interesada en el asunto- su sorprendente aseveración de que Carrera lo hubiera pasado mejor como un “niñato” –es decir, un chico bien, auspiciado por la generosidad de sus padres- que como prócer de la patria.

Si la idea era demostrarle a papá que era un hombre de pro, para empezar no se hubiera metido en las lides independentistas que a don Ignacio de la Carrera no le gustaban, por cierto, nada de nada; y le costaron dolores y pérdidas materiales y de las otras.

Y menos hubiera expuesto su vida y hacienda, como lo hizo, luchando contra los godos cuando iniciaron la reconquista del reino perdido. Luego de haber sido el primero que, como apuntó Neruda magistralmente, dijo “libertad antes que nadie” y se comprometió a fondo, sacrificando su vida familiar y personal, con la causa emancipadora.

Sacrificio que, pienso yo, modestamente, merece al menos algo de respeto o la mínima continencia que consiste en no hablar de las cosas que se ignoran.


*Carlos Monge Arístegui. Escritor y periodista. Autor de la biografía novelada “Carrera: El húsar desdichado”.

Labels: , , , , , , ,

Wednesday, October 03, 2007

Sexo, mentiras y video: el caso Naty



La aldea mapochina se incorpora, con la modorra que la caracteriza, a los nuevos aires de la modernidad. Y esto implica, a veces, tragos amargos y rasgado de vestiduras ante acontecimientos mediáticos que no figuraban en nuestros libros y que no sabemos cómo manejar pues jamás los vivimos antes.

El último episodio, que provocó todo tipo de comentarios de boca en boca (nunca mejor usada la expresión) o de mail en mail, e incluso demandó la atención de los suplementos dominicales de los diarios, con variados análisis, fue la felación ─del latín fellatĭo, derivado a su vez de fellāre, mamar, según nos enseña el diccionario de la Real Academia de la Lengua─ que una adolescente de 14 años le practicó a un compañero de colegio en una solitaria plaza de Ñuñoa.

Natalia, que así se supongo se ha de llamar la niña inmortalizada con el apodo de Naty, con la que sus compañeritos la alentaban a seguir adelante con su empeño bucogenital, mientras la filmaban con la cámara de video de un teléfono celular, en estos momentos está castigada por sus padres, quienes hasta le quitaron el acceso al Messenger (supremo castigo en la era digital).

Por otra parte, como era previsible, en un país de fariseos y gente que se escandaliza ante cualquier cosa, pero después pregunta para callado cómo se puede hacer para conseguir el video aquel, fue expulsada de su colegio, el La Salle de La Reina. Y probablemente debe estar pensando de qué manera lograr mudarse de barrio, ciudad, país y planeta, en caso de que ello fuera posible, para no quedar estigmatizada como la jovencita más relajada de Chile y sus alrededores.

Como sea, lo cierto es que nuestra católica y devota sociedad reaccionó de un modo más que previsible. Los canales de televisión, para empezar, reprodujeron el video de marras, a poco de que éste fuera subido a Internet, pero pixelando la imagen, de manera de estimular el morbo de los televidentes sin transgredir la ley. La imaginación, ya se sabe, es la que completa la visión sesgada que el fisgón obtiene a través de la cerradura de la puerta. Y en este caso los voyeuristas eran millones, y en horario prime.

Luego intervinieron en masa, y con una diligencia que uno bien quisiera quedara en evidencia ante todas las transgresiones a la ley, las fuerzas policiales más variadas ─desde el OS-9 de Carabineros hasta la Brigada contra el Cibercrimen de Investigaciones─. Y, por supuesto, el Ministerio Público, anticipándose a cualquier requerimiento de las fuerzas vivas del cuerpo social, conmocionado por este ultraje a la inocencia.

El sitio web El Antro.cl, que había uplodeado al ciberespacio esta muestra de alegre y despreocupada estudiantina, se apuró entonces a retirarlo de sus servidores. Pero ya era tarde, pues los jugueteos de la colegiala y su partner ya circulaban de celular en celular y eran motivo de asombro para muchos.

