Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Monday, December 11, 2006

Adiós, Jorge Hevia, no te voy a echar de menos

Año 1983. No sé bien si el Proden, un proyecto motorizado por el actualmente preso ex senador Lavandero, u otra entidad por el estilo, había convocado a una protesta nacional contra la dictadura. Y el resultado fue una inusual receptividad de parte de la ciudadanía, que a diez años del golpe militar comenzó, a golpes de cacerolazos o barricadas, a demostrar que los sentimientos democráticos estaban aletargados pero aún sobrevivían.

Las protestas y la represión subsiguiente dejaron más de una docena de muertos y Pinochet nombró como ministro del Interior a Sergio Onofre Jarpa, el viejo patriarca del Partido Nacional y prócer de Pencahue, que sacó 17 mil soldados a la calle con órdenes de disparar a matar. Fue entonces cuando quien esto escribe (y disculpen la autorreferencia), llegó a Chile como enviado especial de un medio extranjero para cubrir los acontecimientos que despertaban curiosidad en el mundo entero.

Primer paso de todo corresponsal: acreditarse como tal en el edificio Diego Portales, la ex Unctad de los tiempos de la UP. Después de atravesar sucesivas guardias, recuerdo un Santiago donde el esmog se mezclaba en la garganta con la tensión reinante, que se cortaba como con un cuchillo, y el olor de los gases lacrimógenos como telón de fondo.

Una oficina como cualquiera y detrás del anuncio de la secretaria, un funcionario que debía tomar nota y hacer un registro, me imagino, del alud de periodistas y fotógrafos foráneos que de pronto se dejaban caer en un país cuyo gobierno, sin duda, hubiera preferido el olvido antes que ese súbito protagonismo.

Adivinen cómo se llamaba el funcionario.Aunque la adivinanza no tiene gracia, porque en el título de esta columna ya está la pista clave. Sí, señor, no le han mentido: Jorge Hevia, el “rostro” que ha acompañado las mañanas de TVN durante buena parte de la interminable transición a la democracia, era el hombre en cuestión.

Que en ese entonces estaba mucho más joven, y no necesitaba teñir sus canas con Grecian 2000 o Koleston. Pero era el de siempre, con el cabello ensortijado y la mirada ratonil del eterno sobreviviente, de aquel capaz de resistir todas las catástrofes premunido de un sabio olfato que le va a impedir siempre nadar contra la corriente.

El hombre, lo he escuchado, tiene su justificación propia para explicar su paso por esa entidad fiscal nada inocente, la famosa Dinacos, que contiene en su nombre dos sílabas infames que corresponden a otro célebre reducto de “servidores públicos”. Dice, a quien quiera escucharlo, que era sólo un muchacho, que estaba recién casado y que tenía que mantener un hogar, sin poder darse el lujo de elegir el lugar donde ganarse los garbanzos.

Una explicación tal vez plausible si su pega hubiera estado en el SAG, en Impuestos Internos o en la Aduana, pero no tan convincente si se piensa que Dinacos (Dirección Nacional de Comunicaciones, según su sigla) era el ente que personificaba, entre otras cosas, a la censura del régimen. Algo así como la Santa Inquisición.

Lo cierto es que ese fue mi único y corto diálogo con Hevia, quien además de apuntar mis datos personales sólo se salió de libreto una vez para preguntarme (o tirarme la lengua, según se prefiera) cómo se veía lo que estaba pasando en Chile desde afuera.

Quién sabe, quizás ahí ya estaba asomando, de manera precoz, su condición de hombre-corcho. O simplemente eran atisbos de lógica curiosidad que habían sobrevivido desde su paso de la Escuela de Periodismo al grupo de inspectores del Ministerio de la Verdad que fungía en Dinacos.

Pero ese breve experiencia sirvió para generar en mí una sostenida y rebelde antipatía hacia la figura de Hevia, con la cual nunca he podido congraciarme, a pesar de que lo he visto luego darse varias volteretas. Lo concreto es que siempre que me levanto y enciendo Canal 7 no puedo impedir que una mueca de desagrado asome en mi cara.

Muchos rostros han desfilado por la pantalla junto al suyo (Margot Kahl, Karen Doggenweiler, Felipe Camiroaga y ahora último la bella y refrescante Tonka Tomicic...), pero no hay caso. No consigo que Hevia se me haga mínimamente aceptable. Su sentido común tan pedestre, su habilidad para sacarle el poto a la jeringa si la conversación deriva hacia terrenos pantanosos, su humor de kermesse de colegio secundario. Todo en él me resulta falso e impostado.

De modo que cuando supe hace algunos días, por propia confesión, que se apresta a dar un paso al costado, sentí una especie de íntima satisfacción. La sensación de que la justicia tarda pero llega. Aunque mi entusiasmo fue morigerado al saber que el ex voleibolista no planea de ninguna manera colgar los guantes, sino que sólo estima que su ciclo en los matinales ya está agotado. De manera que el amplio y generoso presupuesto del canal estatal o de un canal amigo seguramente conseguirá darle refugio en algún lado.

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