Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Saturday, December 09, 2006

Diez debilidades autoconfesadas


Atávico y elemental, diría que soy bastante fiel a mis creencias, entre las cuales está un ateísmo cerril, que no obsta para que lleve colgada en mi pescuezo una medalla de la Virgen de Lourdes, que me regaló mi madre y que prometí llevar hasta el fin de mis días. Pero, ¡hala!, como debe haber dicho Ortega y Gasset, vayamos “a las cosas”. Al grano, sin más rodeos. Lo que sigue es la lista prometida, que no agota ni con mucho, la vasta nómina de mis puntos débiles:

1) El buen yantar y el mejor beber: Filosóficamente, soy hijo del rigor y el estoicismo. Admiro a Diógenes, el cínico que vivía en un tonel (y cuya definición de cinismo, por cierto no tenía nada que ver con la que se emplea hoy). Dícese de Diógenes que al ser interpelado por Alejandro Magno, y al preguntarle éste que era lo que más deseaba en el mundo para concedérselo, le respondió simplemente que se quitara de en medio porque le ocultaba el sol. Y no he tenido tampoco mayores problemas para sobrevivir en base a una dieta de leche y galletitas, en tiempos de estrecheces. Aunque habiendo recursos a manos me transformo en un súbito epicúreo y soy amigo de la buena mesa y de los buenos mostos.

2) Las mujeres hermosas: Como decía, Mario Benedetti, en tiempos de triunfalismo revolucionario, del capitalismo merecerían quedar en pie, como recuerdo arqueológico, al menos tres exponentes: el whisky, Claudia Cardinale y París. Me adhiero entusiastamente a esa trilogía. Pero estaría dispuesto a renunciar al primero y al último, en virtud de la del medio. Una mujer bella es un poema en sí misma. Y no necesito decir más. Sólo aclararé que mis preferencias van por el lado de las bellas y lánguidas al estilo de Catherine Deneuve, Charlotte Rampling, Jennifer O’Neill o Helena Bonham-Carter. Y que en cualquier caso son esenciales para mí unas cejas bien delineadas y una dosis de misterio que no se agote después de la refriega.

3) La cultura basura: Ya lo he dicho en más de una ocasión: tengo una debilidad congénita con respecto a la cultura kitsch. Y esto incluye a la televisión, a Luciana Salazar y a La Granja, en sus versiones comunes y VIP. Me gusta suponer que después de dedicar mi mente a tareas elevadas, tengo derecho a instalarme frente a la caja boba, a agarrar el control remoto y a depositar mi cerebro como una placa dental en un vaso con agua, sobre el velador, para disfrutar el reposo del guerrero. Pero la única verdad es que me agrada la tontera, adiestrado desde pequeño ante “Sábados Gigantes” y los más ridículos culebrones aztecas.

4) Los narradores estadounidenses: Soy fan, groupie o la palabra que mejor les acomode de Francis Bret Harte, Ernest Hemingway, Richard Ford, Richard Yates, John Fante, John Cheever, J. D. Salinger y otros muchos. También, desde luego, de Raymond Carver (aunque detesto que en Chile lo haya puesto de moda y en circulación la Zona de Contacto de El Mercurio, su doble opuesto) y de Charles Bukowski, con los mismos reparos que en el caso anterior. Sólo algunos rusos –el maestro Anton Chejov, entre ellos- superan a esa escuela, lo mismo que algunos franceses, como Guy de Maupassant, Stendhal o Balzac.

5) Los libros viejos: Hurgador consuetudinario de mercados persas y librerías de segunda mano, me matan los libros que tengan al menos un siglo sobre sus lomos. He llegado a tener verdaderas epifanías al conseguir hacerme de algún volumen de la edición original de la historia de Chile de Barros Arana. Y he maldecido mi suerte cuando me ofrecieron las obras completas de Rimbaud, de La Pléiade, en papel biblia, y no tenía ni un peso en el bolsillo, y cuando volví ya las habían vendido. Y a Lafourcade, para más remate.

