Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

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Saturday, June 02, 2007

El gas y la señora Juanita

De un día para otro, todo se ha gasificado, por más que el ex Presidente Ricardo Lagos diga, desde Buenos Aires, que no hay que gasificar las relaciones entre Chile y Argentina.

Es que hacer depender los vínculos de dos países que comparten una larga frontera de más de cinco mil kilómetros de la provisión de un fluido volátil por naturaleza parece, sin duda, algo demasiado extremo y peligroso.

Sin embargo, a eso hemos llegado por imprevisión, falta de visión estratégica o, peor aún, porque los negocios de algunos privados determinaron que se hiciera tabla rasa con los mínimos recaudos que se deben adoptar cuando se toman decisiones que afectan la vida cotidiana de millones de personas.

Recuerdo, como si fuera ayer, cuando a mediados de los 90 se suscribió el protocolo gasífero entre los gobiernos de Chile y Argentina, y la empresa Metrogas, con la ayuda de agencias que se dedican al lobby, empezó a convencernos a todos de que se iniciaba una época de auge y esplendor con energía limpia y barata a raudales.

El cielo de Santiago volvería a ser celeste al limpiarse del molesto y venenoso esmog, y todos estaríamos calentitos y dichosos por los siglos de los siglos. Y después que se acabó la oposición de la familia Astorga para que el gasoducto pasara por la Cascada de las Ánimas, en el Cajón del Maipo, ya no hubo aguafiestas que arruinaran el negocio en ciernes.

El optimismo histórico de los libremercadistas a ultranza, como todos los fundamentalismos, no admite disensos, por lo cual quienes expresaron dudas ante el convenio fueron calificados, a su turno, de retrógrados y agoreros trasnochados que sólo querían escupir el asado.

Sin embargo, yo, que a esta altura del partido soy un poquito más desconfiado que la media por aquello de que el diablo sabe más por viejo que por diablo, no me quise plegar al cambio sin dejarme una cartita bajo la manga.

Por ello, junto con conectar mi modesta morada a la red de gas natural, decidí conservar los viejos balones de gas licuado que tantas satisfacciones me habían dado, aunque fuera a modo de reliquias de la era cuaternaria en que los santiaguinos se calefaccionaban en base a estos serviciales tubos. O, en su defecto, a la humilde estufita de parafina, esa que nunca fallaba, ojalá con hojitas de eucaliptus hervidas en agua caliente para despedir olor a hogar confortable y acogedor.

Creo que no estuve errado. Sobre todo si se considera que cada día vivimos en el suspenso y la incertidumbre de saber cuál es la sensación térmica en Buenos Aires y en las provincias aledañas, minuto a minuto. Materia de la cual depende, en definitiva, si quienes manejan la llave del gas la van a abrir o no del otro lado de la cordillera.

Ahora bien, que falta gas en la Argentina, eso no hay quien lo discuta... De hecho, hace unos días, sin ir más lejos, veía en la televisión trasandina a unos taxistas alegando porque las estaciones de servicio no les vendían más gas natural comprimido, que es el que utilizan muchos de sus vehículos, y protestando, en consecuencia, porque esto les iba a hacer perder dinero.

En otro noticiero, vi a un “hombre ancla” comentar un mail donde un televidente indignado se preguntaba por qué razón había que pasarles parte del poco gas del que disponen a los chilenos, que no les tienen, a su juicio, ninguna simpatía.

El periodista explicaba, entonces, que el traspaso de gas natural con destino exclusivamente al uso domiciliario chileno representa apenas el uno por ciento de la extracción total de gas argentino, y era una suerte de “premio de consuelo”, considerando que Argentina había vulnerado todos y cada uno de los contratos suscritos con Chile. Sin que éste, por otro lado, reclamara formalmente, ya que esto podría significar el corte del delgado hilo de gas que todavía fluye a través de los Andes.

En nuestro país, por su parte, ciertos nacionalistas a la violeta también expresan su furor por la pasividad con que la Cancillería estaría reaccionando frente a las “afrentas”de Kirchner.

La pregunta es qué se puede hacer, en concreto, más allá de la verborragia patriótica tan poco conducente y eficaz al fin y al cabo. ¿Boicotear a la carne argentina? ¿Descubrir un súbito brote de fiebre aftosa? ¿Iniciar una guerra comercial? ¿Privarnos de viajar con fines turísticos a Buenos Aires o a Mendoza para que sientan en el bolsillo los efectos de su actitud tan escasamente hermanable? ¿Traer gas en barco desde Malasia con carácter de urgencia? La verdad es que no se ven alternativas viables al alcance de la mano.

No soy especialista energético, ni lo quiero ser, porque lo cierto es que este negocio, al igual que el de la defensa, se ha transformado en un campo apto para la depredación de parte de “expertos” que generalmente responden a intereses y grupos de presión bien concretos.

Sólo sé lo obvio: que en Argentina las empresas que tomaron el control del área no invirtieron a tiempo en nuevas prospecciones ni perforaciones porque los precios fijados por el gobierno para el consumo interno los “desincentivaban” para hacerlo.

Que el gobierno de Menem privatizó en 1992 (y esto pocas veces se dice en Chile) la empresa Gas del Estado mediante la ley 24.076 que, entre otras cosas, prohíbe taxativamente la exportación de gas natural mientras el mercado interno se encuentre insatisfecho, por lo cual los acuerdos con Chile se gestaron sobre una base viciada.

Y que en Chile se prefirió mirar para el lado ante detalles tan molestos como estos, pues el gas natural barato garantizaba aminorar los costos logísticos del crecimiento económico, que en ese momento se avizoraba ascendente a velocidad de crucero y sin mayores problemas a la vista.

Así llegamos a lo que hemos llegado, danzando en medio de todo esto el minué grotesco de que los bolivianos le mandaban gas a Argentina –para colmo, a “precio solidario”– bajo promesa de que “ni una sola molécula” de ese gas pasaría a Chile, y los argentinos la redireccionaban luego hacia nuestro país, pues, como se sabe, cuando el fluido se pone en el gasoducto ya no se puede controlar su destino final.

Pero no quiero terminar esta columna sin propuestas concretas. Propongo que los nacionalistas más recalcitrantes boicoteen el gas natural argentino duchándose desde hoy mismo con agua fría, lo que, sin duda, fortalecerá su carácter y su espíritu guerrero.

Y, además, que calienten sus hogares con la leña exclusivamente de especies nativas, pues, según me dicen, el propano que se utilizará como sustituto del gas natural, en caso de la catastrófica emergencia de gas natural cero, sólo sirve para las cocinas y los califonts, y en ningún caso para las estufas.

Mientras tanto, para los más sensatos, creo que ya es hora de ir pensando en serio, y no motivados por intereses coyunturales o de cortísimo plazo, lo que es la integración. Y eso significa, en primer lugar, aceptar que tenemos problemas comunes que resolver en conjunto. Porque la soberbia insular sólo conduce a una dignidad muerta de frío, y a que le inventen cuentos a la señora Juanita, tratando de pasarle gato por liebre.

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1 Comments:

Blogger VHL said...

Solo le pido a Dios que el corte de gas no les sea indiferente.
Que la reseca muerte no los encuentre vacios y solos sin haber hecho lo suficiente.
A los dos gobiernos.

5:06 PM  

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