La pregunta es: ¿de qué tanto debemos asombrarnos? ¿Acaso es Naty la única estudiante de este país que practica sexo oral como una forma de ir descubriendo su propia identidad sexual y asomarse al mundo de los adultos, con todas las facetas que éste tiene? El que no tenga tejado de vidrio, digo yo, para satisfacer los instintos culposos propios de nuestra tradición judeocristiana, que arroje la primera piedra o escupa al cielo, exponiéndose a los riesgos que ello supone.

Todas las encuestas realizadas indican que los jóvenes comienzan a explorar su cuerpo y el de los demás a la misma edad que tiene la chica a la que hemos elegido como chivo expiatorio de todas nuestras represiones y miedos ocultos. Así que, por ese lado al menos, no habría ningún motivo de sorpresa.

Lo que conmueve, sin duda, al personal, es que la chiquilina haya tenido el desparpajo de dedicarse a actividades a las que los humanos se han entregado con deleite desde sus orígenes y en todos los tiempos (como lo testimonian, por ejemplo, los restos de los murales de Pompeya), sin ruborizarse ni ocultar su rostro ante la cámara, como quien desprecia de un modo burlón a los mirones que nunca faltan.

Claro, el argumento de hipócritas y puritanos no es criticar lo que hizo, sino cómo lo hizo. Es decir, la desvergüenza de exhibirse en un lugar público haciendo lo que todo el mundo prefiere hacer en privado. Y entonces, añaden, que “de seguro estaba volada o copeteada porque en sus cinco sentidos nadie puede atreverse a hacer lo que hizo”.

Hasta ahí, en todo caso, llegaría todo su pecado. Porque la Naty no es responsable, que yo sepa, de haber grabado la escenita y luego haber divulgado esa suerte de (e) nanowebcast. Eso, en todo caso, se lo podemos atribuir al alcahuete/olfa/batidor/sapo (elija usted la opción que le parezca e incluso agregue una más de su propia cosecha), típico del curso, que se cree graciosito difundiendo las supuestas debilidades o renuncios de los demás.

De hecho, el diario La Nación lo entrevistó vía MSN y el cabroncito en cuestión declaró sentirse muy “achacado” por los problemas que le había creado a su “amiga”. Y de paso a Franco, el estudiante que resultó ser el destinario de las apasionadas caricias de Natalia, a quien también traicionó con su ocurrencia.

Arrepentimiento que no me quedó para nada muy claro, ya que el susodicho agregó, a renglón seguido, que tenía en su poder otro video “más brígido que el anterior”. Pero que ni loco se le ocurriría subirlo, ya que había aprendido con creces la lección. Al tiempo que le pidió disculpas a Naty por su ida de lengua, que en el mundo virtual se multiplicó por miles de curiosos esperando recibir su cuota de lascivia.

No soy un moralista, y no pretendo tampoco serlo. Aunque me pregunto: ¿con qué calidad moral podemos reprochar a nuestros jóvenes su supuesta impudicia cuando por los medios les damos a cada rato el espectáculo de una exagerada hiper erotización?

Ya no es sólo la publicidad la que apunta a ese blanco. También un canal como el del señor Ricardo Claro tiene su Mekano con jóvenes moviendo el culo y mostrando sus partes pudendas, para no darle ventajas a TVN, que con Rojo no lo hace nada de mal.

Entonces, damas y caballeros, tengan por lo menos el pudor de callarse la boca. Porque estamos en el reino del doble estándar, donde mostramos a las chicas de la reality en la ducha, pero no nos animamos a hacer una campaña contra el SIDA que estimule el uso del condón.

Y porque, claro, si hay que castigar a alguien, castiguemos a la Nati. Total la tenemos más a mano que a cualquiera y es ella, esta suerte de moderna María Magdalena, la que merece ser crucificada por sus actos obscenos que atentan contra la moral y las buenas costumbres, como diría El Porvenir de Chile.

En otro país, en Estados Unidos, para no ir más lejos, según me informa un amigo digno de confianza, los que ya estarían presos (y no castigados en su casa, con prohibición de ir a la escuela y escasas probabilidades de conseguir otra) serían el simpático cameraman que quiso quedar como un vivo bárbaro ante sus amigos y los dueños del servidor que lo replicaron.

¿El delito? Uno muy simple, y sancionado con penas altísimas: producción y difusión de pornografía infantil.

Labels: , , , , , ,