Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Location: Santiago, Chile

Monday, January 29, 2007

Aires del Plata



Salí de la pelopincho por unos días y partí a tierras rioplatenses a reencontrarme con amigos y paisajes que me resultan entrañables. Llegar a Buenos Aires y sentirme envuelto por el halo de las pizzerías –ese característico aroma porteño- fue una sola cosa. El Tienda León me dejó en Retiro, frente al Sheraton. Pero, claro, yo no iba a parar allí ni tampoco en la chic y modernosa zona de Puerto Madero, así que tomé mis bagayos y me sumergí en el subte, donde después de atravesar los molinetes metálicos sentí que la ciudad donde pasé una buena y bella parte de mi vida, me estrechaba entre sus brazos, dándome la bienvenida.

Humedad, carros viejos y trepidantes que parecen a punto de desintegrarse y calor. Mucho calor. Chicas en minis-minis aferradas de los colgadores de los vagones de la línea C (Retiro-Constitución). Matronas entradas en carnes y laburantes con cara de no mirar a ninguna parte, entre muchachos enchufados a sus MP3 y oficinistas encorbatados. La melange de siempre. Combino en Avenida de Mayo con la línea que va a Congreso y me bajo en Sáenz Peña para caminar por ese barrio con claras reminiscencias españolas que afloran desde el puchero que anuncian los menús de los restaurantes hasta en esos edificios con “setenta balcones y ninguna flor”, como diría el poeta Baldomero Fernández Moreno.

Buenos Aires me mata. Hay una electricidad y una vibración en el aire que no se encuentran en todas partes. También hay escapistas que le arrebatan la cartera a una joven que camina cerca de Callao, mucha basura amontonada en las calles y una manga de hijos de puta que quedaron impunes y no tienen nada que envidiarle a los nuestros. Pero así y todo me mata. Me parece que hay pasión en esas calles donde una pareja de adolescentes se besa con furia y desvergonzado deseo, reproduciendo la postal captada por Robert Doisneau en el Hotel de Ville.

Después, lo de siempre: vitrineo en las librerías, una tira de asado en Pippo con ensalada de radicheta y ajo, y regreso al hotel para quedarme estaqueado por la canícula debajo del ventilador de amplias paletas.

Entre medio, un café en La Paz, en Corrientes y Uruguay, que ya no es lo mismo que era en los años 70: lugar obligado de cita de militantes con camisas grafa, intelectuales a la violeta y revolucionarios de café. Ahora, con suerte, hay un par de homosexuales de caricatura –cincuentones, teñidos y patéticos- dialogando con los “chongos”, también caricaturescos, que les sirven de compañía. No sé si hay más gays que antes en Baires, de lo que sí estoy seguro es que ahora están mucho más a la vista.

Me acuerdo de repente de una canción de Miguel Cantilo, que dice algo así como “y dónde están ahora los sicoanalistas, curando la neurosis de los accionistas... y dónde están ahora los hippies pacifistas”. “Y dónde estás tú, querido gurú, ahora que se fueron y apagaron la luz...” Y curo mi nostalgia del modo más cruel posible: comprándome dos de los cinco tomos de “La voluntad”, la megaempresa de recuperación de la memoria de los años 70 de Martín Caparrós y Eduardo Anguita, que se lee como una novela de aventuras que termina transformándose en una de terror que otra que Lovecraft. Pero de la que igual no puedes despegarte.

Veo viejos compinches (no muchos), porque el tiempo apremia. Me reuno a charlar con una amiga periodista que me lleva a pasear a Palermo Soho (el antiguo Palermo Viejo, ahora reciclado como sofisticado sitio de moda). Pasamos revista a los años sin vernos en torno a unas cervezas y de pronto me cuenta, como al pasar, si le noto algo distinto. Entonces me confidencia que se hizo las “lolas” cuando cumplió 40, como premio al cambio de folio. Con ese divertido desenfado de las argentinas que de a ratos echo de menos por estos lares.

Luego, tomo un catamarán en el Tigre y cruzo el charco color de león para arribar a un balneario uruguayo que tiene el encanto de lo silvestre y lo campesino casi en estado puro. Por eso mismo no les diré el nombre, porque, como aconsejan los que saben, “no hay que avivar a los giles”. Sólo les diré que ahí me desconecté de todo, tendido en una hamaca y escuchando el canto de los insectos y los pájaros.

Llegué a chapalear incluso en esas playas amarronadas que hoy están amenazadas por las papeleras de Botnia, que tanto sobresaltan a los vecinos de Gualeguaychú, pero que entre tanto han tenido que aguantarse mucha basura, aunque sin tanta propaganda de por medio. Pero el agua, les diré, no estaba nada mal. Y los pescadores todavía pueden entretener sus ocios sacando dorados y tarariras. Aunque no es, claro está, ni el Caribe ni Buzios.

Después anduve por Punta Gorda, lugar donde los charrúas originarios se comieron a Solís, un conquistador cuyo destino fue más bien macabro, y desandé los pasos de Charles Darwin, que aquí escribió parte de las notas de un naturalista en el Plata. Asados, para qué les cuento, y vino tanat, menos recomendable para nuestro paladar habituado a los cabernet de recia estampa.

Y así pasé mis breves vacaciones, un intermezzo en mitad de la nada. Ahora estoy en Santiago, otra vez atado al yugo de las obligaciones cotidianas. Y leo por ahí que hay muchos chilenos que están yendo a veranear a Punta del Este, balneario “cajetilla” si los hay. Con la Brava y la Mansa. José Ignacio, Casapueblo (el hotel de Páez Vilaró, cuyo hijo sobrevivió a la tragedia de los Andes) y los paradores donde llegan los famosos de ambos lados del Plata a pasar la temporada.

Ya sé: Punta no es feo, sería un idiota el que dijera eso. Pero yo se las regalo. Me quedo toda la vida con Parque del Plata y los “medio y medio” del Mercado del Puerto. Y prefiero mil veces a Colonia del Sacramento o a Piriápolis antes que al Hotel Conrad (resort & casino) o la avenida Gorlero, donde llegan las “starlettes” de la movida porteña para adornar con sus doradas tetas y culos las portadas de la revista Gente.

2 Comments:

Blogger Esteban Salinero said...

Notabilísimo texto señor Lupín. Usted nos ha tomado de la mano para darnos un paseo como se debe a un lado y otro del río de La Plata. Su pasado porteño lo delata, pero pregunto ¿dónde quedó el tango en todo esto, la milonga brava, el hombrecito de la esquina rosada? ¿quiénes los han devorado, apreciado Artemio?

5:54 AM  
Blogger Sigrid said...

me gustó el texto, aunque no tengo tantos recuerdos de BA, coincido con que tiene una electricidad especial.

9:09 PM  

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