Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Friday, April 24, 2009

Notas de un fugaz viaje a Montevideo



Hace unos días regresé durante un fin de semana largo a Montevideo, capital de la Banda Oriental, que por distintas razones me resulta querida y entrañable. Tengo allí amigos del alma con los que atravesamos juntos tiempos de tinieblas y persecuciones. Y eso crea un lazo indestructible.

Pero, además, amo esa ciudad construida en las orillas del río de la Plata, que no se jacta de tener torres altas ni vidriadas, ni tampoco de ser el epítome de la modernidad.

Aunque dentro de su provinciana calma conserva cosas muy dignas de ser conservadas: para empezar, gente tranquila y educada que se toma la vida sin más prisa que la que la vida merece. Y espacios abiertos de horizontes amplios que confluyen en la Rambla y en el río “color de león”. Y que a veces se animan con el soplo del viento que hace trepidar el follaje de los árboles que cubren las ferias de Tristán Narvaja o de Biarritz, o se arremolina en la mítica esquina de Durazno y Convención. Aquella a la que cantó Jaime Roos.

Mi condición de turista accidental no me priva, sin embargo, de incurrir en el pecado venial en el que caen todos los visitantes entusiasmados. Esto es, recomendar lugares que no se puede dejar de conocer, en caso de que el azar los lleve por esas tierras en un futuro mediato e improbable.

He aquí mi lista de imperdibles, la que sin duda no agota todas las posibilidades de la Santa María de Juan Carlos Onetti, donde la nostalgia se alimenta de los barcos que entran y salen del puerto, mientras los pescadores arrojan sus anzuelos desde los espigones.

A saber:

1. El Mercado del Puerto, en la Ciudad Vieja. Una zona que se torna exponencialmente más atractiva en la medida en que uno pueda tomar distancia de los tamborileros y las murgas ad hoc para turistas, para disfrutar de un “medio y medio” o de las buenas carnes a la parrilla, en cualquiera de los comederos del lugar.

2. La librería Linardi & Risso. Un filón de oro para los coleccionistas de textos antiguos y nuevos. Establecida en 1944, en un edificio de época llamado la “Casa del Vicario”, a pocos metros de la Plaza Matriz y el Cabildo, está en la calle Juan Carlos Gómez. Y a corta distancia del Café Brasilero, el primer café de Montevideo (1877), y uno de los lugares favoritos de Eduardo Galeano.

En la librería que atiende Andrés Linardi, un templo laico de la literatura, se puede ver una foto de Neruda junto a su padre, quien creó la tienda, y también un libro de visitas ilustres, cuya página inicial fue escrita, con su tradicional tinta verde, por el poeta chileno, un cliente frecuente.

3. Si dispone de tiempo, no puede pasar por alto una visita al barrio del Cerro, que en sus tiempos fue poblado por los trabajadores de los frigoríficos, muchos de ellos inmigrantes extranjeros anarquistas y “rojos”. Pero que ya fue alcanzado por el empuje clasemediero, uno de los rasgos más típicos del Montevideo que Benedetti describió en algunos de sus cuentos.

Literalmente, en la punta del cerro se encuentra el Museo Militar Fortaleza General Artigas, con cañones que todavía dominan la rada de una urbe varias veces sitiada. Lo paradojal es que, no muy lejos de allí, se encuentra el sobrio monumento a los desaparecidos que dejó la dictadura militar uruguaya (1973-1985).

4. Recorra, por último, si está a su alcance hacerlo, los suburbios de esta ciudad, que a diferencia de otras ciudades latinoamericanas, no tiene, en general, territorios muy segregados desde el punto de vista social. La mezcla es el factor predominante en barriadas como La Blanqueada, en las cercanías de la avenida Italia y del Hospital de Clínicas, donde se mixturan edificios de dispar arquitectura con casas bajas en las que la siesta y el mate aún reinan sin contrapeso.

Cierto es que los más favorecidos por la fortuna, tienden a refugiarse en Carrasco o Pocitos, en dirección hacia el este, tal como los más pobres viven a espaldas de las laderas del Cerro, pero hay amplios lugares de interacción donde los ghettos se diluyen, en tanto se ve pasar a escolares con su decimonónica moña azul, un rabioso emblema de la educación pública que se niega a la extinción.

5. Digamos, por último, que Montevideo no huele sólo a pasado ni a naftalina. Hay también jóvenes que se resisten a admitir que la única salida de ésta, por momentos asfixiante y opresiva Arcadia a la que alguna vez se denominó “la Suiza de América”, sea el aeropuerto. Y se rebelan, con una actitud militante y festiva, contra el inmovilismo y la melancolía estéril. Suelen ser los seguidores de bandas como La Vela Puerca, Supersónicos o Vieja Historia, que al ritmo del frenético ska, el surf new wave o el post rock sacuden los umbrales del recinto.

Si los apuran, ellos son también los incondicionales de “Justicia Infinita”, el programa de radio conducido por Salvador Banchero y Gonzalo Camarotta, que es uno de los más populares del éter montevideano.

Similar en muchas cosas al original CQC argentino (es decir, la versión irreverente y radical, y no la pasteurizada que se exhibe en Chile), aunque menos farandulero y mucho más incisivo, este fenómeno del dial podría ser uno de los portaestandartes de una generación un tanto anarca pero no desprovista de fe ni convicciones que despide cada temporada de “Justicia…” con una emisión al aire libre, en la que sus conductores son aclamados como héroes rockeros.

Lo llamativo, siguiendo con las paradojas, es que muchos de estos jóvenes que corean a voz en cuello “Vamos, vamos, La Vela de mi corazón…”, son, en su gran mayoría, votantes del “Pepe” Mujica. Un ex dirigente histórico tupamaro que pasó doce de sus 63 años como “rehén” de la dictadura, lo que implicó largas temporadas en un pozo cavado en la tierra.

Curioso, ¿no?, por decir lo menos, este “paisito” discreto y quitado de bulla donde la “gran esperanza blanca” para la muchachada es un señor terco y empecinado, actual legislador del Frente Amplio y posible candidato presidencial de esa coalición, que hace ya un buen rato superó los sesenta.

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