6) El retrato de la vida doméstica de las series yankis: No sé qué piensan ustedes, pero para mí nadie como los gringos ha conseguido hacer una fiel descripción de lo que es la vida intramuros de la gente común. Desde “Matrimonio con hijos” hasta “Seinfeld” (donde, en rigor, ninguno de los personajes es demasiado corriente), la vasta paleta ofrece ejemplos inconmensurables de las posibilidades dramáticas que ofrece la cotidianeidad. “Los Simpson” o "Becker" o "Fraser" o “That’ 70s Show” son distintos ejemplos de familias o sujetos disfuncionales, pero el sustrato es el mismo. Y estos tipos son maestros a la hora de sacarle partido a las sitcoms o al show más ambicioso, tipo “Los Soprano” o “Huff”, mi última debilidad del universo catódico.

7) Mujergorda.com: Este blog es topísimo. Lo escribe un argentino radicado en Barcelona y recrea el mundo de Mirta, una dueña de casa cincuentona que vive en Mercedes (provincia de Buenos Aires). Mirta Bertotti escribe de cosas simples y aparentemente tan insignificantes como el placer y el significado profundo del acto de beber mate, la crucifixión de la menopausia, el bajón de tener un marido cesante y un hijo drogo, etcétera, etc. Es francamente imperdible y una demostración palmaria de las posibilidades de un género en alza: la blogomanía. (No se pierdan la columna sobre “el Diego”, con relato incluido de su segundo gol ante Inglaterra, en el Mundial de México).

8) Los partidos de rugby: Durante una larga y forzada estadía en tierras trasandinas, quien les habla se hizo adepto a una práctica que parece propia de neanderthals, pero en rigor no lo es. Me refiero al rugby, deporte que en Chile al menos está circunscrito al estrecho círculo de los colegios ingleses. Y abarca poco más allá de eso. Los rugbiers dicen que el fútbol es un deporte de caballeros jugado por animales, y el rugby sería su reverso. Pero en Gales o en Nueva Zelanda no tiene, por cierto, nada de exclusivo. Lo juegan los hijos de los mineros o los maoríes en los potreros, y por eso destacan en ese ámbito, por una mera cuestión de masa crítica. Más allá de cualquier otra reflexión de índole sociológica, lo cierto es que en el deporte de la ovalada se conjugan la fuerza bajo control, la inteligencia, la agilidad, la nobleza (cuando se dejan de lado las sucias artimañas) y el trabajo en equipo, como en pocos otros deportes.

9) La literatura clásica: Por sugerencia, entre otros, de Roberto Bolaño y Rafael Otano, amo la literatura clásica, entendiéndose por tal la legada por griegos y romanos. Desde Arquíloco de Paros hasta Safo, pasando por Calímaco, Anacreonte y muchos más, que nos han dejado jirones de belleza imperecedera. También admiro hasta la reverencia a los latinos del siglo I a.C.: Horacio, Ovidio, Propercio, Tibulo, y sobre todo a Catulo, poeta deslenguado y hasta obsceno en su celebración de los placeres del sexo. Aborrezco, eso sí, cuando algunos, por dárselas de “cultos”, maltratan al idioma de Virgilio. Por ejemplo, cuando dicen “mutuo propio” en vez de motu proprio.

10) Las películas francesas: Igual como a Morticia, la de los “Locos Adams”, escuchar la lengua de los galos me despierta cierta sensualidad dormida. Al margen de eso, me gusta el punto de vista y el ritmo diferente al de la típica lectura hollywoodense con que los directores franceses abordan la realidad. Entre mis favoritos está Eric Rohmer y Robert Guedigian (un cineasta notable que retrata la vida de personas sencillas y antiglamorosas). ¡Ah! También amo, a riesgo de ser denostado como pro-gabacho, las canciones en francés. Desde Yves Montand hasta Jacques Brel, Maxime Le Forestier, Jean Ferrat, Francis Cabrel o Isabelle Boulay, mi más reciente descubrimiento quebecois. Para no hablar de la eterna Edith Piaf o Coralie Clement.

En fin. Como decía Rick Blaine en Casablanca, en un mundo en demolición y apocalíptico, “siempre nos quedará París”. Que como consuelo ciertamente no está nada mal.

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