Artemio Lupín

Un blog literario, cultural y satírico que pretende practicar la crítica social y de costumbres.

My Photo
Name:
Location: Santiago, Chile

Saturday, December 09, 2006

Birlan y Roban, el dúo dinámico de la impunidad


Leo un cable de la agencia Efe que da cuenta que una sicóloga colombiana, Gloria Hurtado, ha denunciado el latrocinio de ideas del que fue objeto de parte del brasileño Paulo Coelho.

Resulta que el autor de best sellers como “El alquimista”, quien afirma que su vida cambió radicalmente después de hacer el camino de Santiago (de Compostela, no del Nuevo Extremo, claro), tuvo el impudor de plagiar una columna de Hurtado, titulada “Cerrando círculos” y publicado en un diario caleño, para hacer una firmada por él como “Cerrando ciclos” y divulgarla sin mayores problemas de conciencia.

Coelho, que está acostumbrado a tomar ideas “trascendentalistas” de distintos ámbitos, luego las agita bien en su coctelera y después las da a conocer como perlas de sabiduría que ha sabido arrancar después de largos buceos en los más profundos meandros de su alma, esta vez terminó cazado en su propia trampa. Y deberá llevarse la mano al bolsillo para desembolsar una nada despreciable suma, si es que Hurtado decide llevarlo a los tribunales.

El santón laico, qué duda cabe, está en problemas. Y ni siquiera su exarcebado espiritualismo, nutrido de lecturas de swamis y gurúes, y adobado con grandes dosis de sentido común, lo puso a salvo de la tentación irresistible de tomar ideas ajenas y presentarlas como propias.

La anécdota me hizo recordar a la ganadora (¿?) de una de las ediciones más recientes del concurso de cuentos de la revista Paula, que llevó su admiración por la obra del argentino Ricardo Piglia al grado más excelso: la imitatio, como la llamaban los romanos, pero que en el chusco lenguaje del vulgo de hoy no es más que una copia con ligeros retoques.

El cuento terminó mal: le quitaron el premio, con gran deshonra de su parte, y su pareja, un renombrado poeta del Parnaso nacional tuvo que salir en su defensa, arguyendo que todo creador (¡y vaya si acaso él no sabe mucho de eso!) tiene derecho a hacer uso de la “intertextualidad”; vale decir, al maridaje incestuoso de los textos con fines de re-crear, a un nivel superior, textos anteriores. Como quien dice: vino viejo en odres nuevos.

Como sea, nadie podrá negar que la historia de la literatura universal podría ser considerada la larga e infinita trama de un escrito único donde los nuevos autores siempre han hecho uso de la tradición para intentar dar sus propios brazadas en el océano de las palabras. Y quizás quien mejor descubrió eso fue el infalible Borges, con su parábola de Pierre Ménard, aquel ficticio escribidor que se propuso hacer una paráfrasis del Quijote, copiándolo letra por letra. Pero ya me estoy poniendo demasiado intelectual, y eso conlleva el riesgo de irse por las ramas.

De modo que vuelvo a lo mío, a lo que me llevó a borronear estas líneas: el plagio, que en su versión periodística se llama “pirateo” y que hace que todos quienes se dedican a este oficio –cual más, cual menos-, hayan incurrido alguna vez en la práctica de los corsarios y filibusteros, “con su pata de palo y su parche en el ojo”, como diría el nunca bien ponderado Joaquín Sabina.

Sí, señor, lo confieso de entrada: yo, como tantos, he sido salteador de caminos polvorientos; ladrón de ocurrencias y de citas magníficas que nunca, ni en el más brillante estado de inspiración, se me hubieran cruzado por la cabeza; pirata desalmado, a fin de cuentas, que no he dudado en replicar ideas o temas en la penosa vía del conocimiento.

O, a veces, en situaciones más pedestres aún, ante la urgencia de tener que llenar un espacio blanco que nos enfrenta a nuestro triste vacuidad: la de quien no tiene nada que decir pero que igual recibe un salario por fatigar carillas o perpetrar caracteres.

Por tanto, no hablo desde la inocencia sino desde la culpa. Lo que no impide que, de cualquier forma, me repugne cierta impunidad con que se copia actualmente en los medios de nuestra larga y angosta faja de tierra.

Si uno roba, pienso yo, debe hacerlo con arte, como lo hacía ese genial caballero de estirpe decimonónica llamado Arsenio Lupin (pronúnciese “Lúpan’’); primo hermano mío, por parte de padre; gentleman y ladrón de guante blanco que mandaba flores a las damas después de alivianarlas dc sus joyas y se hacía pasar por un noble de alta alcurnia en un París donde se arrojaba mantequilla al techo y se descorchaba champán a discreción.

(Fragmento de columna publicada en www.elmostrador.cl)

0 Comments:

Post a Comment

<< Home