Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Tuesday, December 12, 2006

Revolución pingüina



La rebelión estudiantil ha traído, qué duda cabe, un soplo o, mejor dicho, un ventarrón de aire fresco en esta clima enrarecido que respiramos de otoño que no se atreve a ser tal. Como decía un editorial de El Mostrador.cl, los liceanos le han cobrado la palabra a las políticos que se desgañitaron durante la campaña con su múltiple y repentina preocupación por el tema de la educación como caballito de batalla. Y después, si te he visto no me acuerdo.

Y aquí estamos, con los muchachos en las calles o en sus establecimientos tomados, en “paro cultural”, arrojándonos a la cara nuestras vergüenzas, nuestra conciliación con un estado de cosas del cual alguna vez abominamos pero al cual tuvimos que integrarnos, bajo pena de marginación o muerte. Los que ya atravesamos los 40 o estamos por dar ese paso trascendente después del cual ''somos los únicos responsables de nuestros rostros'', según una frase famosa de no me acuerdo quién, nos hemos convertido en todo aquello que odiábamos. Y esta sublevación inopinada nos pone de nuevo frente a la constatación de que todavía quedan almas nobles que se dejan guiar por el altruismo y los principios, y que no están (aún) prisioneras de las fuertes cadenas de los créditos, los dividendos, las tarjetas y los pagarés. En fin, las pesadas responsabilidades que implica el transformarse en un ser adulto y autosuficiente.

Por eso, lo primero es la envidia. Junto con el deslumbramiento por la lozanía invicta de los ideales de aquellos que no han sufrido (aún) –reitero- la pérdida de la inocencia y que plantean, al igual que sus pares del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible...” Lo segundo, por cierto, es la sorpresa al descubrir que esos seres extraños, que a primera vista nos parecen autistas, enchufados permanentemente al MP3, al Messenger o al teléfono, son capaces de reconocerse con sus iguales y gestar un movimiento colectivo que por su masividad es, lejos, el más potente desde la derrota negociada de la dictadura.

Por sus edades, claro está, ya no son “Pinochet boys”. Por lo tanto, no llevan sobre su frente la marca estigmatizadora del trauma del golpe que hizo que todos fuéramos por mucho tiempo mucho más prudentes de lo que quisiéramos. A ellos ya no los inquietan los “amarres”, los “boinazos” ni otros fantasmas de un pasado que se niega a morir, ya que “el caballero”, al igual que Franco, se encargó de dejar todo “atado y bien atado” antes de dar un paso al costado. Saben que no se arriesgan a la tortura ni a la desaparición forzosa, si es que extreman su radicalidad, sino que a lo sumo a un lumazo, un baño en agua de zorrillo y tal vez un pasaje nada agradable en un bus verde que no pertenece, desde luego, al Transantiago. Y además que la sociedad tolera con mucho menos paciencia que antes los abusos de poder, vengan de quien vengan.

De allí que cuenten con una extendida simpatía. Y que aun los que no están de acuerdo con sus propuestas, pues éstas les parecen un retroceso inadmisible hacia ese 'estatismo' malsano de corte socializante de los años de la UP y la Revolución en Libertad, disimulen su molestia, al menos “pour la galerie” y digan que las propuestas de los jóvenes les parecen tremendamente razonables.

Efectos impensados de la revolución pingüina, que ha venido a sacudir lo que parecía inconmovible. Nada menos que al “modelo”. Las grandes verdades consagradas que han presidido la transición. Con cuestionamientos básicos pero muy efectivos. ¿Por qué crestas, por ejemplo, en realidad, los jóvenes de clase media y baja (más del 80% del universo total) deben pagar por una Prueba que sólo sirve para humillarlos y para que saquen patente de “porros” por culpa de una mala educación de la que no son, en absoluto, responsables? Eso es como pasarle a un condenado a muerte la factura del costo de las balas, pues ya se sabe que en Chile, más que en cualquier otro lugar y más que nunca en la historia reciente, la cuna y la escuela determinan el futuro.

Lógico, entonces, que se rebelen, que digan “no va más”.

Así, en pocos días los “péndex” se han tomado el centro del escenario mediático. Y no parecen dispuestos a soltarlo por las bolitas de dulce que se les ofertan en las mesas de diálogo. Y tras empezar por lo accesorio- la PSU, el pase escolar, etc.-, ya han llegado al corazón del modelo educacional instaurado por la dictadura: la LOCE (Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza) que antepone la ilusoria libertad de elegir en esta materia a través de los “sostenedores” (¡mercanchifles a cargo de colegios!) y la municipalización, al derecho a la educación. Un principio republicano consagrado que asegura la igualdad de oportunidades para quienes no vienen dotados desde la cuna.

Me gustan los estudiantes, decía la Violeta. Y a mí también me gustan, qué joder. Me gusta que se resistan a ser cómplices de una estafa, porque eso es lo que hoy la educación media y básica. Con Jornada Completa Escolar y con mayor cobertura, como se jactan los tecnócratas, que sólo sirven para ocultar el hecho de que los estudiantes hacen como que estudian y los profesores hacen como que enseñan. Pero, en rigor, nadie enseña ni nadie aprende nada. Y todos los tests internacionales así lo demuestran. Acá las personas tienen sólo la educación que pueden pagar. Y si no tienes, pues, te embromas. A lo máximo que podrás aspirar es a ser junior, estudiante de un instituto profesional o, en el mejor de los casos, empleado público. El mundo de las oportunidades no fue hecho para ti, a ver si lo entiendes de una buena vez.

Mientras tanto, los muchachos nos han recordado una vez más, con la fuerza de los hechos incontrastables, que el rey está desnudo. Y que todos hemos podido sentirnos por unos días un poco más rejuvenecidos, no por obra de una crema antiarrugas ni un antioxidante, sino del poder de los sueños y de las utopías que, entrelazados, hacen posible creer que todavía se puede cambiar algo. Porque la vida sin esas ensoñaciones sólo es, como decía Serrat, un largo y fatuo ensayo para la muerte.

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