Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Saturday, November 01, 2008

“Vicky Cristina Barcelona”: Un monumento al lugar común



Veo la última película de Woody Allen, “Vicky Cristina Barcelona”, y mi primera conclusión (y lo digo con la pena de un ex admirador incondicional) es que el director de filmes como “Hanna y sus hermanas” o “Manhattan” está en una etapa de franca decadencia.

La idea es que si ya venía mal en su filme anterior, “Match Point”, ahora derechamente termina de desbarrancarse. La historia del tenista trepador y asesino, que decide sacar de en medio a su amante, Scarlett Johansson, de un modo definitivo, en un Londres de segmento ABC1, todavía tenía un clima de cierta complejidad sicológica. Algo dostoievskiano, si se quiere, que le confería cierta gracia e interés.

La estructura del thriller, el suspenso, dominó de algún modo la filmografía de Allen después de que descubrió que la talla no le alcanzaba para emular a Ingmar Bergmann, quien en determinado momento fue su modelo inconfesado de cineasta.

Y, en general, la cosa se le daba bien, pues es un buen escritor de guiones, a los que siempre supo condimentar con sus gags y retruécanos verbales, materia para la cual tiene oficio e ingenio de sobra.

Pero hete aquí que a nuestro Seinfeld avant-la-lettre, autodesterrado de su aldea neoyorkina, se le ha dado por el melodrama barato. Y, la verdad sea dicha, es pésimo en este campo. Y lo reitero: lo digo con el dolor de haber sido su fan durante mucho tiempo, y que como tal espera que en algún minuto de lucidez sea capaz de superar este fatal momento suyo.

El hito catalán de su fase europea es un engendro, para decirlo sin mayores rodeos. Un crítico del diario español El País tiene, en cambio, una opinión bien diferente a la mía: la llamó “comedia ligera e inteligente” y dijo que “cautivó al público” durante su estreno en el festival de Cannes.

En fin. No seré yo quien discuta con voces autorizadas y canónicas, pero ejerciendo mi sagrado derecho a la libre expresión diré que a mí me pareció un pasatiempo más bien bobalicón, que sólo resultó atenuado por los paisajes urbanos de la siempre maravillosa Barcelona y la no menos bella ciudad de Oviedo.

Pero de inteligente, nada. Y les resumo el argumento, a ver si ustedes son más perspicaces que yo para descubrir algún tesoro escondido que haya pasado por alto: Dos turistas norteamericanas en España. Una, en plan de cerrar su posgrado sobre la cultura catalana, lo que supone cierta densidad neuronal. Y la otra -más light, si se quiere-, es la blonda Scarlett Johansson, nueva actriz fetiche del bueno de Woody.

Conocen a un pintor español, interpretado por Javier Bardem, que las encara, inmediatamente después de presentarse, ofreciéndoles pasar un fin de semana con él en Oviedo, con copas y tapas incluidas, además de la oportunidad de hacerles el amor como Dios manda, ya sea juntas o por separado.

La oferta, que parece un poco chulesca, viniendo así, de buenas a primeras, no lo es, sin embargo, para estas dos chicas audaces que aceptan el desafío –una con más remilgos que la otra, digámoslo; en este caso, la intelectual y enrollada, que además tiene un novio en casa con el que se dispone a casarse.

A partir de allí, queda claro, hasta para el espectador menos avisado, que el tenorio español concentrará sus esfuerzos de allí en más en la difícil, pues la otra –la exuberante Johansson- ya está servida, como un plato que sólo espera la voluntad del comensal para ser despachado.

Como sea, el punto es que Bardem embarca a las osadas amiguitas en su avión particular (pues es un artista con registro de piloto) y las lleva a Asturias, donde promete mostrarles las bellezas del lugar, en un tour especial hecho sólo para estas dos gringas que andan en busca de su destino.

Ataca primero a la rubia, pero cuando la sensual heroína está a punto de sucumbir a sus encantos de macho ibérico le aflora una inoportuna úlcera que la recluye en el hotel donde están hospedados. Entonces Bardem, ni corto ni perezoso, dirige los cañones de la conquista hacia la estupenda Rebeca Hall –otro de los paliativos, hay que decirlo, que contribuyen a hacer soportable el filme, ya que no da para otro tipo de adjetivos.

La bellísima Hall habla hasta por los codos, y le anticipa al Don Juan peninsular que ni en sus sueños podrá poseerla. Mas su integridad moral no contaba con el pernicioso efecto del vino, que al final la hace entregarse en bandeja al astuto galán que ha rellenado su copa con insistente interés y después la invita a ver a un guitarrista flamenco. Dos armas secretas ante las que su castidad no puede sino ceder.

Claro que eso no es todo. Recuperada la Johansson de su indisposición, Bardem también va a por ella, como corresponde a un amante latino infatigable que no deja títere con cabeza. Es más: la involucra en un tormentoso menàge a trois con su ex esposa, encarnada por Penélope Cruz, la cual –para seguir con los tópicos- es un latina que de tan pasional y ardiente se convierte, la pobre, en una suerte de loca desatada, que combina los celos más cerriles con el amor a dos bandas.

No les arruinaré el final de esta obra maestra del lugar común contándoles cómo termina. En todo caso, salí del cine preguntándome a quién me hacía acordar este nuevo Woody Allen. Y mi respuesta fue: claro, a Corín Tellado. Con la diferencia de que esta autora de novelas rosas, además de vérselas con la censura franquista, no tuvo nunca la pretensión de hacer una dramaturgia cercana a la de Chejov o a la de Bergmann.

Lo suyo era el melodrama puro y duro. Novelitas romanticonas y de fácil consumo, fabricadas en serie para aguijonear la imaginación de cenicientas urbanas. Nada más y nada menos que eso. Aunque, como todo género, éste tiene también sus reglas. Y no tolera la infatuación intelectual ni la impostura de un cuento de hadas perverso que se da de patadas con el sicoanálisis, la fuente en la que solía abrevar Allen en otros tiempos.

Al final, concluí es la misma historia de siempre: escenarios exóticos -mediados esta vez por Gaudí y su imaginería barroca- y anglosajonas cándidas y mal atendidas que se dejan engatusar, ya no por un torero –al estilo de Tyrone Power en “Sangre y Arena”- sino por un artista que simboliza esta vez la fuerza taurina de la raza, avasallando a todas las Ritas Hayworth que se le pongan por delante.

Lo peor de todo, y con esto termino, es que pese a que el script no es ninguna maravilla, Woody Allen ha sido acusado de plagio por un escritor español, Alexis del Villar, quien no solamente lo acusa de haberle robado la trama de su novela “Goodbye Barcelona”. Sino que además se permitió afirmar que el resultado del robo era un “bodrio” espantoso. Calificación con la cual, aun lamentándolo, coincido en un cien por ciento.

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1 Comments:

Blogger mahiakeff said...

Francamente nunca pude entender el éxito que un ramplón chistoso como Allen llegó a tener entre algunas personas inteligentes. Siempre me pareció autorreferente a un extremo patético, superficial (cosa que ocultaba utiñizando la agudeza) y mínimo (tratando con su escaso talento de alcanzar a disecar "la condición humana" con sus limitadísimos recursos que parecían superiores por el ejercicio de la ironía, que en mi opinión es el refugio de los cobardes que no el de los lúcidos). En fin: supongo que la verdad cae por su propio peso. En todo caso, falicitaciones por un blog estupendo. saludos

Luis

7:16 AM  

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